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Cultura  

Se opuso Baudelaire con su poesía maldita a la falsedad de la burguesía, dicen en encuentro

Celebran los 200 años de nacimiento del escritor simbolista francés

Abril 10, 2021

Redacción

El bicentenario del nacimiento del poeta simbolista francés Charles Baudelaire, autor de Las flores del mal, Pequeños poemas en prosa y Paraísos artificiales, fue celebrado ayer en el encuentro Nuevos perfumes, colores y sonidos. Bicentenario del nacimiento del poeta Charles Baudelaire (1821-1867), que fue organizado por la Biblioteca Nacional de México vía streaming.
En el encuentro, la traductora María Andrea Giovine aseguró que la de Baudelaire “es una de esas voces que nos siguen hablando desde la poesía, desde la filosofía, desde el arte mismo”.
Consideró que como muchos otros poetas, “hace filosofía desde la poesía”
Reivindicó el vínculo del escritor con la filosofía, y recalcó que al poeta le tocó vivir en las ciudades producto de la Revolución Industrial, “que empieza a señalar de manera muy evidente a los marginados, aquellos que están en los límites, que van a ser tan queridos para Baudelaire, las prostitutas, los mendigos, aquellos que están fuera de esa burguesía” que se consolidaba en el siglo XIX.
Entre las ideas del escritor, ponderó la de la modernidad “como un tránsito permanente” y aseguró que “entre Marx y Nietzche está Baudelaire”, por “su poética, su idea del tiempo y del ser”.
Su idea de la “modernidad líquida”, aseguró la especialista, tuvo repercusión en el pensamiento de filósofos del siglo XX como Michel Foucault y Zygmunt Bauman
Puso de ejemplo el poema la moneda falsa, en el que explora el mal, con lo que se va a construir “toda esta gran leyenda de los poetas malditos”.
Esta construcción de un “ángel del mal” nace “como oposición a la falsedad del bien de la sociedad burguesa”.
Para Baudelaire, asentó Giovine, tanto la figura de Satán como la de Caín, en tanto que son seres marginados, representan ese “mal” que se opone a los valores que la sociedad burguesa está construyendo.

Sobreviviente de la censura

A Baudelaire pretendieron censurarlo y muchos quisieron ocultarlo aún después de muerto, pero las grandes obras resisten a quienes se incomodan con la relevación del mundo que les conviene. Desde el desasosiego y el dolor que lo gobernaba, el poeta francés escribió una obra que tiene lo sombrío de su tiempo y que entre muchas voces se realza en especial la de Edgar Allan Poe, quien desde el continente americano también empezó a descender a los sótanos que se ocultan en las capas del progreso y en los imaginarios de metrópolis diseñadas para los placeres del ser humano.
Sus poemas y escritos no están destinados a quienes viven y piensan de modo prosaico y prejuicioso. En el comienzo de Las flores del mal leemos: “¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!”. Y dedica el poemario al “hipócrita lector, mi semejante, ¡mi hermano!”.

Las soledades profundas

Su vida estuvo marcada por la soledad, a la sombra de la austera rigidez de su madre y su padrastro, el coronel Aupick. Sentía el desamparo y el aislamiento como destino.
Vivió ajeno a la sociedad, en sus márgenes, pero paradójicamente ansiaba integrarse en las multitudes: “Quien no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en medio del ajetreo de la turba”. Así lo describía el escritor Jean Paul Sartre:
“Aquel solitario tiene un miedo horrible a la soledad, nunca sale sin compañía, aspira a un hogar, a una vida familiar. Aquel apologista del esfuerzo es un ‘abúlico’ incapaz de someterse a un trabajo regular”, dice el filósofo ganador del Nobel.
Su carácter contradictorio fue proverbial. Admiraba por igual la belleza y lo grotesco, lo inmundo refinado y lo vulgar, la moral más prosaica y el inconformismo más anárquico y detestado por el sentido común.
Baudelaire solía pregonar que un hombre útil resultaba algo horroroso y que, en la vida, el único encanto verdadero es el juego, lo lúdico. Pero ocurría que le era indiferente ganar o perder:
“Aposté mi alma y la perdí, con una indiferencia y una ligereza heroicas.”
Desdeñaba las lisonjas del público, “a quien jamás hay que obsequiar con perfumes delicados que lo exasperen, sino con inmundicias cuidadosamente escogidas”.
Despreciaba las mieles de la gloria y el éxito. Detestaba que, para ganar el pan, el poeta tuviera que desplegar sus encantos y vender su genio “para dilatar las carcajadas de la vulgaridad”, como se lee en el poema La musa venal.