Cuando Bioy Casares se enteró de la muerte de Borges, comprobó con asombro que daba sus primeros pasos en un “mundo sin Borges”. Es el vacío que deja Ricardo Piglia, se duele Juan Villoro.
El escritor argentino falleció el viernes de un paro cardiaco en Buenos Aires, a los 75 años. En septiembre de 2013, Piglia se enteró de que padecía esclerosis lateral amiotrófica. A pesar de la enfermedad, ataja Villoro, su amigo, no dejó de leer ni de escribir, dando una lección ética ejemplar.
“Piglia fue un autor indispensable. Gran lector de Borges pero también de Arlt, unió dos polos de la literatura argentina. Sus cuentos y novelas le debían mucho a la vida de barrio y a la cultura popular, pero también a la reflexión sobre la forma en la que se cuentan las historias”, apunta el escritor mexicano.
Creía que la literatura era una forma privada de la utopía.
Una biblioteca y el acto de leer eran su primer recuerdo. Él tomando un libro, salir a la calle y sentarse en la banqueta pretendiendo leer, hasta que un adulto que pasa por allí le dice que está al revés. Tenía cuatro años…
Así arranca la primera entrega de la trilogía Los diarios de Emilio Renzi. Su alter ego, escritor y periodista, que reaparece en sus libros. Un juego de espejos con el nombre completo del escritor: Ricardo Emilio Piglia Renzi. Un diario de vida que empezó a los 16 años.
“No hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Sin embargo, estoy convencido de que si no hubiera empezado esa tarde a escribirlo, jamás habría escrito otra cosa”, le dijo Piglia al cineasta Andrés di Tella en el documental 327 cuadernos.
Empezó a escribir cuando su familia dejó Adrogué, tras el derrocamiento de Perón, y se mudó al Mar del Plata. Lo vivió como un destierro.
Escribió cinco novelas: Respiración artificial, La ciudad ausente, Plata quemada, Blanco nocturno y El camino de Ida; los cuentos de Nombre falso, La invasión y Prisión perpetua, y los ensayos Formas breves, Crítica y ficción, El último lector y Antología personal.
“Mi ilusión literaria ha sido intentar escribir cada libro como si fuera un escritor distinto”, decía.
Un clásico en vida, lo define Sergio González Rodríguez, pero con una virtud adicional: una persona de gran cultura y trato gentil, siempre abierto, preocupado por dialogar con sus alumnos, colegas y todo aquel que se acercaba a él.
“Es uno de los escritores superiores en lengua española del siglo XX y lo que va del XXI”, apunta.
Novelas como Respiración artificial, La ciudad ausente y Plata quemada transformaron para siempre, añade, la forma de narrar ficciones en ésta y otras lenguas. “Ya que pudo ensamblar lo literario y lo político con exactitud y elegancia intelectuales, además de potenciar las posibilidades imaginativas a partir de explorar el relato policiaco o de corte especulativo”, opina González Rodríguez.
Villoro destaca que sus cuentos y novelas le debían mucho a la vida de barrio y a la cultura popular, pero también a la reflexión sobre la forma en la que se cuentan las historias. Nos recuerda que se formó como historiador y en Respiración artificial puso en tensión los discursos de la verdad y la ficción.
El crítico Julio Ortega lo pinta como un narrador de aliento, “cuyos primeros cuentos son productos de un laboratorio analítico, donde la ficción y la historia se funden como metáforas fronterizas de la nación en construcción”.
Tan atinado como autor fue como lector, según Carmen Boullosa, jurado del Premio Rómulo Gallegos, que Piglia ganó con Blanco nocturno. Un premio obvio: Piglia era Piglia. “Sabía cuando estaba escribiendo que no dejaba de ser lector, por eso eran tan buenas sus novelas”, advierte la escritora.
El más metafísico de los lectores latinoamericanos, lo define Martín Solares. “Nos harán falta todas las formas de su escritura y la calidad de su trato”.
A decir de González Rodríguez, un ejemplo a seguir de cómo ser escritor de principio a fin en tiempos aciagos.
“Me cuesta trabajo pensar que no esté entre nosotros”, sentencia Villoro.