EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sor Juana Inés de la Cruz

Fernando Lasso Echeverría

Julio 11, 2017

(Último)

A distancia, Sor Juana Inés de la Cruz ha sido blanco de la maledicencia de diversos autores; la más repetida ha sido que era lesbiana y que sostenía una relación amorosa –física o solamente platónica– con la virreina María Luisa Manrique de Lara, Condesa de Paredes. Las fuentes se basan fundamentalmente en el léxico de los poemas que le compuso Sor Juana a este personaje, y en los cuales usa palabras que reflejan un amor pasional. Por ejemplo, la endecha que dice: “Divina Lysi mía:/ perdona si me atrevo/ a llamarte así, cuando/ aún de ser tuya/ el nombre no merezco”; o en una de sus glosas dedicada a la virreina dice: “Cuando el amor intentó/ hacer tuyos mis despojos/ Lysi, y la luz me privó,/ me dio en el alma los ojos/ que en el cuerpo me quitó”. Son tantos los poemas enviados a María Luisa Manrique de Lara, y tan candentes sus expresiones, que es imposible que los estudiosos no se fijen en ellos. Es indudable que la relación con la condesa desde 1680, se volvió el eje sentimental de Sor Juana.
Vale la pena mencionar que la mayor parte de los biógrafos–con unas cuantas excepciones– sin ignorar sus relaciones con la virreina, han preferido esquivar el tema del lesbianismo y aún ocultarlo, justificando el lenguaje poético de los versos dedicados a la condesa, como una manifestación de gratitud por la protección y las atenciones que ésta le brindaba a la religiosa. También, hay autores que intentando desmentir esta supuesta relación amorosa lésbica, nos recuerdan que en esa época –y muchas décadas después– se utilizaban términos que ahora nos parecen inapropiados o no se usan ya, como el de “tuya” o “tuyo” (o “suyo” o “suya”) y “muy señor mío” o “muy señora mía” en la correspondencia común; igualmente, los términos de “dueño mío”, “mi bien”, “mi tesoro” o “mi prenda” eran muy usuales en forma popular; por otro lado, en el virreinato todos eran súbditos de la pareja virreinal, hecho que provocaba que se usaran las expresiones de “mi rey”, “mi señor” “soy suyo” o “suyo de usted”, lo cual indicaba “soy su súbdito” sin implicaciones de posesión corporal de pareja. Así mismo, algunos biógrafos nos recuerdan que Sor Juana hacía versos por encargo, y plantean la posibilidad de que estos versos los haya hecho a petición del virrey o ¿ por qué no? de un amante de la virreina, pues hay que recordar la cercana amistad y confianza que esta tenía en su protegida.
Por el contrario, otro argumento para darle esta imagen lésbica a la poetisa, es el título de “Musa Décima” que le puso la Condesa de Paredes, en la segunda edición del Tomo I de las obras de Sor Juana editada en España por indicaciones suyas, cuando ella y su marido dejaron el virreinato. Habría que recordar que en la mitología griega, de la unión de Mnemosine (hija de Urano y Gea) y Zeuz, nacieron nueve hijas: Caliope, musa de la poesía épica; Melpomene, de la tragedia; Thalía de la comedia; Eutherne, de la poesía lírica y la música; Terpsicore, de la danza y el canto coral; Erato, de la poesía amorosa; Polimnia, del canto y la pantomima; Urania de la astronomía, y Clío de la historia. Más tarde, el filósofo Platón, dio el título de “Décima Musa” a la poetisa Safo de la isla griega de Lesbos, quien tenía inclinaciones sexuales por personas de su mismo sexo, lugar de donde salió el adjetivo universal de lesbianismo; ¿Por qué la virreina tomó ese nombre para adjudicárselo a Sor Juana en la dedicatoria? Indudablemente que sólo podemos hacer elucubraciones al respecto.
No obstante, después de leer los datos biográficos sobre Sor Juana en los anteriores capítulos, no nos queda la menor duda de que fue un ser excepcional, cuya vida personal es lo menos importante; si se quiso casar o no, ¿a quién le puede interesar?; si su entrada al convento fue más por tener libertad de estudiar que por vocación, es un hecho intrascendente; si fue lesbiana o no ¡a quién le importa!… Esta admirable monja vivió digna y sobresalientemente en una época en la cual las mujeres estaba destinadas a existir socialmente en forma oscura y anónima, para servir dócilmente a los varones de la familia –más que nada como máquinas reproductoras y para hacer tareas las domésticas– y a vivir en una profunda ignorancia, pues la enseñanza oficial estaba vetada a las féminas; sin embargo, esta mujer todo lo superó, y fue una distinguida, ingeniosa e inteligente persona; una escritora culta que en forma autodidacta, supo labrar y estimular en forma solitaria los dones –como su capacidad para la poesía– que ya traía consigo al nacer. Sor Juana leyó a la perfección los clásicos griegos; se introdujo en el conocimiento de la cultura egipcia –con sus jeroglíficos indescifrables– cuyos rasgos fantásticos serían acentuados por el Renacimiento y la Edad Barroca. Estuvo inmersa en la astrología, que en esa época se consideraba una ciencia. Estudió a fondo también la cultura nahua, cuya lengua dominaba a la perfección; Sor Juana era pues, una bella y rara joya del siglo XVII, época en la que le tocó vivir.
