EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

ESTRICTAMENTE PERSONAL

Veinte años después

Raymundo Riva Palacio

Junio 07, 2006

Moscú.- Para un visitante que dejó de venir a Moscú en los albores de la era Gorbachev, cuando se introducía a marchas forzadas la perestroika y la glasnost, lo que ha resultado de aquello en lo que fue el corazón del viejo imperio soviético puede ser traumático y dramático, según el lado en que uno se ubique dentro de la geometría ideológica. Pero lo que sí resulta inequívocamente asombroso es la transformación radical que se ha dado desde que en 1991 se colapsó el comunismo y se empezó a desmantelar la Unión Soviética, terminando formalmente el mundo de la Guerra Fría y comenzando la nunca trillada globalización.
Lo cosmético, como siempre, es lo más visible, en excesos de frivolidad como el ver a peluches de Disney posando para los turistas frente al Kremlin, o en la venta regida por la ideología del dinero de camisetas “MacLenin´s”. Están también resultados tangibles de la perestroika, que fue el gran salto de una economía centralmente planificada a la de libre mercado, donde el ícono más relumbrante se encuentra en los almacenes Gum, que eran una enorme masa de cemento gris en el mejor estilo arquitectónico del socialismo real –una mezcla extraña del gótico barroco y la majestuosidad del estalinismo– en la Plaza Roja, donde uno no podía explicarse cómo la superpotencia que inició la carrera espacial podía tener tan abandonado, en términos materiales, a su pueblo.
Los almacenes Gum eran el centro de un precario consumo. Ahí se adquiría mediante el sistema de racionamiento que abarcaba cada faceta de la vida cotidiana, ropa gris que era toda igual, y zapatos de suelas gruesas –para hombres y mujeres– que prácticamente no se distinguían, camisas y abrigos similares para todos en estancos semi vacíos que compartían con electrodomésticos que había pasado de moda en Occidente muchos años atrás. En las cajas se usaban ábacos para las sumas y restas. Hoy, eso es historia para muchos de los visitantes que empiezan a recorrerlo en la tienda de Louis Vuitton y terminan en la de Hugo Boss, sin ningún respeto para el Kremlin desde donde Iván El Terrible gobernó en la primera gran larga noche de terror, Napoleón vio cómo ardía Moscú y José Stalin ordenó las purgas masivas, la represión y la muerte.
El Moscú gris y lúgubre no ha terminado de desaparecer, pero se ha transformado. Los viejos Lada han sido remplazados por un ejército de Mercedes Benz y Audis que abundan sobre las calles de esta capital, y por Ferraris, Masseratis, Jaguares, y Hummers. Abundan los restaurantes de lujo, algunos con una decoración que costó de 50 millones de dólares, y otros que pertenecen a afamados restauranteros parisinos. Como todos estos bienes de consumo de lujo, también hay grúas de construcción por todos lados para levantar departamentos de lujo, como está sucediendo con el inmenso hotel Rusia, con sus largos corredores y pisos con policías en cada uno de ellos, donde el estado soviético llevaba a sus invitados que no eran VIP, que al pensarse que no está a la altura de las aspiraciones actuales, lo están reconvirtiendo en cottages, a dos mil dólares por metro cuadrado.
Este es un fenómeno derivado directamente de la globalización de los 20 últimos años. En la vieja Unión Soviética había una uniformidad en la pobreza y una ausencia de libertades políticas. En la Rusia federada de hoy, hay más libertades políticas –aunque falta para considerarlo un país libre en los términos occidentales–, y una desigualdad más contrastante. Esto es lo que no se ve porque está debajo de la piel. El cambio de una economía estatizada a una de libre mercado produjo desempleo porque se acabaron los subsidios, y el colapso de la producción industrial como efecto estructural. Desde 1999 se dispararon las fusiones y adquisiciones en Rusia, donde los viejos gestores dentro del sistema comunista pasaron a ser los grandes empresarios de la nueva nación. Rápidamente fueron integrando grandes conglomerados industriales, estimándose en la actualidad que 20 de ellos controlan el 70 por ciento del producto nacional bruto.
Estos conglomerados, han derramado dinero para las élites, creando millonarios, pero sin extender la bonanza al resto de la población, cuyo per cápita es cinco veces menos que el de los alemanes y la mitad de los polacos. Lo que sí proliferó como resultado directo del cambio de modelo, fue la corrupción. Aunque la corrupción forma parte de la cultura rusa desde los tiempos zaristas, el fenómeno se ha disparado. La Fundación Indem reportó el año pasado que la corrupción alcanzó los tres mil millones de dólares, que es dos veces y media más elevado que el presupuesto estatal. El 50 por ciento de los moscovitas, según Transparencia Internacional (TI), paga sobornos en actividades como la renovación del pasaporte, o para que sus hijos obtengan mejores calificaciones en la escuela o sean admitidos en las universidades, para que de esa forma eludan el servicio militar.
La corrupción está tan generalizada, que hay una traslapación entre los moscovitas sobre lo bueno y lo malo. Según TI, los moscovitas piensan que la policía, los ministros y los funcionarios son más corruptos que los ladrones, los narcotraficantes y los terroristas. Sin embargo, los policías no se encuentran al final de la cadena, sino que parecen ser parte integral, aunque secundaria, de la misma. El Indem reportó que en los 4 últimos años, los empresarios pagaron 10 veces más sobornos que en la década anterior, principalmente a funcionarios, aunque más de una decena de ellos, principalmente extranjeros, fueron asesinados por la mafia que se quiso apoderar de sus negocios o porque se negaron a pagar protección. Varios periodistas rusos que denunciaban estos arreglos, también fueron ejecutados.
No es una ciudad o un país seguro. No se ve, ni se siente, pero existe una fuerte lucha por el poder económico que, de una forma u otra, tiene un impacto en la vida política. Apenas el viernes pasado, el presidente Vladimir Putin despidió inesperadamente al fiscal general Vladimir Ustinov, sobreviviente de anteriores regímenes, aparentemente molesto por los abiertos pronunciamientos que hizo sobre la corrupción gubernamental. No se saben exactamente las razones de la dimisión, aunque la prensa rusa especula que, en realidad, lo que Putin comenzó fue una purga de enemigos políticos para preparar su sucesión en 2008 y abrir el campo a sus delfines. Esto tampoco se discutía abiertamente hace 20 años, donde todo era cerrado, se volteaba sobre los hombros para ver si lo seguían, los extranjeros vivían en guetos y la vodka era la única fuga material real. Sí han cambiado las cosas, aunque a veces los caminos se bifurcan hacia destinos inesperados e indeseados. Pero como aquí señalan insistentemente, Rusia está en la transición democrática, a la cual hay que darle tiempo para que madure.

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