EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Sor Juana Inés de la Cruz

Fernando Lasso Echeverría

Mayo 03, 2017

(Primera parte)

Desde mediados del siglo XVIII, hasta fines del XIX, cayeron sobre el nombre de sor Juana Inés de la Cruz, el olvido y la indiferencia; en parte por ello, su origen familiar es poco conocido; sin embargo, investigaciones realizadas en la primera mitad del siglo XX, por un lejano descendiente llamado Guillermo Ramírez España y por Enrique A. Cervantes, dieron alguna luz al respecto, y por ellos se saben datos relacionados con su rama materna, la cual se remonta hasta un siglo antes de que la escritora naciera en la Nueva España. Se conoce que sus bisabuelos fueron don Diego Ramírez Santillana y doña Inés de Briones, naturales de Sanlúcar de Barrameda, municipalidad de la provincia de Cádiz, España, uno de los puertos más importantes de aquella época, pues al igual que Sevilla, era uno de los más preponderantes en el comercio entre España y “Las Indias” (América).
No obstante, casi nada se sabe sobre este matrimonio; se supone que tuvo varios hijos, pero sólo se encontraron datos de uno de ellos: don Pedro Ramírez de Santillana y Briones (abuelo de sor Juana) quien debió haberse embarcado hacia la Nueva España a principios del siglo XVII. No está claro si don Pedro llegó casado de España o se desposó ya en la colonia con doña Beatriz Ramírez Rendón, pero ya unidos éstos, se ubicaron inicialmente en el pueblo de Huichapan, perteneciente entonces al Marquesado del Valle y actualmente al estado de Hidalgo, en donde don Pedro se dedicó a la agricultura. No obstante, por varios libros hallados con su nombre o rúbrica –algunos en latín– y que este hombre guardaba en su casa, es obvio, que el abuelo de Juana Inés no era una persona iletrada y sin cultivo intelectual. De este matrimonio nacieron once hijos: siete varones y cuatro mujeres, que llevaron los nombres de Blas, Inés, Miguel, Isabel (madre de sor Juana), Diego, Antonio, Pedro, Domingo, Juan, Beatriz y María en ese orden.
De Huichapan, la familia se traslada a otra finca rústica llamada La Celda, ubicada en San Miguel Nepantla, lugar de nacimiento de nuestro personaje, hecho constatado por Guillermo Ramírez España, quien localizó una fe de bautismo en la parroquia de San Vicente Ferrer del pueblo de Chimalhuacán –a cuya jurisdicción pertenecía Nepantla y que forma actualmente parte del municipio mexiquense de Ozumba– y la cual dice que el 2 de diciembre de 1648 fue bautizada una niña con el nombre de Inés, apareciendo como sus padrinos Miguel y Beatriz Ramírez, dos hermanos de Isabel la madre de la niña mencionada, y señalando que Inés “era hija de la iglesia”, término usado en estos documentos cuando el niño bautizado era descendiente de una pareja no casada religiosamente; la finca mencionada pertenecía a los frailes dominicos, a quienes don Pedro pagaba renta. En 1651, don Pedro y su familia vuelven a emigrar; esta vez hacia Amecameca, atendiendo la oferta que los mismos religiosos le hacen: rentarle –por tres generaciones– la hacienda de Panoayán, lugar que quedaba a dos kilómetros al norte de Amecameca, y que fue el sitio donde transcurrió la niñez de Sor Juana Inés, y en la cual don Pedro vivió hasta su muerte en 1656, heredando la finca a su hija María, la última de sus hijos.
Isabel Ramírez, la madre de sor Juana y cuarta hija de don Pedro, fue la antítesis de su hija: era una mujer iletrada, rústica y tosca, aunque liberal y muy independiente socialmente, a tal grado, que tuvo en su vida dos maridos (Pedro de Asbaje y el capitán Diego Ruiz Lozano) con los que procreó seis hijos naturales –tres de cada uno– pues con ninguno de ellos se casó formalmente, situación tolerada habitualmente por la sociedad novohispana de esa época, debido a la carencia de prejuicios; la relación de Isabel con su hija Inés durante los primeros años de la vida de ésta, probablemente fue “normal”, pero –al parecer– en el inicio de la mocedad de la futura monja, empieza un paulatino enfriamiento sentimental entre ambas, que principia –quizá– con la muerte del abuelo, y se acentúa con la segunda unión marital de Isabel con Ruiz Lozano –quien hacía negocios con el padre de Isabel– y sobre todo, con el nacimiento de los tres medios hermanos de Inés que seguramente fueron desplazando afectivamente a ésta de su madre, así como de su atención y cuidados; esto empeoró debido a que inexplicablemente, la hija más chica de la segunda unión marital de Isabel, también la bautizaron con el nombre de Inés, y es posible que por ello, le hayan aumentado en ese momento el nombre de Juana a la primera Inés, para diferenciarlas a ambas. Este comprensible distanciamiento es notable en los escritos de sor Juana Inés, en los cuales Isabel –al igual que Pedro su padre– no es mencionada casi nunca. Seguramente el cariño entre ellas se enfrió casi por completo con la distancia, cuando Juana Inés en 1660 –ya adolescente– es enviada por su madre y su padrastro a la Ciudad de México, con la finalidad de que continuara sus estudios, como ella lo quería y lo había pedido.
