EL-SUR

Miércoles 17 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Viendo charros desde la izquierda

Gibrán Ramírez Reyes

Febrero 21, 2018

Quien quiera verlo como una justificación así lo verá, yo sólo quiero explicar de qué forma lo entiendo. Cómo no voy a ver todo esto con cierta amargura, si mi formación política, la militancia de mis padres, viene de la tradición socialista –del PCM, del PSUM, del PMS–, no del priismo, que los reprimió, o del charrismo sindical, a cuyos agentes vi actuar con violencia en más de una ocasión contra la democracia sindical –inventar votaciones, golpear maestros, amenazarlos, cerrar sus locales, métodos que se convirtieron en el sello de Elba Esther, el charrismo llevado a un nivel superior. Nunca ha sido cosa de juego, y hay una serie de agravios que difícilmente se olvidarán.
Por eso, en mi familia, y creo que en el gremio magisterial en general, se vio como una gran decisión que Andrés Manuel López Obrador rechazara el ofrecimiento de Elba Esther Gordillo para aliarse y cuidar casillas en 2006. No había que hacer compromisos que limitaran la capacidad de cambiar las cosas –como en efecto lo serían con EEG, que bajo ninguna consideración permitiría que las elecciones sindicales fueran libres, pues su poder dependía en gran medida del apoyo (y el dinero) que le obsequiaba el gobierno, de su interlocución con él. Pero también, justamente por eso, me llama poderosamente la atención que no sean profesores, principalmente, los que ponen el grito en el cielo porque algunos agentes del viejo gordillismo se hayan acercado a Morena y su apoyo haya sido recibido.
En mi opinión, pasa lo siguiente. Los profesores saben que la vieja charra está en desgracia, que los suyos carecen del capital político de antaño, y que representan a una parte del magisterio –la mayoría silenciosa que hizo posible el reino de los indecentes. Una parte del magisterio que, cabe decir, fue también afectada por la autoritaria reforma educativa y su esquema draconiano de evaluación. Puede concederse que el gordillismo ya no es lo que era y sus bases forman parte de los agraviados –como formaron parte de los que protestaron contra la reforma educativa aun en los estados más oficialistas. Hoy lo equivalente a aliarse con Elba Esther Gordillo en 2006 sería aliarse con la dirigencia peñista del SNTE y el Panal. No sé si estuvo entre las opciones de Morena, pero no sucedió.
Si la misión de 2006 era, con cierta claridad, abrir paso a la democracia sindical en lo que quedaba de sindicalismo, en 2018 la tarea es más ardua, más elemental y menos agradable: restablecer las redes de mediación entre el gobierno y la sociedad en el mundo del trabajo. Lo explico: antes había líderes charros, que tenían la función de disciplinar a las bases sindicales pero que también mediaban sus demandas con el gobierno, esa era la condición de su permanencia por parte de los trabajadores, pues por más autoritarias que fueran, las dirigencias charras no eran dictaduras que se mantuvieran solamente con el uso de la fuerza física. Así, hacia abajo, los dirigentes ofrecían algunos beneficios colectivos, y hacia arriba amenazaban con la fuerza de su gremio, para lo cual debían tener una capacidad real de intermediación y control. En los últimos sexenios, la capacidad de los grandes sindicatos de amenazar a empresarios y gobiernos con un liderazgo real fue deshecha a conciencia. Era necesario para favorecer las políticas neoliberales, la entrega del territorio a las mineras o la reforma educativa, por colocar dos casos.
A semejanza de los sindicatos de protección patronal, cuya función es policial y procura anular los intereses de los trabajadores, a partir de los años de la democracia electoral se optó por mecanismos que fortalecieran el control, favoreciendo la flexibilización y precarización laborales, y anularan la intermediación. De tal modo, muchos viejos dirigentes charros se adaptaron a su nuevo papel testimonial-policial, mientras otros, más empoderados, intentaron actuar según el viejo esquema. Así, cuando un día Gordillo amenazó con volver a hacer sindicalismo –en una entrevista con Adela Micha–, no tardó ni una semana en caer presa. Así, cuando Napoleón Gómez Urrutia se opuso moderadamente a algunas privatizaciones o intentó postularse a la presidencia del Congreso del Trabajo, fue muy incómodo para el gobierno neoliberal, los empresarios expoliadores y los sindicatos testimoniales-policiales. No fueron radicales ni demócratas, quizá ni siquiera decentes, pero su función resultó inasimilable para el régimen.
Por lo dicho, la misión es mucho más incómoda que antes: implica volver a colocar en la agenda el mundo del trabajo y reconstruir a los sindicatos como instancias de intermediación, lo que no quiere decir entregarlos a los mismos líderes de antaño. Sin embargo, la relación debe reestablecerse, y mejor si es mediante los organismos intermedios más naturales entre sociedad y Estado: los partidos políticos. En una democracia decente, una digna de tal nombre, los partidos políticos tendrían relación con grupos que propusieran una u otra forma de sindicalismo y que compitieran libremente en sus gremios. En nuestro caso, la disyuntiva es un poco más radical: hay un bloque que quiere terminar de exterminar al sindicalismo, para lo cual sirven muy bien los monstruos mediáticos, y otro que para gobernar y dar a luz un verdadero nuevo orden social necesita volver al mundo del trabajo, al mundo de la gente, y para eso las alianzas con dirigentes sindicales descontentos, de aquí y de allá, de la CNTE y del SNTE, son un recurso inmejorable. En su momento también lo hizo Lázaro Cárdenas.