Fue además una persona muy hábil y con un tacto político destacado, que sabía de las antipatías que su sabiduría y preparación intelectual despertaba en mayor o menor grado, en los diferentes niveles del clero novohispano, el cual tenía un terrible poder comparable sólo al que tenían los virreyes de la Nueva España, así es que ella, además de evitar hasta donde pudo un enfrentamiento con el Santo Oficio –fundamentalmente a través de la autocensura– buscó también la amistad de los virreyes, persiguiendo la protección y el amparo de otro poder equivalente al que la amenazaba en forma soterrada, pues por la influencia de éstos no podían hacerlo abiertamente.
No obstante, al concluir los marqueses de la Laguna y condes de Paredes su administración virreinal y partir a España en 1688, Sor Juana queda debilitada políticamente, y aunque por su propia fama y habilidad política pronto conquistó también el apoyo del nuevo virrey (el conde de Galve) lo cierto es que la relación con esta familia virreinal no era tan cercana; en España, don Tomás de la Cerda –el marqués de la Laguna– asume una buena posición en la corte y recobra su ascendencia en ella, pero era innegable que por la lejanía de sus amigos, su autonomía ante sus superiores religiosos estaba disminuida. Al poco tiempo, muere el marqués de la Laguna y la situación del Sor Juana empeora.
Es en esa época cuando se da un evento en el cual prácticamente se convierte en el ojo del huracán del mismo, y funciona finalmente para que el arzobispado mexicano, en manos de Francisco Aguiar y Seijas “ponga en su lugar” a la rebelde monja que no quería dejar de “cometer el crimen” de estudiar, leer libros y escribir poemas. La situación se da porque a petición del obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz y Sahagún, Sor Juana hace una severa pero respetuosa crítica filosófica por escrito, a un sermón de Mandato (que se manifiesta o predica en la ceremonia del lavatorio de pies del Jueves Santo) escrito por el jesuita portugués Antonio de Vieyra, considerado uno de los grandes prosistas y oradores sagrados más prestigiados de su siglo; este sermón fue pronunciado en la capilla real de Lisboa, 40 años antes; esto hacía difícil que su autor se hubiese enterado de la polémica desatada por esta crítica que Sor Juana le había hecho a su sermón, condicionando a su superior para que no se publicara; pero el asunto llevaba cola.
Francisco Eguiar y Seijas –español de cepa y religioso jesuita muy rígido que funcionaba como obispo de Michoacán– le había sacado de la bolsa el nombramiento de Arzobispo Primado de la Nueva España al “acriollado” español don Manuel el obispo de Puebla, y Vieyra era amigo personal y cercano de Eguiar, quien llegó a dedicarle libros de sermones personales a éste; así es que criticar a Vieyra era atacar y molestar al arzobispo y más cuando la crítica venía de una mujer, situación que empeoraba el asunto por el menosprecio tan acentuado que se les tenía a las féminas en esa época, y la misoginia tan acentuada y conocida de Eguiar, que no aceptaba a ninguna mujer a su alrededor ni como sirvienta; por último, a pesar de que Sor Juana condicionó a Fernández de Santa Cruz a que el crítico escrito no se publicara ni se difundiera, éste lo publicó para que Eguiar lo conociera y lograr molestarlo, pues finalmente este era el objetivo del frustrado obispo poblano, enojado por no haber logrado el arzobispado. Por otro lado, al enfado de Aguiar contra Sor Juana, se unieron los ataques contra de ella de influyentes jesuitas amigos del arzobispo, que al obispo culpable del evento en general no tocaron ni con el pétalo de una rosa, a pesar de que se sabía que Fernández era quien estaba atrás de todo. Pero esto tenía una explicación: Sor Juana era mujer y peor aún, una mujer inteligente y con una educación superior a la mayoría de sus críticos, quienes con motivo del escrito de Sor Juana en contra de Vieyra, coordinaron una protesta contra ella de proporciones desmedidas.