Del padre de Sor Juana,se sabe aún menos; algunos autores refieren que su nombre era Pedro de Asbaje y Vargas Machuca, y que era un caballero de origen vizcaíno y padre también de las dos hermanas mayores de la distinguida literata religiosa. Pero el misterio del padre de sor Juana ha sido uno de los obstáculos más serios a los que se han enfrentado los biógrafos. En España –específicamente en Vizcaya de la región vasca– no se han encontrado datos sobre alguna familia con ese apellido; incluso la ortografía de su apellido es incierta: ¿Asbaje o Asvaje o Azuaje? Octavio Paz, en su estudio sobre sor Juana (Las trampas de la fe), menciona que dos actas de bautizo expedidas en la parroquia de Chimalhuacán en 1666, aparecen firmadas por un fraile F. (o H.) de Asvaje y desliza la nada descabellada idea, sobre si este fraile era familiar de Pedro de Asbaje, o en realidad era el enigmático padre de Juana Inés y sus dos hermanas mayores, pues hace hincapié que en aquel tiempo no eran raras las relaciones de los sacerdotes con solteras y casadas. Lo que sí es indudable, es que la familia Ramírez y la misma sor Juana hicieron todo lo posible por dejar en la sombra a Pedro de Asbaje… y lo consiguieron, pues éste es un verdadero fantasma histórico. En sus escritos Juana Inés apenas menciona el nombre de su padre, y desde muy niña dejó de verlo, si es que lo conoció. Tampoco trató a los familiares de su padre y nunca habló de ellos; por otro lado, con verdaderas excepciones. Juana Inés siempre llevó el apellido materno en primer término y firmaba como doña Juana Ramírez, quizá influida porque hasta asumir los votos religiosos, siempre vivió en el círculo de la familia de la madre.
Como ya se mencionó, Juana Inés llegó a la Ciudad de México en 1660 y se alojó en la casa de su tía María, hermana menor de su madre, casada con un acaudalado e influyente criollo llamado Juan de Mata, lugar donde vivió cuatro años, leyendo cuanto libro le caía en sus manos; su objetivo era estudiar algo más de lo que había podido aprender en su terruño; en 1651 –escribió la misma Juana Inés– con tres años de edad, aprendió a leer y escribir en forma circunstancial; su madre mandaba con una amiga personal que sabía leer, a una de las hermanas mayores de Juana Inés, quien la acompañaba; ya con la maestra, Juana Inés le dijo a ésta en forma audaz, que su madre ordenaba que también a ella la aleccionara, y aunque no le creyó –por la edad que tenía la nueva alumna– la maestra no se negó, al ver el deseo y la facilidad para aprender que demostró Juana Inés, que a pesar de su corta edad, mostraba la misma capacidad de aprendizaje que su hermana mayor; al concluir su enseñanza, le pidió a su madre que la mandara a la Ciudad de México con unos parientes para estudiar en la Universidad, cosa que le fue negada por su edad; sin embargo, a Juana Inés le sirvieron esos años de estancia en el hogar materno, para leer muchos de los libros que guardaba su abuelo, y así mismo para aprender varias habilidades propias del sexo femenino, como el tejido y la costura, hasta que al cumplir 12 años de edad, le fue concedido su deseo de irse a la Ciudad de México a continuar cultivándose.
La misma poeta escribió que cuando llegó a la capital de la Nueva España, las personas se sorprendían de su memoria y de lo que ella había aprendido en forma autodidacta, y eso la impulsaba a continuar aprendiendo; tomó lecciones de gramática con el bachiller Martín de Olivas, y cuenta que aprendió con disciplina la materia en menos de 20 lecciones; su fama de mujer inteligente, cobraba fuerza en los círculos sociales y académicos de la ciudad, no obstante, Juana Inés era callada, reservada y muy hermosa, hecho que preocupaba a los tíos, pues su sobrina estaba llegando a la edad casadera y carecía de la dote que toda mujer de buena posición social debía tener. Juan de Mata, su tío, estaba muy relacionado en la Corte, ambiente en el cual la futura sor Juana Inés empezaba a ser mencionada con admiración e interés, por lo que se comentaba de ella en la sociedad novohispana. En 1673 –recién cumplidos los 16 años de Juana Inés– llegaron a la Nueva España otros virreyes, que suplieron a don Diego Osorio de Escobar, el conde de Baños y su esposa, removidos por Felipe IV el rey de España, debido a las quejas constantes y generalizadas de la alta sociedad novohispana, por los excesos de Osorio en relación al cobro de tributos, multas e impuestos. Osorio de Escobar fue suplido por don Sebastián de Toledo y su mujer Leonor María de Carreto : los Marqueses de Mancera.
