2 junio,2021 5:31 am

La 1ª Gran Transformación La consumación de la Independencia de México, hoy hace 200 años (1821-2021)

Julio Moguel

(Décima quinta parte)

 

I. Segunda parte del paréntesis de nuestra serie, antes de continuar el relato histórico de 1820-1821

Hablaba en el texto publicado la semana pasada sobre la importancia de ciertas obras históricas que, como la de Eric Van Young, han aportado elementos sustantivos para una buena comprensión de lo que fue la 1ª Gran Transformación de México.

Pero ahora conviene, en este segundo paréntesis de la serie, mostrar algunas distancias o diferencias de nuestra propia forma de entender la revolución de Independencia de cara a lo que plantea el ya mencionado historiador, para la mejor comprensión del lector en lo que atañe al sentido de nuestras letras.

Decíamos que Van Young apunta bien en contra de interpretaciones como la de Enrique Krause, o como la de Roger Bartra en lo que respecta a la mirada idealista en la que se movió durante algún tiempo la idea de “la articulación de modos de producción”. También aplaudíamos su alejamiento de una conceptualización economicista, con la incorporación virtuosa de una perspectiva “cultural”.

Otros muchos temas derivados del estudio de Van Young fertilizan la comprensión del “fenómeno de la Independencia”, pero me parece que hay algunos elementos equívocos en su interpretación que conviene considerar. A ello dedicamos la presente entrega.

II. ¿Fue la revolución de Independencia una rebelión dominantemente rural? ¿Y las ciudades?

Dice Van Young en su obra ya citada:

“[…] en general, la lucha armada fue un producto del campo mexicano, especialmente durante la insurgencia de 1810 a 1821. La incapacidad de la insurgencia urbana para desarrollarse seguramente no sorprendió a los funcionarios políticos de la Corona ni a los militares, quienes obviamente esperaban que el levantamiento plebeyo se originara en el campo y no en las ciudades. El caso mejor conocido y el más estratégico de esta pasividad urbana ocurrió en la ciudad de México, donde el populacho no se levantó para apoyar la rebelión de Hidalgo cuando sus huestes se encontraban acantonadas en las afueras del Valle de México en el otoño de 1810”.

Esta afirmación es falsa o, en su caso, establece el tema o la cuestión “de la rebelión” dentro de parámetros inaceptables, independientemente de que, en efecto, la lucha armada se haya desplegado de manera dominante en los medios rurales.

Dos problemas enmarcan el error histórico de Young: a) Sus “referencias externas”, al suponer que puede hacerse una comparación entre la revolución francesa de 1789 y la revolución de independencia de 1810-1821 (ejercicio infértil, en mi criterio); b) Su falta de información en torno a las modalidades en que las ciudades de la Nueva España, en particular en la ciudad de México, se desplegó “la ola revolucionaria”.

El parámetro referido a la idea de “un populacho” que hubiera podido alzarse para “tomar el poder” cuando Hidalgo estuvo en las orillas de la capital del virreinato es por lo demás ajeno a la seriedad y la profundidad con la que el mismo Van Young despliega la mayor parte de sus consideraciones y argumentos.

Pero quepa aquí subrayar, en contra de lo que sugiere o dice nuestro historiador, el enorme y significativo peso que tuvieron justo algunas de las ciudades de la Nueva España –y la ciudad de México en particular– en la 1ª Gran Transformación de México.

III. La “rebelión” independentista en algunas ciudades, particularmente en la ciudad de México

No parece ser un dato menor, en el análisis del proceso independentista, la importancia que tuvieron las conspiraciones y redes organizativas que se desarrollaron y fincaron en ciudades como Valladolid (hoy Morelia) y Querétaro, tema al que poco hay que referir en este espacio pues es de sobra conocido.

Pero hay que señalar –importante es profundizar en el tema–, por lo demás, que la información que se tiene habla de red de redes urbanas que, en ciertos espacios amplios de la geografía novohispana, cobijaron no sólo a criollos o mestizos disidentes y rebeldes sino también a núcleos populares que “actuaban a su modo” en contra del Imperio.

Un dato relevante de ese vínculo entre una cierta “intelectualidad” y/o clase media o media alta de criollos y mestizos con lo que Van Young define simple y llanamente como “el populacho” se expresó con toda claridad en las elecciones que se desarrollaron para el nombramiento de los diputados de la Nueva España a las Cortes de Cádiz en 1812, donde la votación, justo en la ciudad de México, fue abrumadoramente mayoritaria para los candidatos “disidentes”, entre ellos algunos integrantes de la organización clandestina de Los Guadalupes.

¿Era este vínculo entre algunos núcleos de élite en disidencia algo circunstancial y ajeno al “populacho”? De ninguna manera. Porque no habría forma de explicar cómo es que en esa rendija que se abrió en forma temporal con la Constitución de Cádiz los votos mayoritarios se cargaran justo hacia candidatos que de una u otra forma eran identificados como “contras” del poder superior del virreinato.

Los vínculos que llegaron a tener Los Guadalupes con los jefes revolucionarios fueron tan significativos y estrechos que vale hablar aquí de la existencia de una red de redes rural-urbana o urbana-rural que tenía una significativa relevancia en el marco de la guerra. Con aportaciones monetarias no menores, tuvieron la capacidad de hacerle llegar a José María Morelos en sus trincheras rurales una aparatosa imprenta, pero no era menos significativa la capacidad de esta red urbana instalada en la capital del virreinato para hacer llegar información de primerísima mano a los rebeldes que se movían en el campo. Información que, por cierto, no era simple y llanamente la que pudiera obtenerse en los circuitos corrientes o comunes “de la calle”, sino de los mismos espacios del poder virreinal a través de un bien articulado sistema de espionaje.

IV. Una bibliografía básica para seguir la pista histórica de Los Guadalupes

En este paréntesis de la serie ya hemos hablado de algunos textos o libros relevantes para aproximarnos a la comprensión del proceso independentista. Y, en este punto específico, poco estudiado y conocido –Van Joung, por ejemplo, no lo conoce o no lo cita–, me parece particularmente importante sugerir la lectura de la obra magnífica de Ernesto de la Torre Villar, Los Guadalupes y la Independencia, de la editorial Porrúa (1985), así como el trabajo de Virginia Guedea Rincón-Gallardo, titulado “Los Guadalupes de México”, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.