17 octubre,2023 4:48 am

Killers of the flower moon, denuncia de una injusticia colosal

Federico Vite

 

Si usted es de los cinéfilos que espera con ansia el 19 de octubre para ir a disfrutar la reciente película de Martin Scorsese, Killers of the flower moon, debe tomar en cuenta que esa historia nace de la investigación de David Grann, periodista y escritor estadunidense, quien se dio a la tarea de novelar una época de terror; en especial, puso énfasis en la intervención tácita del FBI para consumar el asesinato de acaudalados nativos Osage, petroleros todos, adinerados. El libro implica desde el título a una institución controvertida: Killers of the flower moon, the Osage murders and the birth of the FBI (Penguin Random House, Estados Unidos, 2017, 373 páginas).

Grann recuenta que más de veinte indios Osage fueron asesinados a sangre fría para quitarles sus propiedades y dinero. Específicamente recrea los vicios de “El reino del terror de los Osage”, oficialmente conocido como un periodo de cinco años, comprendido entre 1921 y 1926. El condado Osage, cuya reserva está en las afueras de Pawhuska, Oklahoma, alguna vez fue uno de los mayores depósitos petroleros de Estados Unidos. Y la ley tribal otorgaba a cada miembro de la tribu un derecho de propiedad (una parte del fideicomiso de minerales), así que los Osage eran las personas más ricas de Estados Unidos a principios de 1920. Sin embargo, el gobierno consideró a los nativos como “incompetentes” para manejar sus fondos y los obligó a aceptar tutelas. Es decir, su dinero lo controlaban los vecinos blancos, quienes al darse cuenta de la riqueza de los Osage, se indignaron y empezaron a fustigar a la tribu mediante la crueldad, el engaño y la muerte. El rencor se convirtió en un modus operandi de la relación entre blancos y pieles rojas.

La virtud de Grann es que recrea los hechos con fuentes bibliográficas comprobables y testimonios fidedignos. Acompañan al relato una serie de fotos que evidencian la gravedad de los hechos. En especial, el autor hace hincapié en la manera en la que el naciente FBI cerró el caso, pues no se incluyó en la pesquisa a cientos de asesinados con el mismo procedimiento: envenenamiento.

Grann divide el libro en tres partes. La primera, ambientada a principios de la década de 1920, se centra en Mollie Burkhart, una mujer Osage de pura sangre, casada con un hombre blanco, Ernest Burkhart. Sus hermanas, Rita y Anna, también se casaron con hombres blancos; Minnie, también hermana, falleció recientemente debido a una “enfermedad rara”. Sumada a esa desgracia, aparece el cadáver de Anna en un barranco, con un disparo en la nuca –recientemente habían hallado a otro hombre de Osage, Charles Whitehorn, muerto exactamente igual que Anna–. Tiempo después, Lizzie, la madre de Mollie, muere por una “enfermedad debilitante”, igual que Minnie. Unos meses después, Rita y su esposo Bill Smith mueren en una explosión que reduce su casa a escombros. Mollie sabe con certeza una cosa: su familia está siendo asesinada y ella es la siguiente.

En la segunda parte, Grann centra el relato en los investigadores federales que llegan al condado de Osage para resolver la serie de asesinatos. La oficina de investigación (aún no conocida como FBI) acaba de quedar bajo el control de un hombre joven y fastidioso: J. Edgar Hoover. Así que Hoover envía al imponente Tom White, un ex ranger de Texas, a Oklahoma para investigar. White y su equipo llegan encubiertos a la ciudad, saben que Hoover espera utilizar este caso para establecer un nombre para la oficina y fortalecer el poder de los investigadores federales.

Mientras White y otros agentes intentan resolver los crímenes, reclutan informantes (contrabandistas, traficantes de licores, ladrones de ganado) para ayudar en la investigación. Conocen entonces el bullicioso mundo corrupto de las ciudades en auge de Osage. El tío de Ernest Burkhart, William K. Hale, es un ex ganadero que saltó a la fama y ahora trabaja como ayudante del sheriff. Hale controla todo y a todos, incluida la suerte de varios Osage. A medida que White y sus investigadores conocen los hechos se dan cuenta que Hale ha orquestado un vasto complot para eliminar a la familia de Mollie.

Lo más tortuoso de todo es que el marido de Mollie, Ernest, sobrino de Hale, ha estado involucrado en la conspiración. Después de obtener una declaración del arrepentido Burkhart, White y su equipo confrontan a Hale con la evidencia, pero el sereno y tranquilo Hale afirma que luchará contra las acusaciones “con uñas y dientes”. Cuando comienzan los juicios, Burkhart testifica contra Hale. A White le preocupa que Hale tenga al juez y al jurado en el bolsillo. Sin embargo, Hale es declarado culpable y sentenciado a cadena perpetua por asesinato. White, después de haber hecho lo correcto, legitima la creación de la Oficina Federal de Investigaciones. Toma una decisión extraña: se retira de la Oficina Federal de Investigaciones y acepta un trabajo como director de la beligerante prisión de Leavenworth, donde Hale está preso.

En la tercera parte, Grann describe una serie de viajes a la Reserva Osage entre 2012 y 2015. Al contrastar el pasado con el presente, el autor mira a detalle todo el panorama. Replantea entonces el caso de los asesinatos desde el 2015 y gracias a nuevos testimonios descubre que la familia de Mollie no fue la única que asesinaron. Es decir, a pesar de que el FBI cerró el caso y culpó a algunas personas e incluso las condenó, a pesar de eso hubo más muertos por la misma “enfermedad”.

Killers of the flower moon es una estrategia narrativa que visibiliza cientos de homicidios. Literalmente hablamos del exterminio que, como todas las intrigas de Estados Unidos, pasa por el cobijo del FBI. Esa institución protegió a los homicidas. De hecho, los asesinatos apuntan a un par de doctores. Así lo evidencia Grann. Y, espero, así lo evidencie cinematográficamente Scorsese, pues durante dos décadas, desde 1920 hasta 1940, los Osage fueron exterminados. Grann critica el hecho de que el terrible pasado de la tribu Osage no se enseña en las escuelas y, debido a que el FBI no logró garantizar justicia para ese pueblo, tampoco se habla mucho de este caso. “La sangre clama desde la tierra”, dice el autor. Me parece que a este relato de no ficción –el cual recurre a la técnica narrativa de ficción para fortalecer la denuncia de una injusticia colosal– lo complementará el cine de un director que entiende muy bien estos asuntos de injusticia, violencia y desazón. Cuando uno acaba el libro es inevitable una pregunta: ¿cómo pudo ocurrir todo esto? Ojalá que al término de la película usted tenga esa misma inquietud y una respuesta. Dijera un cinéfilo amigo francés: ¡Bon film!