EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión  

Tres apuntes post electorales

Uno: el régimen Rotundo, mayoritario, incontestable. El triunfo es casi total. No solamente Andrés Manuel López Obrador ha ganado en la mayoría de los distritos, en 30 de 32 estados, sino que lo ha hecho en casi todos con un amplio margen, al mismo tiempo que el partido del gobierno perdió en cada distrito. Ser … Continúa leyendo Tres apuntes post electorales

Julio 04, 2018

Uno: el régimen

Rotundo, mayoritario, incontestable. El triunfo es casi total. No solamente Andrés Manuel López Obrador ha ganado en la mayoría de los distritos, en 30 de 32 estados, sino que lo ha hecho en casi todos con un amplio margen, al mismo tiempo que el partido del gobierno perdió en cada distrito. Ser la cabeza del Ejecutivo y haber obtenido la mayoría absoluta en el Congreso federal y en 10 locales pone al nuevo bloque muy cerca de una mayoría constitucional. Lo que sigue es hacer política: tejer más redes, construir más puentes, lograr que las decisiones tomadas puedan aplicarse en la tierra, es decir, una vez ganado el gobierno sigue disputar el poder real. Lo hará más fácil la carga histórica del presidencialismo mexicano, al que se deben las inmediatas aceptaciones de derrota no sólo de Enrique Peña Nieto y José Antonio Meade, sino oligarcas connotados como Claudio X. y, sobre todo, Carlos Salinas de Gortari. Cabe, una vez que el PRI ha sido derrotado en todo el territorio, la pregunta sobre si López Obrador sí querrá borrarlo del sistema de partidos, como no quiso Vicente Fox –de poder, puede.
La mesa está puesta para muchas cosas. Andrés Manuel podría incluso aspirar a ser el último gran presidente de México –si todo le sale bien– y cerrar el ciclo presidencialista abriendo paso a un parlamentarismo que genere un sistema más flexible –y que al mismo tiempo haga menos probable la reversión de cambios profundos, si los realiza. Podría también conducirnos a un bipartidismo moderno, con una izquierda y una derecha tan programáticas como mexicanas, como quiso Ávila Camacho y descubrió Soledad Loaeza. Sólo así tendría sentido su tentativa de eliminar diputados de representación proporcional. La otra opción sería reconstruir el presidencialismo con todos sus mecanismos, lo que con el cambio en la correlación de fuerzas y con el pluralismo sólo nos garantizaría una montaña rusa cada seis años, y no la normalidad política del nuevo orden que busca todo Gran Reformador. Cualquier cosa será un resultado contingente, político, histórico, no sólo un plan de rediseño institucional.

Dos: el fraude

Hace un par de semanas hablé aquí de no perder de vista el fraude electoral. Y no ha dejado de suceder, en algunos lugares masivamente. En Iztapalapa, por ejemplo, a pesar del operativo electoral más descarado y lleno de ilegalidades que se haya visto en una jornada electoral, triunfó Morena. En otros lugares, marcadamente en Puebla, el poder se sirvió con la cuchara grande. Rafael Moreno Valle y Martha Érika Alonso utilizaron pistoleros, secuestraron casillas, rellenaron urnas, compraron funcionarios, hicieron todo lo que estuvo en sus manos para robarse la elección de Puebla. Fue tan obvio que Roy Campos dio, en un momento, por ganador a Miguel Barbosa, después de tener todas las precauciones estadísticas para no quedar mal con lo que las autoridades dijeran después. Con el control que los Moreno Valle lograron sobre su instituto electoral es muy difícil que se abran las urnas para que se sepa qué contienen. De todos modos, algunas han tardado muchas horas en llegar a su destino. ¿Cómo va actuar el nuevo poder frente al fraude, antes de tomar posesión? Los reflejos izquierdosos me llevan a querer que se tome Casa Puebla –la residencia del gobierno– y el instituto electoral hasta que se acepte que se abran todos los paquetes, pues no lo harán por la buena, pero podría ser que se opte por una vía jurídica, primordialmente, o peor, que se haga que Barbosa se rasque con sus propias uñas mientras Morena nacional se desentiende para no perder imagen presidencial. No lo creo, francamente, pero lo que se haga irá dándonos indicios del estilo de ejercer el poder.

Tres: el mandato

La izquierda mexicana a veces tuvo que elegir entre ser izquierda o ser mexicana: respetuosa del guadalupanismo y las religiones, de símbolos patrios formales e informales, de la cultura de masas. No podía hincarse donde se hincaba el pueblo, porque eso implicaba volverse un poco nacional-revolucionaria, y eso era como volverse priista. Morena no tuvo ese complejo, aunque tampoco perdiera su marcada identidad de izquierda. López Obrador entendió e hizo entender que eso era necesario para ganar. En el partido dominan, por mucho, las posturas igualitarias en todos los aspectos, pero la voluntad de triunfo llevó a querer ocupar todo el espacio político –y al parecer AMLO ganó entre tirios y troyanos. La estructura del voto por el nuevo presidente, no obstante, deja también un mandato muy claro: el nuevo gobierno debe caminar a la izquierda. Morena y el Partido del Trabajo recibieron muchos más votos que el PES, cuya aportación fue importante, más simbólica que programática, más bien cualitativa que cuantitativa. Se demostró que podían ponerse por delante causas en común, y la derecha civilizarse un poco –aceptar sin cortapisas la diversidad sexual. La campaña terminó y el nuevo gobierno tendrá que encontrar en sus votos de izquierda todo el respaldo para las agendas que su formación ha defendido, aunque se vaya a gobernar para todos. Hay, desde luego, incógnitas que resolver. Por ejemplo: ¿iremos hacia un régimen laboral estructuralmente más justo con Luisa Alcalde en la Secretaría del Trabajo? ¿Dominará la apuesta por un capitalismo con decencia –si es que eso se puede en México– con Alfonso Romo desde la Oficina de la Presidencia de la República? ¿Ambas? No falta mucho para ver los alcances del golpe de timón.