EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Un asesor sin escrúpulos

Raymundo Riva Palacio

Junio 13, 2005

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Federico Arreola es el más reciente asesor sumado a la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Como secretario técnico de sus redes ciudadanas, una estructura política paralela al PRD, ya tuvo su primer fracaso al recibir un portazo en la cara la semana pasada su campaña de recaudación de fondos con métodos filantrópicos. Su pretensión de redondeo en tiendas de autoservicio le fue negado por razones fiscales y porque el objetivo de ese mecanismo no es político sino altruista. López Obrador se reunió de emergencia con miembros de redes ciudadanas para analizar la forma de reparar el daño, al que fue sometido por Arreola, cuyo plan de financiamiento de campaña ni había negociado en el IFE o tiendas de autoservicio, ni había compartido para su análisis colectivo con sus nuevos compañeros de viaje.

La política es para profesionales, no para aventureros como Arreola. López Obrador no lo invitó a su estructura paralela por ser político, sino, como lo anunció en mayo, por ser “un buen periodista, un buen profesional… una gente destacada, una gente buena”. Aunque nadie en las redes cuestionó el nombramiento que iba a ser para el ex candidato al gobierno de Oaxaca Gabino Cué, la llegada de Arreola, lejos de ser bien tomada internamente, se le vio con recelo. Hacia el exterior, en el gremio al que apeló López Obrador, fue como una gracejada. Pese a su paso por los medios durante más de una década, Arreola nunca ha sido considerado periodista. En mucho más de una ocasión se le ha señalado como un oportunista sin escrúpulos ni vergüenza.

Arreola es un economista del Tecnológico de Monterrey que ha hecho su vida en otro campo. Fue articulista de El Norte de Monterrey, desde cuyas páginas lanzaba loas al ex presidente Carlos Salinas. En un iluminador recuento de sus dichos a lo largo del tiempo, la revista Etcétera (etcétera.com.mx) recuerda textos de Arreola en 1992 donde afirmaba que “debido a su magnífico trabajo, Salinas debería de permanecer durante un periodo más en el puesto que actualmente ocupa”. Un periodista al que después traicionó lo presentó con Luis Donaldo Colosio, de quien quedó tan prendido que se montó en su campaña presidencial para escribir apologías propagandísticas en El Norte, hasta que le pusieron un alto: no podía escribir sólo de Colosio. Y se fue.

Arreola se convirtió en el amigo lúdico de Colosio hasta que lo hartó. Poco antes de su asesinato, Colosio pidió que ya no lo dejaran subir al convoy de la campaña. Arreola sólo servía para fines existenciales; nunca fue consejero político, contra lo que ha vendido por una década, ni participaba en las juntas de estrategia, como ha hecho que crean, ni tampoco hubiera tenido un papel relevante en un gobierno colosista. De las llamadas viudas de Colosio, como se ha llamado a algunos de sus amigos, es el que más ha lucrado con la mentira. Del amor deslumbrante hacia Salinas, pasó a la pasión por Colosio. Y seis días después de su asesinato, se tornó servil con su relevo, Ernesto Zedillo, cuando dijo que había que enterrar a Colosio y ungir a su sucesor, a quien llamaría después “un político con los pies bien ubicados en la tierra”. Arreola no traspasó nunca al despacho de Zedillo, y se quedó siempre en el de su secretario particular, Liébano Sáenz, a quien había conocido con Colosio.

Durante el sexenio de Zedillo se coló profundamente en los intereses de Francisco González, un hombre de buen corazón propietario de una de las principales empresas multimedia del país, dueña del Grupo Milenio. Arreola le metió miedo para ganar su confianza y dependencia, al hacerle creer que después del arresto de Raúl Salinas, irían por los empresarios que eran amigos de la familia. Le ofreció que con sus contactos con Sáenz, él le ayudaría a nunca ir a la cárcel. En realidad, jamás hubo intención alguna de proceder judicialmente contra algún empresario que hubiera tenido relación con la familia Salinas, pero la inyección de temor e incertidumbre funcionó durante largo tiempo. No obstante, fue un activo para González, a quien le ayudó a conseguir terrenos para construir cines en varios estados, y contratos de publicidad con varios gobiernos. No se sabe hasta ahora si pudo concretar compras o permutas de terrenos para esa empresa en el Centro Histórico de la Ciudad de México, pero lo que sí sucedió es que Arreola se le fue metiendo a López Obrador, de quien se convirtió en una especie de asesor informal.

Esto, huelga decir, mientras fungía como director general y vicepresidente del Grupo Milenio, cuya línea editorial puso al servicio del jefe de gobierno. No hay recuerdo en la memoria reciente en que un periódico haya servido de manera tan pueril al periodismo a través de la propaganda como lo hizo Milenio durante el último año de gestión de Arreola, inventando informaciones –que en realidad cabían sólo como artículos de opinión–, magnificando hechos, violentando la ética y demoliendo la técnica periodísticas, pero sobretodo, utilizando su columna De Ribete en la página 3 del diario para ejercitar el ejercicio más deshonesto de propaganda disfrazada de opinión independiente. Extrañamente aún conserva ese espacio con el correo electrónico de Milenio.

Arreola es un tipo mal visto en el gremio periodístico. Salinas no le hizo caso y se le volteó. Zedillo tampoco e hizo lo mismo. Quiso intentarlo con la primera dama Marta Sahagún y, como en el caso de Zedillo, sacrificando periodistas para cumplir ese objetivo, pero tampoco lo logró. Repitió la receta con López Obrador, despidiendo a una columnista crítica de él, mostrando que su patrón es permanente. La única diferencia es que López Obrador sí le ha creído sus argüendes y lo rescató cuando finalmente González se dio cuenta de la traición de Arreola. Lo que resta preguntarse es hasta cuándo durará la lealtad de Arreola hacia López Obrador, recordando que ese valor siempre ha sido guiado por la dirección del viento.

 

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