Los nuevos virreyes pronto se enteraron del prodigio de mujer que era la joven Juana Inés, y manifestaron su deseo de conocerla, y ésta es invitada a pertenecer a la Corte palaciega, en donde es recibida con el título de “muy querida de la señora virreina”; en Las trampas de la fe, Octavio Paz escribe que “desde la época de Felipe IV, se generalizó entre la nobleza española, el enviar a las hijas de las grandes familias a la Corte, como damas de compañía de la reina. Ellas participaban en las actividades de la vida cortesana, como procesiones, recepciones, bailes, festejos y ceremonias. Nada más natural entonces –continúa Paz- que se formasen relaciones eróticas entre las damas de la reina y los cortesanos”. El palacio virreinal donde vivió Juana Inés a partir de su ingreso –cuya fachada principal de estilo toscano, daba a la plaza mayor- estaba compuesto por tres patios: el de las habitaciones de los virreyes, el de la Real audiencia y el del Tribunal de Cuentas, sin embargo este edificio fue destruido por un incendio ocurrido en 1692.
La estancia en la Corte de la joven Asbaje Ramírez, significó una nuevo estilo de vida para ella, pues participaba en recepciones y fiestas, usando joyas y vestidos hermosos y gozando de la cortesía y galanteos de jóvenes galanes apuestos y atrevidos recién llegados de España, que seguramente causaron alguna perturbación sentimental en Juana Inés, quien a pesar de ello, continuaba estudiando y preparándose, ahora bajo la vigilancia y apoyo de los propios virreyes, a quienes Juana Inés procuraba agradecer componiéndoles bellos versos que los halagaban; de esta manera, se fue convirtiendo en la poetisa oficial de la Corte; no había suceso grande o pequeño que ocurriera en la Corte, que Juana Inés no reseñara en verso. La futura monja, era admirada por los virreyes y cortesanos, quienes la agasajaban y daban un trato preferencial, pero a pesar de ello, Juana Inés continuaba siendo una persona humilde y sencilla, sin ser afectada por tantos homenajes y elogios; por ello, no sólo despertaba admiración por su inteligencia, sino también simpatía general, e inclusive, amor y pasión en algunos personajes miembros de la Corte, pues había que recordar la belleza física de la joven literata, que iba creciendo conforme aumentaba su madurez física.
Todas estas vivencias, se reflejarían más tarde en poemas suyos tanto de amor como desamor. Sin embargo, nunca se ha sabido quienes la pretendieron; a quienes amó o rechazó ella; o quien la desdeñó o la burló, porque Juana Inés acostumbraba cambiar el nombre –en sus poemas- de las personas que se los inspiraban. En cuanto a un posible compromiso formal, para casarse, habría que recordar, que Juana Inés tenía un grave inconveniente para los varones cortesanos: era muy inteligente y cultivada intelectualmente, y por otro lado, era una mujer que por su bajo nivel social original, carecía de una buena dote, y por ello, no era una mujer de beneficio material para ningún hombre.
Un hecho digno de recordarse, es cuando don Sebastián el virrey, impresionado por tanta sabiduría demostrada por la joven campesina Juana Inés en la Corte, quiso un día ponerla a prueba, enfrentándola en forma pública con un grupo de eruditos, formado por 40 distinguidos hombres preparados como teólogos, filósofos, matemáticos, historiadores, y humanistas, para que éstos cuestionaran a la joven sobre las materias que dominaban y sobre la vida en general; el mismo Mancera, relataba con cariño y admiración en España muchos años después, que “a la manera de un Galeón Real que se defendía de pocas chalupas que lo embestían, así se desembarazaba Juana Inés de las preguntas, argumentos y réplicas que tantos, cada uno en su clase, le propusieron” y enfatizaba su comentario con esta expresión: “no cabe en humano juicio creer lo que se vio”. Su etapa en la Corte, es quizá la más controvertida en la vida de Sor Juana Inés de la Cruz, pues en ella, la futura religiosa, vivió plenamente su vida; en ese periodo, la joven Juana Inés amó con ardiente pasión, fue amada intensamente y sufrió también el desdeño de alguien o de algunos cortesanos, y todo lo plasmó en sus poemas; no obstante, para varios escritores, hablar del amor y la sexualidad de Sor Juana es un tabú; pero es indudable, que la poetisa no podía abstraerse de las costumbres y conductas cortesanas, entre las que no eran raras las relaciones eróticas y hasta sexuales entre las damas de la reina y los cortesanos.
* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.