EL-SUR

Sábado 05 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Cultura  

Prepara la artista visual Teresa Serrano la exposición Gritos, susurros y guiños

Erika P. Bucio / Agencia Reforma Ciudad de México En un reducido departamento en el barrio neoyorquino de Soho, Teresa Serrano (Ciudad de México, 1936) conquistó su derecho a una “habitación propia” y, con ella, una identidad como artista. Partió en 1982 a Nueva York, ciudad que, como árbitro del arte, ya atraía a los … Continúa leyendo Prepara la artista visual Teresa Serrano la exposición Gritos, susurros y guiños

Octubre 01, 2022

Erika P. Bucio / Agencia Reforma

Ciudad de México

En un reducido departamento en el barrio neoyorquino de Soho, Teresa Serrano (Ciudad de México, 1936) conquistó su derecho a una “habitación propia” y, con ella, una identidad como artista.
Partió en 1982 a Nueva York, ciudad que, como árbitro del arte, ya atraía a los creadores extranjeros. Llegó allá divorciada, cansada de que su matrimonio pusiera límites a sus aspiraciones.
Se había casado muy joven; a los 26 años ya era madre de seis y vivía como autómata, atareada en la crianza y en resolver los problemas cotidianos.
Cuenta en entrevista que, al crecer sus hijos y disponer de más tiempo libre, se dio cuenta de que no tenía una identidad propia: “No sé quién soy yo”.
“Eso desató una controversia dentro de mi cabeza”, responde la artista de 85 años, entrevistada mientras alista en el Museo Universitario del Chopo la retrospectiva Gritos, susurros y guiños, una de sus poquísimas exposiciones en el país.
Recién llegada a Nueva York, confiesa haberse sentido “una ignorante”; iba a las galerías y se hallaba ante instalaciones que no entendía. En alguna ocasión vio una de Anish Kapoor, la galería olía a chile y azafrán, y también un performance de Marina Abramovic en que la artista lavaba huesos.
“Fueron muchas confrontaciones”, recuerda, y en un afán de aclararse, se acercaba a los curadores con sus preguntas. Pero, como sentía que no era suficiente, comenzó como oyente en la Universidad de Nueva York e iba a conferencias de artistas y críticos.
“Curiosamente me hice más amiga de poetas (David Shapiro y Raphael Rubinstein) que de artistas visuales”, evoca Serrano, quien durante 32 años dividió su tiempo entre la Ciudad de México y Nueva York; pasaba tres meses allá y un mes aquí para estar con sus hijos.
Empezó a pintar en México “con un grupo de señoras”, y se fue involucrando más; estudiaba a los pintores que conoció en los museos. Y aunque en la preparatoria recibió un “buen barniz cultural”, a los 36 años pensaba que era muy tarde para ir a la universidad.
Exhibió por primera vez con Lourdes Chumacero, y después, ya con “más idea de lo que hacía”, en la Galería de Arte Mexicano, en 1989, con la serie Ofrendas, dedicadas a sus muertos: a los 14 años perdió a su madre y, a los 35, a su padre.
En sus pinturas incluía dichos populares o fragmentos de canciones.
Con Ofrendas, exhibió por vez primera en Estados Unidos en la galería Annie Plumb, en Soho.
Antes había enseñado su obra a una galería que se mostró muy interesada en incluirla en una colectiva, pero, al enterarse que Serrano era mexicana, le dijeron: “No exhibo a latinos”, y la mandó a la galería de Mary Anne Martin, dedicada a los creadores de la región. Serrano, enfurecida, colgó una bandera mexicana en la entrada de su estudio en Nueva York.
A finales de los años 90 incorporó a su práctica la fotografía, la instalación y el video.
“Hice muchas cosas porque tenía la obsesión de que ya estaba muy vieja y que tenía que hacer todo lo que se me venía a la cabeza”, dice, sin temor al juicio.
En su obra, poco difundida en México, permea su autobiografía, así como la experiencia de ser mujer, el acoso sexual, la violencia de género y el machismo, además de la migración, la incomunicación, el cuerpo y el cuestionamiento de los códigos de belleza impuestos.
En una de sus piezas tempranas se valió del tejido para señalar el machismo imperante en el ambiente taurino, que conocía bien, pues “nació con los toros”; su casa era la última en Mixcoac y, al final, estaba el rancho San José, que ahora es la Colonia San José Insurgentes.
“Soy del cerro, de la naturaleza y la soledad”, declara la artista, que se confiesa mucho más tímida de lo que aparenta.
Iba a la fiesta brava con su padre, el empresario Julio Serrano, fundador de Cementos Anáhuac. Y dedicó algunas pinturas de los 90 al tema de los toros. Se confiesa incluso taurina, aunque ahora serlo “sea un pecado”.
Como a las mujeres les era vedado, “por ser de mala suerte”, entrar al lugar donde se elaboran las gruesas cubiertas de colchoneta, bordadas con agujas de tapicería muy gruesas, que sirven de protección a los caballos, tuvo que llevar a un trabajador de la plaza a su propia casa para un proyecto artístico: hacer colchonetas bordadas a las que tituló Ríos y Montañas.
“El arte trata de causar una pregunta, un cuestionamiento”, plantea.
La violencia de género contra las mujeres aparece en muchos de sus videos.
A raíz de las desapariciones y muertes en Ciudad Juárez, por ejemplo, produjo La piñata (2003), donde un hombre se ensaña a palos con una piñata con la forma de una mujer.
Y a pesar de las advertencias de un serio peligro, fue cámara en mano a recabar testimonios de madres solteras empleadas en las maquiladoras que habían levantado en el desierto sus precarias viviendas con desechos y materiales reciclados. Le sorprendió ver en aquel terregal una puerta art decó a la entrada de una casa, recuerda.
A Serrano le indignaba que las maquiladoras no dispusieran de autobuses para llevarlas de forma segura a las plantas, pero las obreras lo tenían claro: “No les importamos. Si se muere una, hay otras nueve esperando por trabajo”.
Se trata de una artista que comenzó por mirarse dentro para luego mirar al mundo.
Desde que tenía 9 años, recuerda, su padre le hacía leer los sábados y los domingos los encabezados del periódico. Si alguno le interesaba, le pedía leer la nota completa.
“Desde los 9 estoy leyendo el periódico; te hace un ente político”, asegura. “Me ha hecho una conciencia política que no me deja cerrar esa puerta para mirar lo que sucede alrededor y me concierne”.
Tras 30 años en Nueva York, en 2014 volvió a la Ciudad de México, junto al también artista Miguel Ángel Ríos, su pareja desde hace 35 años. Atrás quedaba el Soho, donde halló una ruta propia en el arte.

