Raymundo Riva Palacio
Febrero 28, 2005
ESTRICTAMENTE PERSONAL
Pese a las señales cruzadas de la semana pasada, no está decidido si el PRI votará o no en contra del desafuero del jefe de Gobierno del Distrito Federal Andrés Manuel López Obrador. Es grande el dilema del PRI, que se debate entre la aritmética electoral y el chantaje político para salir de la encrucijada. Algunos de los estrategas más experimentados del PRI dicen que lo mejor que podrían hacer sus diputados es impedir el desafuero de López Obrador, con lo cual consideran que aumentan sus posibilidades de regresar a Los Pinos en el 2006. Creen que si procede el desafuero y López Obrador quedara fuera de la contienda por la Presidencia, el PAN tendría las mayores posibilidades de ganarlas y retener el poder.
Jorge Buendía, responsable de las encuestas electorales de Ipsos-Bimsa, dice que si López Obrador fuera desaforado, la lucha entre el PAN y el PRI estaría muy pareja, con Roberto Madrazo, que tiene el 30 por ciento de intención de voto frente a Santiago Creel con el 28 por ciento en las últimas encuestas, repartiéndose el voto de López Obrador casi por partes iguales: 21 y 22 por ciento, respectivamente. Pero a estos cálculos habría que añadir el enorme voto de castigo a Madrazo, de quien el 25 por ciento de los mexicanos aseguran que jamás votarían por él.
Si en un ejercicio de aritmética electoral se hicieran cruces adicionales, la probabilidad que Creel aumentara su votación ante el desafuero de López Obrador, se eleva significativamente. Si nos remitimos a las elecciones de 2000, Vicente Fox obtuvo su ventaja definitiva en el Distrito Federal, Guanajuato, estado de México y Jalisco, que suman el 39.79 por ciento del electorado nacional. En cuatro años López Obrador ya le arrebató al panismo la capital federal, y si no compitiera por la Presidencia, es probable que una buena parte del 45 por ciento del voto que obtuvo el PRD en el Distrito Federal, en las condiciones electorales de hoy en día, se fueran para el PAN. Habrá quien piense que los perredistas no le entregarán su voto al PAN, tan empecinado en el desafuero, pero la realidad es que el apoyo a López Obrador rebasa la ideología. Cuando se miden las preferencias de él y el PRD, le saca una ventaja de 17 por ciento al partido, y si procediera el desafuero, Cuauhtémoc Cárdenas, el relevista emergente del PRD, recogería apenas la mitad de la preferencia de voto de López Obrador que se encuentra en 39 por ciento.
Los estrategas priístas ven cuesta arriba una victoria con López Obrador fuera de la contienda. Por eso afirman que les conviene que el perredista compita, pues calculan que ayudaría a repartir entre los candidatos que enfrente Madrazo, el voto anti PRI. En las condiciones actuales no les preocupa la participación de López Obrador pues consideran que para que estuviera en posibilidades reales de competir con el PRI o el PAN, necesitaría casi duplicar el número de votos que tiene el PRD actualmente. De acuerdo con el seguimiento electoral de Ipsos-Bimba de 1991 a 2003, el PRD alcanzó su techo histórico en 1997 con Cuauhtémoc Cárdenas, al llegar al 26 por ciento del voto. Para 2003 había regresado a los niveles de 1994 con 18 por ciento. López Obrador sube por sí solo 20 puntos, pero la popularidad de un candidato no se traduce automáticamente a votos. Pero, para efectos de argumentación, aun si realizara ese milagro y se paralizaran las tendencias actuales, quedaría tres puntos abajo del PRI.
Los priístas ven las cuentas. Sobre la base del padrón electoral, la elección presidencial se decidirá en siete estados que concentran el 50.30 por ciento del voto nacional: México (12.94 por ciento); Distrito Federal (10.25), Veracruz (6.84), Jalisco (6.60), Guanajuato (4.79), Puebla (4.76), y Nuevo León (4.12%). Cinco son gobernados por el PRI, uno por el PAN y uno por el PRD, y el único que ha mostrado volatibilidad electoral es la capital. Buendía considera que si López Obrador fuera el candidato presidencial, el Distrito Federal se consolidaría como su bastión, con una votación que podría subir del 45 por ciento en las últimas elecciones intermedias, hasta un máximo de 60 por ciento. Si esto se materializara, la ventaja sobre el PRI en el núcleo más sólido del PRD sería de casi 1.8 millones de votos. Los estrategas priístas no se acongojan. Con sólo Nuevo León y Jalisco, el PRI compensaría esa ventaja. Y si López Obrador añadiera votos en los municipios connurbados de la capital, el PRI sólo tendría que echar mano de un estado con poca presencia perredista, como Puebla, que también gobiernan. Es decir, el PRI tiene la suficiente reserva de votos en el país para neutralizar las ventajas de López Obrador, y derrotarlo.
La aritmética electoral es lo que ha llevado en los últimos días a los líderes del PRI a dar señales de que ya no desean el desafuero y que quisieran batirse con López Obrador en las urnas. Tienen razón, de acuerdo con las ecuaciones electorales, siempre y cuando el voto de castigo al PRI permanezca fragmentado entre dos o más candidatos presidenciales. Lo han estado comprobando en los últimos comicios, donde el patrón es que cuando enfrentan a más de un candidato fuerte, normalmente ganan. Lo incierto es el factor humano, lo más volátil que hay en política, y que pese a la evidencia estadística, finalmente no puede saber ciertamente cómo se va a comportar.
Por ello, una preocupación interna en el PRI es la actitud beligerante y desafiante de López Obrador. Algunos pensadores priístas ven un incremento en el nivel de amenazas e intimidaciones que conforman un gran chantaje político del gobernante capitalino. Lo que empiezan a dudar es que si la Cámara de Diputados no lo castiga con el desafuero, prácticamente habrán decidido su suerte, porque dejarán muy debilitado e intimidado al juez frente a una retórica incendiaria de López Obrador, y temen que podría no aplicar la justicia ciega. Entonces, calculan, si no hay desafuero ni hay castigo del poder judicial, el jefe de Gobierno saldría muy fortalecido de todo el proceso y con un discurso victorioso, arrollador y reiterativo de que triunfó sobre todos, contra las adversidades, y se impuso su razón, podría capitalizar apoyos que hoy se encuentren escondidos o indecisos.
Aquí está la paradoja shakesperiana, y el dilema de votar o no votar el desafuero. ¿Frenarán lo que ven como un chantaje político con una acción política como el desafuero en el Congreso, o dejarán que continúe la dinámica de la confrontación Fox-López Obrador mientras se concentran en la aritmética electoral y su sistema de compensación de votos? Acción política versus acción electoral, es la pregunta. Y todavía, aseguran, no hay respuesta.