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Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Cultura  

El detective perfecto, una novela de Enrique Caballero

  Aurelio Peláez Esta es la primera vez que leo una novela en forma digital, me dije al recibir por correo El detective perfecto de Enrique Caballero, y concluí que sería la última. Pero a lo largo de su lectura acepté que era un formato correcto para la trama que desarrollaba, basada precisamente en lo … Continúa leyendo El detective perfecto, una novela de Enrique Caballero

Noviembre 27, 2021

 

Aurelio Peláez

Esta es la primera vez que leo una novela en forma digital, me dije al recibir por correo El detective perfecto de Enrique Caballero, y concluí que sería la última. Pero a lo largo de su lectura acepté que era un formato correcto para la trama que desarrollaba, basada precisamente en lo que ahora podríamos llamar el cibercrimen.
Conozco al médico Enrique Caballero, quien va por su cuarto libro, desde el inicio de mis tiempos de reportero, digamos que en 1989 o 1990, cuando él era una promesa de la política en el PAN –partido en Acapulco con campañas casi testimoniales–, hasta que no sé, 1999, por conflictos propios de ese partido se aparta de la grilla, y creo que perdimos a uno de los políticos más talentosos de esa generación, habiendo sido ya dirigente estatal, diputado federal y consejero nacional, cosa de la que muy pocos guerrerenses se precian.
Estuve algunas veces en una de sus varias casas, creo que tenía vista al mar, pero yo no me fijé en eso, sino en su espacio propio, una biblioteca ingente, es decir, creciendo, en donde me bailaron los ojos ante sus libros de ciencia ficción. Ah, y su bar, provisto de innumerables botellas casi, así se dice, al culo, porque eran las sobras que dejaban los jugadores de póquer que se reunían allí cada sábado, y a la que alguna acabé de rematar. Supe también de su afición al ajedrez, que compartimos y no, porque nunca nos citamos ante un tablero.
Póquer y ajedrez son protagonistas de El detective perfecto.
Intuyo que una buena parte de quienes están presenciando este diálogo son sus alumnos. Y les digo, El detective perfecto es una galería del museo de Enrique sobre sus lecturas de ciencia ficción, y de las novelas de detectives, policiacas y quizá rayando en el género de la la llamada novela negra.
El libro es una pedagogía sobre novelas, autores y personajes de ficción que yo no sabía que compartimos y que degusté con complicidad. Complicidad a distancia, porque hace muchos años que no tenemos un diálogo presencial, como ahora se dice.
Enrique se enfrasca en el reto de toda novela policiaca que se dé a respetar, el desafío a la inteligencia del lector. En la novela policiaca, el lector no sólo funge como testigo del autor, sino como cómplice de la trama, encargada a un detective que a saber se enfrasca en una historia que comienza en un crimen, un motivo a descubrir, unos sospechosos a investigar y un lío por resolver en las páginas finales. Que en este caso del que cuenta, como dice Enrique, los escritores la planean del final hacia el principio.
Todo el trabajo de Enrique son referencias a libros, escritores, comics, y en un particular acaso a una película, que se refiere a una novela que es una de las que está entre mis veneradas, El Halcón Maltés de Dashiell Hamett, por encima de la película que protagoniza Humprey Bogart, que es la que Enrique cita. Yo a Bogart lo prefiero en Casablanca.
La primera referencia de autor que encuentro en el Detective es a Chesterton cuando se refiere al club de los doce que se reúne todas las noches vía internet para proponer y resolver casos referentes a problemas policiacos de la vida real o de la ficción. Un club cerrado, de un número de miembros precisos que los sustituye sólo si hay la pérdida fatal de alguno. Me refiero a la picaresca novela El hombre que fue Jueves.
Chesterton, el inglés, el hombre que sabía demasiado, que con su compatriota sir Arthur Conan Doyle son padres de esa máxima de trabajo detectivesco que es la lógica, la deducción y la atención al desafío del criminal, ese que siempre regresa al lugar del crimen, en tiempos en los que, cristianamente, el crimen sí paga.
