Raymundo Riva Palacio
Enero 18, 2017
La ansiedad domina a la sociedad mexicana ante el temor y la incertidumbre de lo que hará Donald Trump una vez que asuma la Presidencia de Estados Unidos. El sentimiento no es patrimonio de los mexicanos, sino que esa sensación se viene dando en Estados Unidos desde la primavera de 2016, en plenas elecciones primarias, y en el mundo tras la derrota de Hillary Clinton en noviembre. La ansiedad se produce por el sentimiento de que se ha perdido pertenencia, y que todo a lo que uno estaba asido, ha sido removido. Hay un trauma colectivo porque la era Trump será como entrar a un túnel oscuro. ¿Qué va a pasar?
Donald Trump rompió todos los paradigmas bajo los cuales se organizaba el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El modelo económico de Bretton Woods, que fue vigente hasta 1972, cuando empezó a cambiar el orden económico que dio lugar al Consenso de Washington y la rigidez fiscal. El libre comercio era credo, y la globalización una realidad. Los países se volvieron interdependientes, con lo cual también se fue calentando la Guerra Fría, que terminó con el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, que acabó con la necesidad de un armamentismo alocado para disuadir al enemigo de atacar. Nadie ganaría en una Tercera Guerra Mundial, que traería consigo el invierno nuclear.
Este era el mundo antes de Trump. Después de 18 meses de campaña presidencial y la victoria que lo llevará este viernes a la Casa Blanca, el mundo es diferente. El libre comercio no es lo que lo inspira, sino el proteccionismo. La globalización cedió el lugar, en su visión, al parroquialismo y los microsistemas de desarrollo. Han cambiado todos los referentes. Lo que había sido el largo camino por la equidad y el respeto de género, fue pisoteado por Trump, quien demostró que a mujeres y hombres no les preocupa que abuse sexualmente de las mujeres y las maltrate. Lo mismo de los discapacitados, a quienes pudo humillar sin pagar costos.
Dos pilares de la democracia, la prensa libre y la transparencia, fueron atropellados por su talante dictatorial. No le importan los conflictos de interés, sino los estimula, ni que el equipo de gobierno que está armando camine en sentido contrario de todo: su procurador, es racista; quien verá el medio ambiente, dice que es mentira el calentamiento global; el que encabezará los organismos regulatorios quiere la desregulación; a quien piensa llevar a la Suprema Corte de Justicia, está en contra de la despenalización del aborto; el responsable de negociaciones comerciales, piensa que los tratados de libre comercio no sirven. Quien encabezará la diplomacia, es un querubín de Moscú y odia a los chinos; el responsable de las finanzas, evade impuestos.
El trauma colectivo, le dijo en noviembre pasado a la revista The Atlantic, Jack Saul, director del Programa de Estudios Internacionales de Trauma con sede en Nueva York, “es una experiencia compartida de amenaza y ansiedad en respuesta a eventos continuos o súbitos que implican alguna amenaza al sentimiento básico de pertenencia en una sociedad. Usualmente es una disrupción del orden social y moral”. Ese trauma, según Saul, no se debe únicamente a lo que ya sucedió, sino a la percepción de lo que vendrá. En México, ya sucedió que un amenazante tuit de Trump hiciera que el peso cruzara la barrera de los 21 pesos por dólar, y las constantes amenazas sobre las empresas de la industria automotriz de imponerles un impuesto fronterizo para las que exporten a Estados Unidos, sin importar que sean armadoras estadunidenses o de otra nación. El temor a lo que vendrá es como el Armagedón.
En los últimos días se han comenzado a ver reacciones para anteponerse a la ansiedad. Dos empresas dijeron que ya no comprarían automóviles estadunidenses para sus flotillas, que fue la primera acción concreta al mensaje que ha circulado en las redes sociales desde hace casi un mes, donde invitan a los mexicanos a no comprar ningún producto de esa nación y volcarse a los productos mexicanos. Las primeras acciones defensivas de empresas canalizaron los temores hacia la propuesta de acciones belicosas. Boicots a todo lo que tenga la marca estadunidense, y protestas permanentes para expresar el malestar con Trump y lo que representa.
La ansiedad por el advenimiento de Trump es resultado de la ansiedad de muchos estadunidenses –no tantos como los que votaron por Hillary Clinton, pero 107 mil suficientes para darle la victoria en el Colegio Electoral– por su trabajo, por su bienestar, por el terrorismo, combinado con la insatisfacción con el status quo. Muchos de los acontecimientos que sucedieron el año pasado –la victoria de Trump como el Brexit y el crecimiento de la extrema derecha en Europa–, escribió José Antonio Fernández, presidente del Consejo de Administración de FEMSA, no son mas que una manifestación de la transición que vivimos hacia una modernidad líquida, y que conlleva grandes movimientos constantes, así como cambios de paradigmas.
En esa modernidad líquida, desarrollada en un libro de 1989 el recientemente fallecido sociólogo polaco Zygmunt Bauman, no hay vínculos permanentes, y todo lo que nos rodea es desechable, incluidas las relaciones humanas, que son contingentes y fácilmente mutantes. “Ante este entorno mundial y local”, agregó Fernández, “¿qué podemos hacer? ¿Debemos adaptarnos y sobrevivir? ¿Aferrarnos al pasado, a lo sólido, o contribuir a crear la realidad que anhelamos, aprovechando la nueva época que vivimos?”. Bauman lo sugiere: hay que reinventarse. ¿Resolverá la ansiedad? Quién sabe. Lo que sí es que dará una dirección a lo que en estos días no tiene rumbo.
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