30 julio,2022 5:29 am

James Lovelock

 

Octavio Klimek Alcaraz

El científico británico James Lovelock, creador de la llamada hipótesis de Gaia, murió el pasado martes 26 de julio por la noche en su casa en Abbotsbury, en el suroeste de Inglaterra, rodeado de sus familiares. Su salud se había deteriorado notablemente después de una grave caída. Sin embargo, hasta hace seis meses podía caminar por la costa cerca de su casa en Dorset y participar en entrevistas, según el comunicado. Lovelock murió en su cumpleaños número 103.
En el año 2006 escribí un texto sobre James Lovelock, que reseñaba su libro Homenaje a Gaia (Ed. Laetoli-Oceano, 2005), que tiene como subtitulo La vida de un científico independiente, y de eso trata el libro, de cómo una personalidad brillante forja su trabajo independiente. (El Sur, 5 de agosto de 2006). Actualizo dicho texto en memoria de Lovelock.
James Lovelock es reconocido por plantear una de la hipótesis más importante de la Biología del Siglo XX, al ser el creador de la hipótesis de Gaia, que visualiza a la Tierra como un sistema autorregulado. La teoría de Gaia se considera una importante contribución a la ciencia de la ecología, y ha sido una base teórica para el movimiento verde.
Resalta para el desarrollo de la hipótesis de Gaia, la influencia de la relación de trabajo y amistad de Lovelock con Lynn Margulis, otra científica extraordinaria, especialista en ecología microbiana, que también fue esposa del cosmólogo Carl Sagan, otro personaje de la ciencia del siglo XX.
El nombre de la madre tierra Gaia –nombre sugerido por el amigo de Lovelock, William Holding, novelista ganador del premio Nobel– ha hecho que el concepto de Lovelock haya sido muchas veces confundido con un concepto de New Age, como algo místico. El propio Lovelock, en su libro de Homenaje a Gaia se queja de que los libreros han colocado sus obras en los estantes de aromaterapia y astrología, típicos del movimiento New Age.
De hecho, Lovelock a lo largo de dicho libro admite que no ha logrado conseguir una aceptación total en la comunidad científica. Sin embargo, es pertinente señalar que el debate a favor y en contra, en torno a la hipótesis de Gaia se ha dado en muchas de las revistas científicas más prestigiadas del mundo. Asimismo, ha dado las bases para la ciencia del sistema terrestre y una nueva comprensión de la interacción entre la vida, la tierra donde nos asentamos y la atmósfera. Siendo fundamental en la ciencia del clima.
De sus trabajos para la NASA en la búsqueda de vida en Marte durante la década de los 60s y los 70s se va desarrollando la teoría de Gaia. Lovelock diseñó un experimento basado en la idea de que analizando la composición química de la atmósfera sería posible determinar obtener evidencias de vida en Marte. Si este planeta se hallaba cercano a un estado de equilibrio químico habría ausencia de vida, como así se comprobó. En contraste, la atmósfera de la Tierra se conoce en un estado químico muy alejado de ese equilibrio. De hecho, una composición atmosférica como la de la Tierra, es la única hasta ahora conocida en el Universo.
En palabras de Lovelock, se le ocurrió en 1965 “la imagen de la Tierra como un organismo vivo capaz de regular su temperatura y su química en un estado constante y confortable”. Después expresa: “Por supuesto que no está viva; solo se comporta como si lo estuviera”.
En otro de sus libros Gaia, una nueva visión de la vida en la Tierra (Ed. Orbis, 1986), Lovelock señala que la hipótesis de Gaia: “Postula que la condición física y química de la superficie de la Tierra, de la atmósfera y de los océanos ha sido y es adecuada y cómoda por la presencia de la propia vida. Esto contrasta con la sabiduría convencional que sostenía que la vida se adaptó a las condiciones planetarias cuando ambas desarrollaban caminos diferentes”.
En el mismo libro, Lovelock señala las razones para construir su hipótesis:
“1. La vida apareció sobre la Tierra hace unos 3 mil 500 millones de años. Desde entonces hasta hoy la presencia de fósiles demuestra que el clima de la Tierra ha variado muy poco. A pesar de todo, la emisión de calor del sol, las propiedades de la superficie de la Tierra y la composición de la atmósfera ciertamente han variado considerablemente en el mismo período.
2. La composición química de la atmósfera no guarda relación con las expectativas de un equilibrio químico de estado estacionario. La presencia de metano, óxido nitroso e incluso nitrógeno en nuestra oxidante atmósfera de hoy representa una trasgresión de las reglas de la química que se mide en decenas de categorías de magnitud. Los desequilibrios a esta escala sugieren que la atmósfera no es simplemente un producto biológico, sino con más probabilidad una construcción biológica: algo no vivo, como la piel de un gato, las plumas de un pájaro o el papel de un nido de avispas, una extensión de un sistema viviente diseñado para mantener un entorno determinado. De este modo, se comprueba que la concentración atmosférica de gases como el oxígeno y el amoníaco se mantiene en una proporción óptima desde la cual incluso pequeñas alteraciones podrían tener consecuencias desastrosas para la vida”.