Enrique se toma su tiempo y logra un buen estatus sicológico para sus personajes, convocados todos a una misma mesa virtual por uno de ellos, que será finalmente el protagonista de la novela, de esta novela que se desarrolla en el mundo cibernético.
En la vida como en la novela, en la historia como en la vida cotidiana, las pasiones son las mismas: el amor, el odio, la pobreza, la riqueza, la generosidad, la envidia, los celos. A lo largo de generaciones vamos reciclando las mismas historias. El crimen, castigado desde edades bíblicas en el caso de Caín, y la justicia de ser desterrados ya no del Paraíso hacia un lugar inédito, sino a uno bien concreto como a una catatumba o a una lúgubre chirona.
De un juez salomónico pasamos ahora a una policía cibernética. El detective perfecto nos traslada a una etapa que ahora nos es inmediata como el criminal que planea sus fechorías vía Wasap o feisbuc, y el policía que los resuelve por la misma vía. Ese es el desafío al que nos reta Enrique. Les confieso haber tenido un reciente reto en ese sentido con el escritor noruego Jo Nesbo, y una docena de libros con su detective Harry Hole.
Uno de los defectos profesionales de los lectores policiacos es que uno anda por la calle descifrando rostros, actitudes, posibles sospechosos o criminales potenciales, que casi siempre resultan ser los taxistas que se manchan con la cuenta.
En El detective perfecto la reunión de estos singulares personajes, prácticamente ninguno con una vida del común cotidiano, transcurre en el ciberespacio. Una fuga neurótica, de personajes disfuncionales en la vida cotidiana, que sin embargo convienen una ética frente a una pantalla donde todos son anónimos, y sin embargo bastante sinónimos pese a sus avatares asumidos, todos ellos sobrenombres de personajes ya de alguna novela, cómic o película.
No los refiero a todos. Hay un cura licencioso, una bailarina de strip que busca redimirse, una inspectora de policía que pasa a ser investigadora del caso del crimen – sucede páginas más adelante– por default, un escritor en busca de tema, un adolescente masturbador, y un viejo mercenario postrado que no busca la redención o el perdón, sino la resurección en vida inmediata vía los trasplantes.
Y ahí va otra referencia bibliográfica, que no bíblica, que en este caso de bibliómanos podría ser bien válida, de Enrique. Agatha Christie, Diez negritos. Una convocatoria a una reunión, en este caso una ciber reunión, que los lectores de ésta deducen. La eliminación uno por uno de los asistentes –no he visto Juegos del hambre o El Juego del Calamar, me sospecho que algo así pasa– aunque a diferencia de la novela de la estadunidense, donde “no quedó ninguno”, en El detective Per-fecto algunos quedan.
Sin pretender ser un spoiler me congratulé con que la avatar Lisbeth Salander, la striper, se redimió, algo que me tenía acongojado después de un mes de desvelos hace algunos años leyendo hasta altas horas de la madrugada a Stieg Larsson.
El museo bibliográfico de El detective perfecto nos conduce a Poe, pero no Edgar Allan, sino a Ray Bradbury. Ya dije líneas arriba que conocí de Enrique sus bien alineados libros de ciencia ficción.
Cito Usher 2, un cuento de Crónicas Marcianas, donde el protagonista de Bradbury, William Stendhal, ajusta cuentas en algún futuro con una especie de episodio de Diez negritos, aunque se refiere a episodios de los libros de Poe, con los censores de la literatura, el cine, y su fantasía: “si hubieran leído los libros, habían adivinado lo que les iba a hacer… la ignorancia es fatal…”, les sentencia cuando va conduciendo uno a uno a esos comisarios de la decencia hacia la muerte.
Eso pasa en torno a la novela que nos obsequia Enrique, una continua referencia a sus lecturas, y un constante reto a la complicidad.
La trama pudo desarrollarse en cualquier ciudad, los personajes, seres tan comunes como nuestros vecinos, y la lógica cristiana nos diría que el crimen siempre la paga, pero Enrique elude la solución moral, la moraleja, y nos deja esa rara duda existencial de que este mundo no es perfecto. Aunque la satisfacción de haber tenido, a lo largo de la novela, un buen desafío intelectual.

* Intervención en la presentación vía virtual del libro de Enrique Caballero en la Universidad Hipócrates de Acapulco.