Eguiar y Seijas era un individuo con una personalidad muy especial, que le daba un porte excéntrico; era iracundo y riguroso en exceso con los demás y consigo mismo; tenía una aversión enfermiza contra las mujeres, a tal grado que se negó ir a la recepción de los nuevos virreyes para no saludar “respetuosamente” y de mano a la virreina; prohibió de inmediato que las religiosas recibieran en sus locutorios a amistades o familiares masculinos; recogía y destruía los libros de comedia cambiándolos por textos religiosos, y a veces no precisamente en forma consensuada sino forzada; aborrecía el teatro, las corridas de toros y las peleas de gallos por considerarlos espectáculos pecaminosos, y los prohibía a los fieles y estorbaba estas diversiones con las autoridades coloniales en todo lo que podía; exigía aportaciones económicas a las clases sociales altas para distribuir limosnas; vestía trajes viejos y llevaba las medias rotas, comía en los hospitales y llevaba cilicio para azotarse dos veces por semana; no conocía la amistad ni la confianza; fue distante, colérico, imperativo y desmedido; a Sigüenza y Góngora –colaborador suyo– lo sangró de la cara y le rompió sus lentes de un muletazo, después de una discusión. A este terrible ser enfermizo fue al que se enfrentó Sor Juana a instancias del obispo poblano; la religiosa –a pesar de saberse odiada por el arzobispo– nunca previó las consecuencias de su acto, pues aunque finalmente le prometieron no publicarlo, en su crítico texto a Vieyra se escondía una crítica a Eguiar.
En los últimos días de noviembre de 1690 apareció en la ciudad de Puebla un folleto con la crítica de Sor Juana al sermón de Vieyra, con el título de Carta atenagórica de la madre Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa de velo y coro en el muy religioso convento de San Gerónimo… que imprime y dedica a la misma Sor Filotea de la Cruz, su estudiosa aficionada en el convento de la Santísima Trinidad de la Puebla de los Ángeles. Atenagórica significa: digna de la sabiduría de Atenea. La carta iba precedida por otra, dirigida a Sor Juana y firmada por una Sor Filotea de la Cruz, supuesta monja de un convento poblano, que se declaraba “estudiosa” de la poetisa. En ella le brindaba a su interlocutora algunos elogios como el de que “se asombraba de que una mujer haya vencido a un gran teólogo”, pero así mismo muchos reproches que censuraban su desobediencia y la exhortaba a enderezar su camino, no renunciando a los libros –decía magnánima– sino leyendo más los textos religiosos que los profanos. Obviamente Sor Filotea era un pseudónimo de Fernández de Santa Cruz, el obispo de Puebla, pues sólo el receptor podía haber tenido y divulgado la carta, y sólo un destinatario que tuviese el alto rango de obispo podría haberse atrevido a publicarla.
A Sor Juana la intimidó y afligió mucho la publicación del texto, pues nunca pensó que su “amigo” y superior faltara a su palabra y lo hiciese público, y así mismo, se divulgara al unísono en la misma gacetilla la carta del obispo con el pseudónimo de Sor Filotea, en donde le llama la atención, al parecer con la intención de “lavarse las manos” ante el arzobispado; todo ello provocó que Sor Juana muy deprimida cayera enferma y estuviera encamada y enclaustrada varios meses, sin embargo, en cuanto se repuso, contestó a “Sor Filotea”. El 1 de marzo de 1691 apareció la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, que en realidad era una réplica al obispo poblano, y en la cual la religiosa defendía sus principios y aclaraba –con mucha inteligencia e ingenio– muchas de las críticas que el obispo encubierto con otra personalidad le hacía a su proceder como religiosa y escritora.
El lenguaje y el tono que usó Sor Juana en su respuesta fueron valientes, pues a pesar de que sabía que su “interlocutora” era en realidad Manuel Fernández de Santa Cruz, pudo decirle todo cuanto deseaba sin temor a castigos o represiones, porque en realidad parecía que se lo estaba diciendo a una monja como ella no al obispo de Puebla; sin embargo, ella fue quien cargó con las represalias del arzobispado; primero el influyente padre jesuita Antonio Núñez de Miranda –quien era su confesor– le retira su amistad; luego fue llamada por la Santa Inquisición, para que declarara ante el Santo Tribunal los hechos que originaron tan compleja situación; ahí le prohibieron seguir leyendo textos y dejar de escribir; le quitan sus más de 4 mil libros de su biblioteca, para que se vendan y reparta el dinero entre los pobres de la Ciudad de México. También vende sus instrumentos musicales y matemáticos, así como sus mapas y otros objetos con el mismo fin, y su vida cambia por completo, pues convierte su corona de laurel en una de espinas; con más de 40 años de edad, fue hacia un final que ella misma buscó y encontró: una de sus más duras tareas era la de cuidar a las monjas ancianas y enfermas. En esa época una epidemia invadió a la Ciudad de México, afectando a varias monjas atendidas por Sor Juana, y ésta se contagió del padecimiento que la llevó a la muerte, el 17 de abril de 1695, a los 46 años y seis meses de edad. La Ciudad de México lamentó y lloró su muerte, pues todo el resentimiento de quienes le habían reprochado la Carta Atenagórica, terminó con su defunción, y recibió exequias con toda pompa como cualquier personaje distinguido, a las cuales acudieron la Corte y el Cabildo en pleno, representantes del clero y los intelectuales de la época. Su amigo Don Carlos Sigüenza y Góngora dijo el responso para esta gran intelectual que parece haber nacido antes de tiempo.
* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI A C.