EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Último día, fin de ciclo

Gibrán Ramírez Reyes

Noviembre 30, 2018

 

Hoy es el último día de gobierno de un presidente neoliberal y aquí sólo quiero dimensionar lo que eso significa. No es que fuera especialmente ideológico, sino que Enrique Peña Nieto, como todos los suyos y sus antecesores, tenía arraigados en su pensamiento algunos postulados que se hicieron avanzar históricamente y modelaron el sentido común de nuestra época. Según la Historia mínima del neoliberalismo que escribió Fernando Escalante –un libro que debería leer toda la izquierda mexicana–, delinean al neoliberalismo la afirmación de la superioridad técnica y moral del mercado sobre otras lógicas –se sostiene que el mercado es la mejor solución para los problemas económicos y sociales, y además es la expresión concreta de la libertad–, la primacía del individuo sobre los colectivos, la superioridad de lo privado sobre lo público.
De ello se ha derivado un pensamiento para todos los campos, una idea de la naturaleza humana, de la moral, y, más importante, ha configurado el mundo tal como es. Parte de la mecánica ha sido perversa, una auténtica profecía autocumplida. El terror por lo público, el desprecio, ha resultado en que presupuestalmente se abandone, por su presunta falta de eficiencia. Este abandono ha provocado que lo público estatal de hecho sí baje su calidad, y con esta baja real es fácil seguir argumentando en el sentido de que debe abandonarse, de modo que lo privado termine siendo efectivamente superior. Y voilà, la teoría funciona. Así cualquiera. Es lo que pasó, por poner un ejemplo, con las grandes instituciones de salud pública. O con Petróleos Mexicanos.
Hoy es el último día de gobierno de un presidente neoliberal. Los hemos tenido desde hace 36 años –la cuenta comienza con Miguel de la Madrid–, o sea que más de una tercera parte de los mexicanos nacimos bajo este régimen y bajo el reinado de estas ideas, que proyectadas desde el Poder Ejecutivo hicieron su propia revolución. Se trató de la sucursal mexicana de lo que Carlos Tello y Javier Ibarra llamaron La revolución de los ricos, un proceso mundial de auge neoliberal, de concentración de la riqueza, de transformación de la política, de transición societal. El país que tenemos es, en ese sentido, neoliberal, incluidas algunas cosas buenas que me cuesta trabajo evocar, que simplemente no me vienen a la mente, pero que debe haber.
Hoy es el último día de gobierno de un presidente neoliberal, pero también debe advertirse que esto no cambiará todo de inmediato. Para destruir por completo el neoliberalismo tendríamos que deshacer y rehacer al país, y nadie quiere ni es capaz de eso. Tampoco los neoliberales lograron hacerlo, si bien algunos quisieron. Durante su reinado, tuvieron que mantener instituciones sociales heredadas del viejo régimen, como la salud pública, el ejido, la educación pública. Permanecieron resabios colectivistas, solidarios, legado institucional que, sin embargo, ha sido corrompido a un nivel difícilmente descriptible. El nuevo régimen tendrá que hacer énfasis en esas instituciones e incluso crear algunas nuevas, al tiempo que borre parte del legado neoliberal. Por la composición del nuevo bloque histórico, por la inclusión de oligarcas incluso cerca del presidente –Alfonso Romo y el consejo asesor empresarial, por ejemplo–, habrá claros límites. El más obvio es el conservadurismo fiscal, pero habrá otros en las relaciones obrero-patronales, en la regulación de los mercados. No lo sé, pero vale la pena observarlo. No se trata de un proyecto socialista –qué más quisiéramos algunos–, sino de un proyecto populista democrático, posneoliberal –seguirá llevando una serie de rasgos del régimen derrotado– y nacionalista, en el buen sentido. No hay guión, ni el horizonte parece fijado; hay discusión, proyectos en contienda, rearticulación de fuerzas, imprevisibilidad y cambio: política en estado puro.