40 años de gritos

Si hubo un tiempo en que como artista tenía una cantidad de ideas abrumadora, ahora resiente el peso de la edad; su vista y su oído están un tanto disminuidos. Sin embargo, Teresa Serrano derrocha energía mientras recorre las salas del Museo Universitario del Chopo, en pleno montaje de su retrospectiva Gritos, susurros y guiños.
“Trabajo mucho menos, pero las ideas están ahí y me gustaría mucho poderlas realizar; no es tan fácil”, expresa. “Nunca fui una persona que se sepa promover, soy muy tímida para eso y muy poco sociable”.
Comisionada por el Chopo, creó el video Mujeres volcán (2022), sobre la violencia de género. “Es un grito para ver si acaso escuchan”, dice. Porque ve en México a un país que se ha olvidado de sus obligaciones con las mujeres.
Un trabajo que estará expuesto en la retrospectiva, entre casi un centenar de obras –pinturas, dibujos, esculturas, videos e instalaciones– elegidas por la curadora Karen Cordero.
A juicio de la artista, la selección sintetiza más de cuatro décadas de trabajo.
Entre las obras, destaca una instalación transitable a gran escala, Isla Jardín, con una gran cantidad de plantas en la galería central del museo, así como The Gloves 2 (1995), unos guantes verdes que ella misma tejió y metió dentro de una caja transparente con una declaración implícita contundente: “No volvería a ser el guante de nadie”.