Raymundo Riva Palacio
Noviembre 23, 2005
ESTRICTAMENTE PERSONAL
El secretario de Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez, presentó esta semana un libro sobre la política exterior en el gobierno de Vicente Fox, que visto como una obra, es apenas un recuento de lo realizado en cinco años que no tendría más propósito que la divulgación. Pero analizado por lo que sugiere entre líneas, significa la propuesta más provocadora, agresiva y revolucionaria desde que la Doctrina Estrada se instaló como la regidora de la diplomacia mexicana.
Derbez parece utilizar este libro como una coartada para introducir de manera sutil el tema de fondo, que lo plantea al hacer el diagnóstico de la política exterior en 2000 al describir que la política exterior del presidente Fox tuvo resistencias en algunos sectores porque percibían que ese activismo resultaba alejado de los lineamientos establecidos por la tradición. Se cuida de identificar esa tradición como la Doctrina Estrada, que para ser francos, fue utilizada por los presidentes priístas en función de momentos y necesidades de cohesión interna, jugando siempre con el subdesarrollado imaginario colectivo mexicano.
Así la usó Luis Echeverría cuando castigó a la dictadura de Franco por su política del garrote vil contra los vascos, y por José López Portillo cuando rompió relaciones con Anastasio Somoza en Nicaragua, o cuando firmó la Declaración Franco-mexicana sin romperlas con El Salvador. De igual forma fue cuando en el gobierno de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo se enviaron policías a El Salvador para ayudar en la pacificación, y militares a Honduras y a Indonesia para ayudar en tareas de rescate por desastres naturales.
Sin embargo, más allá de las motivaciones personales que pudieran haber guiado esas decisiones, hubo siempre un común denominador que era la protección de los derechos humanos y evitar sufrimiento o derramamiento de sangre. De esto se tratan, precisamente, esos vínculos invisibles que tiene el libro cuando dice “México no puede permanecer como espectador frente a violaciones graves de los derechos humanos, desastres naturales o el sufrimiento de la población civil que ocurren en otras latitudes”.
Lo que plantea con esto Derbez, disfrazado en lenguaje diplomático, es la formulación de una nueva doctrina de política exterior, que busca construir un nuevo marco de acción que permita, por ejemplo, dejar de lamentar Kosovos, Ruandas o Camboyas, y tratar de actuar preventivamente. Esta nueva doctrina ajusta la realidad a las necesidades coyunturales, bajo el entendido de que la autodeterminación de los pueblos, en casos como los citados, no está por encima de la pasividad ante genocidios.
Para ello, México tendría que participar activamente en las fuerzas de paz de las Naciones Unidas, los famosos Cascos Azules, y comenzar a tomar parte en operaciones militares, dentro de la lógica de intervención humanitaria, en el mundo. Esto, por supuesto, tiene costos internos y desatará una serie de luchas inclusive dentro del propio gobierno donde no hay consenso sobre una política activa que cruza en diferentes momentos los límites de la intervención en terceros países, y una oficialmente pasiva que muta hacia lo activa de acuerdo con las necesidades coyunturales.
Necesariamente, esta nueva doctrina nos obligaría a ser más sofisticados en el análisis, diferenciar claramente que no es lo mismo ese tipo de intervención en terceros países que una invasión –que sí socava la autodeterminación de los pueblos– o para ser más claros, que sería diferente enviar tropas a Irak, donde hay una ocupación ilegal, que a Haití para evitar masacres. Este es el fin de la simulación y la hipocresía que sugiere Derbez. ¿Qué camino seguir?
El libro es una buena puerta de entrada, no al cambio, sino a la discusión nacional que evite la parálisis. La realidad es que México no será visto con seriedad si se mantiene al margen de ese tipo de operaciones, cuando es la novena economía del mundo, un poder regional y un imperio cultural en América Latina. Si no estimula ese debate, si no se logra trasladar el recuento a la discusión productiva, la meta de corto plazo que esto plantea permanecerá sin resolverse. Por tanto, las metas de mediano y largo plazos seguirán siendo inalcanzables y en medio de la plenitud de la globalización, seguiremos apostando por construir nuestra propia isla.