Raymundo Riva Palacio
Junio 10, 2019
ESTRICTAMENTE PERSONAL
Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump son dos presidentes que hacen de la política un juego de símbolos para acomodar la realidad a su favor y construir consensos de gobierno. Es más exitoso López Obrador que Trump, porque éste no tiene de rodillas al Congreso o al Senado, ni doblada a la Suprema Corte de Justicia o amedrentadas a las instituciones. Pero Trump tiene más recursos de presión porque México depende en 80 por ciento de la economía de Estados Unidos, y para Estados Unidos, aunque su aparato productivo está muy integrado con nuestro país y Canadá, romper esos puentes no significaría el Armagedón.
En esta realidad se fincó la negociación para evitar la imposición de aranceles a México a partir de hoy, donde se habló de migración y seguridad, y de nuevas concesiones comerciales a Estados Unidos. Por lo que se conoce, se puede concluir que México cedió ante las presiones de Trump y entregó más de cómo llegó a Washington, a cambio de evitar la represalia económica. En consideración de algunas voces en México y la opinión generalizada en la , ajena a pasiones y manipulaciones, Trump ganó la partida porque obtuvo lo que deseaba: concesiones absolutas.
El nombre del juego fue el pragmatismo. ¿Se puede criticar a López Obrador por haber claudicado y aceptado lo que exigía Trump? Frente al escenario económico de lo que supondría una guerra comercial, no. Su decisión fue apegada a la realidad. Las asimetrías con Estados Unidos son enormes en todos los sentidos, y los principios hoy en día en esta materia sólo son para los discursos y las masas, sin cabida en la real politik. Como él mismo lo dijo el sábado en Tijuana, su responsabilidad es como jefe de Estado para con todo un país.
La imposición de aranceles habría significado una devaluación del peso, que según los expertos habría alcanzado 21 unidades por dólar. Esto para empezar. Las cadenas de valor se habrían afectado, y ante la respuesta mexicana de represalias recíprocas, la respuesta habría sido más aranceles. Eso lo sabe López Obrador. Cuando se reunió con Jared Kushner, yerno y asesor de Trump, en marzo, el ejemplo sobre la forma agresiva de negociar su suegro era China, donde a cada respuesta por imposición arancelaria, respondía con más aranceles. China lo puede enfrentar –aunque perdió 30 por ciento de mercado–, pero México no.
En las negociaciones, México fue más allá de lo que el 17 de marzo entre las secretarias de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, y de Seguridad Territorial –ya cesada–, Kirjsten Nielsen, en Miami, cuyos detalles se revelaron en este espacio en abril. Ahí México accedió a que quienes pidieran asilo en Estados Unidos que tuvieran visas humanitarias, fueran regresados no sólo a Tijuana, como acordaron en diciembre, sino también a Mexicali y Ciudad Juárez, y que la cifra crecería hasta llegar a nueve mil por mes a finales de año, para permitir que se fuera preparando México para ese nuevo influjo de personas. La semana pasada se amplió el alcance del para que esperen solución sobre asilo en todos los puertos fronterizos y se aceleró el número de personas en espera; para este mes serán ocho mil, casi los nueve mil acordados para dentro de seis meses.
La reunión de Miami produjo también el entendimiento de que se instrumentarían medidas policiales y financieras para frenar la migración. Aunque el gobierno mexicano incrementó el número de deportaciones, continuó otorgando visas humanitarias y fue omiso en acciones financieras. La amenaza de los aranceles provocó que el fin de semana antepasado el Ejército empezara con redadas en Tapachula en busca de inmigrantes indocumentados y la Unidad de Inteligencia Financiera actuara contra presuntos responsables del tráfico humano. Para reforzar, comprometieron el envío a partir de hoy de seis mil miembros de la Guardia Nacional a la frontera sur. Esto significa que el 40 por ciento de la fuerza que estará en operación este mes, estará dedicada a deportar inmigrantes, y que en el mediano plazo, será el 10 por ciento el que se dedicará a esa tarea.
La delegación mexicana fue en desventaja a Washington para cabildear que Estados Unidos no impusiera los aranceles, provocado por la negligencia o incluso omisiones en cumplir con los acuerdos de Miami, lo cual debilitó la posición mexicana y los llevó a aceptar imposiciones que no habían sido antes puestas sobre la mesa, como el incremento de compras agrícolas –de productos que se encuentran en las zonas de mayor apoyo electoral de Trump– a Estados Unidos, cuyos pormenores no han sido dados a conocer.
El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien abrió el mitin en Tijuana, dijo que la gran experiencia de esta semana es que las autoridades mexicanas tienen que trabajar para que en el futuro estén mejor preparadas para cualquier contingencia. El mensaje es importante. Hacia el interior del gobierno, el presidente López Obrador tiene que poner orden en su equipo, porque parte de las concesiones que se tuvieron que hacer fue por la falta de coordinación, o sabotajes involuntarios entre las secretarías de Gobernación, Hacienda y Relaciones Exteriores, que impidieron cumplir los acuerdos bilaterales.
La política hacia Estados Unidos debe estar alineada, porque lo que se vio es lo que vendrá. Lo escribió el domingo el presidente Trump en Twitter: “Si por alguna razón desconocida no hay (cooperación), podemos volver a nuestra posición anterior y muy lucrativa de (amenazar) con aranceles”. Dijo que no creía que será necesario. A portarse bien, entonces. O, para evitar humillaciones públicas de esta naturaleza, a dejar las improvisaciones en México y actuar con menos romanticismo e hígado, y con más profesionalismo.
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