Todas estas ideas sobre Gaia, en donde son los propios organismos, la propia biomasa, quienes autorregulan el estado del planeta para hacer su ambiente (como es el caso de la química y temperatura de la atmósfera) apto para la vida. Es decir, en forma activa se mantiene un estado de equilibrio de estas condiciones para la vida, una completa homeostasis.
En términos de la ciencia de la ecología se fortalece la idea de la interdependencia entre los organismos. Aunque también en la hipótesis se menciona, que los seres humanos podemos no ser necesarios en Gaia, si es cierto que muchos de los organismos del planeta no son vitales para Gaia. De hecho, si somos dañinos a Gaia puede ser el fin de nuestra especie, aunque como Lovelock lo ha comentado en sus obras, duda que nuestras actividades humanas puedan poner en peligro a Gaia como un todo.
Pero no sólo su aportación es Gaia. Lovelock fue un científico británico, de formación rigurosa, que se especializo en la química de la atmósfera. De hecho, diseñó equipos e instrumentos de medición, Uno de sus grandes inventos es el denominado detector de captura de electrones (ECD, por el acrónimo en inglés), que creó en 1957 como miembro del Instituto Nacional de Investigación Médica en Inglaterra. El ECD es un aparato sencillo, que ha aportado mucho a la investigación ambiental, ya que permite encontrar en diversos medios, trazas de pesticidas, como DDT, y otras sustancias contaminantes, como los policlorobifenilos (PCB), los clorofluorocarbonos (CFC) y el óxido nitroso. Es decir, sustancias contaminantes, tóxicas y cancerígenas. Con la información proporcionada por el ECD sobre la presencia del DDT en todas partes y en todos los seres vivos, Rachel Carso escribió su gran libro La Primavera Silenciosa, obra determinante para conocer las consecuencias negativas del mal uso de plaguicidas en la salud de las personas y la propia naturaleza. Asimismo, este invento contribuyó al estudio de los efectos del clorofluorocarbono en la formación del agujero de la capa de ozono en la atmósfera terrestre. Por solo esta contribución Lovelock tiene un sitio entre los grandes científicos del siglo XX, dada su contribución para conocer el alcance mundial de la contaminación.
Lovelock advirtió desde hace años sobre las consecuencias del cambio climático. En una entrevista al diario inglés The Guardian en 2020, previa a su cumpleaños número 101, dijo que la biósfera estaba en el último 1 por ciento de su vida. Lovelock, aunque opositor al armamentismo nuclear, promovió el uso de energía nuclear como único recurso para disminuir el consumo de los combustibles fósiles, y por ende impedir que el sistema atmosférico llegue a un punto sin regreso que lo desequilibre. Sin embargo, en esa entrevista, reconoce que las energías renovables, eólica y solar, si se utilizan correctamente, pueden ser la respuesta a los problemas energéticos de la humanidad.
Con la muerte de James Lovelock, Gran Bretaña y el mundo pierden una de las mentes más brillantes que ayudó a dar forma a muchos de los eventos científicos más importantes del siglo XX: la búsqueda de vida en Marte por parte de la NASA, la creciente conciencia de los riesgos climáticos que plantean los combustibles fósiles, el debate sobre los productos químicos que agotan la capa de ozono en la estratósfera y el peligro de la contaminación industrial.
Quisiera citar el texto de un último párrafo que Lovelock escribió en el semanario alemán Die Zeit (9 de agosto de 2006), que manifiesta su esperanza en la supervivencia de la humanidad, más no de esta civilización:
“La tierra se asemeja a un paciente gravemente enfermo antes de la falla orgánica. No podemos curarlos, pero si actuamos con rapidez podemos aliviar su sufrimiento. El cambio climático también es una oportunidad. Porque la humanidad ya ha sufrido otros cambios climáticos en su desarrollo y ha salido fortalecida de ellos. Estoy seguro de que nuestros nietos también dominarán la catástrofe que se avecina. Nuestra civilización morirá, la humanidad no.”
Finalizo, entonces con la reflexión de que a nosotros los seres humanos, que seguimos vivos después de Lovelock, lo que nos debe de interesar entonces sería mantener la actual complejidad de Gaia. Por ello, se tendrían que dejar y modificar muchas de nuestras actuales prácticas orientadas por el simple crecimiento económico, en bien de nosotros mismos.