EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sombras y futuros

Gibrán Ramírez Reyes

Octubre 11, 2017

En México vivimos tiempos diferenciados –tomo la idea de Roger Bartra. En la política, éstos se expresan en la siguiente tensión: están quienes creen que vivíamos en democracia desde hace muchos años, y que otra cosa es que siempre ganara el PRI; están quienes creen que arribamos a la democracia apenas en 1997 o 2000, por lo que la democracia es algo así como un bebé que debe cuidarse y alimentarse; y estamos, finalmente, quienes creemos que la democracia está por venir y, más aún, que incluso arribando a un régimen propiamente democrático, la democracia estará siempre por venir, pues tendrá que llegar cada día adonde se reclame.
La asincronía tiene sus consecuencias en la agenda que los actores proponen. Por ejemplo, de modo oportunista, el PRI ha dado con que deberíamos volver a un sistema electoral de mayoría relativa –que pueda darle una mayor suma de diputados siendo minoría–. Qué más da. Si funcionaba antes –en un ayer que ya era democrático, aunque ganara siempre el PRI–, hoy, que ya pierde, puede reinstaurarse sin más problema.
El PAN y sus satélites, por su parte, con la idea de que llegamos a la democracia en el año 2000, insisten en fortalecer los pilares de ese régimen, a saber: un pluralismo partidista que se vuelva tan hegemónico con el PRI de antes, una economía neoliberal que arregle sus desperfectos –no la desigualdad, que habrá siempre, sino la ineficiencia–, y ciertas reglas que faciliten la flexibilidad para que el turnismo en el gobierno sea fluido: es decir, más pluralismo, pero sin que sea “un peligro para México”. Quizá es por ello que están tan interesados en un parlamentarismo que logre acentuar la diversidad existente.
Y están, finalmente, quienes creen que la democracia no ha llegado todavía; lo que proponen ellos –por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador y los zapatistas– es hacerla llegar y no seguir engañando a los demás con que ya está aquí, si bien cada uno entiende cosas bien distintas por democracia.
Y no es que ninguna de estas percepciones sea dominante, sino que cada una tiene quien la cree porque así la vive: entre los grupos y circuitos sociales, cada quién vive un ahora diferente, que implica, desde luego, formas diferentes de imaginar los futuros y los pasados. Sorprende que estas diferencias no hayan derivado en la ruptura total del espacio político.
Además del pasado nos moldea el futuro. Más que de mística, hablo de la forma como el pensamiento sobre nuestro tiempo histórico, lo que hay en él y lo que vendrá después, influyen en la vida social. El futuro está hecho de ilusiones, esperanzas, deseos, aspiraciones, temores y proyectos, que son todos reales y pueden ser más o menos compartidos. Los futuros y sus versiones compiten entre sí, lo que explica, en buena medida, que los políticos sean expertos pintores de futuros promisorios. Este amasijo, dotado de cierta coherencia en el discurso público, proyecta sus sombras sobre el presente, operando sobre él de forma efectiva –lo dijo Johan Huizinga y después de él Roger Bartra.
Son estas sombras lo único que tenemos para estudiar y pensar el futuro, porque su realidad es siempre insondable. Las sombras están todo el tiempo, ya sea porque entendemos en el presente cierta extensión de ellas, lo que las hace mucho más certeras que las luces de los futuros ofrecidos que lastran, o porque están contenidas y advertidas en los proyectos que triunfarán mañana.
En realidad, el arte de la política consiste muchas veces en volver contemporáneos a los que no lo son y en apariencia no podrían serlo, lo cual incluye una serie de mecanismos de intercambio, competencia y respeto entre diferentes órdenes sociales, lo que pasa, necesariamente, por la prefiguración de un futuro común.
Ya que no parecemos tener un futuro común, puede ser que surjan opciones diferentes desde los tres bloques que estarán en pugna en 2018. Un futuro sería el de la coalición del peñismo y el calderonismo –que intenta convertirse en zavalismo–: el de continuar “la construcción del Estado de derecho a rajatabla” –o sea, la guerra contra el crimen–, sin importar si sus emisarios lo utilizan de pretexto para medrar o si el resultado es el aumento de la violencia y el baño en sangre de regiones enteras.
Otro futuro ofrecido sería el de la anticorrupción y el régimen parlamentario, cuyos riesgos son la continuación y aun profundización del oneroso sistema de partidos actual y, peor, del sistema económico, pues los capitanes de ese modelo son empresarios. Este podría ser el modelo del Frente. Finalmente, está la propuesta lopezobradorista de regeneración moral, que no enfatiza tanto en los procedimientos como en la sustancia del nuevo gobierno y quienes lo conduzcan. No hay duda de que, entre los futuros ofrecidos, el que quiere imponer un Estado de derecho irreflexivo sin antes reconstruir al Estado y disminuir la desigualdad, es el más peligroso y barbárico, pero podría ser que sus sombras no fueran visibles para todos.