24 enero,2023 5:05 am

La autobiografía y su fusión con otros géneros

Federico Vite

 

Gertrude Stein logró que un género viejo y empolvado adquiriera una novedoso atractivo con Autobiograpy of Alice B. Toklas (1933), libro en el que la autora reflexionó con humor y franqueza sobre la vida poco convencional que llevaba con su pareja Alice B. Toklas. Puso en perspectiva la relación que mantenía con amigos y colegas. No sólo desdeñó las costumbres de la época sino que aventuró juicios estéticos sobre el arte en general y la literatura en particular. Es un libro atractivo y vigente. Pero es más conocido por la descripción de la vida artística de París a principios del siglo XX. La historia está contada por la voz narrativa de Alice B. Toklas, creada por Stein para ese efecto: mostrar que el mundo siempre es otro en los ojos de la persona amada. Originalmente se publicó en una versión abreviada en la revista The Atlantic Monthly. Después circuló en libro y aún sigue en el mercado editorial.

La vida que llevaron Toklas y Stein en París fue animada por Pablo Picasso, Ernest Hemingway, Henri Matisse, Tristan Tzara, Man Ray, Scott Fitzgerald, Ezra Pound y Georges Braque, por mencionar algunas de las personas que más frecuentaban. El tema de Autobiograpy of Alice B. Toklas era importante y la estructura aún más. No sólo juzgaba a sus amigos sino que los convertía en personajes menores de acuerdo con el punto de vista de Toklas. Y de hecho, gracias a ese truco, Stein aparece también como un personaje: gran conversadora, erudita, bebedora profesional y, sobre todo, dueña de una vitalidad envidiable (también debe entenderse este hecho como una huella del gran ego autoral). En el libro, Toklas se sentaba con las esposas, o las amantes, de los hombres que las visitaban y soltaba sus pensamientos.

Aparte del retrato existencial, del artificio técnico de la autobiografía de Alice escrita por Stein y de las ideas ingeniosas sobre los escritores y artistas que vivían en Francia en ese momento, Gertrude crea un molde especial para contener la autobiografía y atraer lectores. Insisto, sobre todo, en la enorme capacidad para atraer lectores con los recursos mencionados. Eso tal vez se deba al morbo. ¿A poco no le gustaría saber lo que pensaba ella de Hemingway o de Picasso? Ese es otro asunto.

A diferencia de Stein, Sylvia Aguilar Zéleny usa su voz narrativa para dar cuenta de la conversión de Aisha, su hermana, al islam y fusiona dos entidades perfectamente amalgamadas a un texto. En El libro de Aisha (México, Random House, 2021, 167 páginas), Aguilar Zéleny pone en perspectiva elementos estructurales de la biografía, pero termina contando su historia, indisoluble, en la de su hermana. Es un texto que en palabras de la autora bordea los siguientes senderos narrativos:

“Esto no es una biografía.

Esto no es una novela.

Esto no es una semblanza.

Esto no es una memoria.

Esto no es una crónica.

Esto no es una investigación.

Esto no es un ajuste de cuentas.

Esto no es un intento por comprender.

Pero esto, es todo eso a la vez.

Esto, para colmo, no es sobre mi hermana, es sobre mí.”.

La autora intenta rastrear el momento exacto en el que su hermana Patricia, después convertida en Aisha, inicia una metamorfosis que culmina con la desaparición. “Mi hermana también abandonó su idioma. Ella y Sayyib hablan turco entre ellos, a veces, sólo a veces se hablan en inglés”.

Patricia, vista por todos como una mujer rebelde e independiente, la que iba a manifestaciones políticas, la que disfrutaba del rock y la cerveza, el alma de las bohemias, termina casada con un hombre que la controla. Se va de México a Europa porque piensa que este país no es para ella, la contiene y la limita, pero en el Viejo Mundo conoce a su esposo e inicia la transformación.  Mejor dicho, comienza la humillación y el sometimiento: “Mi hermana anuncia que se marcharán, que ya no pueden estar ahí, éste no es lugar para nosotros. Veo su rostro, descubro una pequeña gran mancha en su mejilla. ¿Nadie va a decir nada de eso? No, nadie va a decir nada.

De nuevo: religión, hombre, dios, profeta.”.

De manera abrupta Patricia se convierte en un fantasma, cambia de hábitos, de fe y de presencia. Obviamente su forma de pensar también sufre modificaciones radicales. “Mi carrera y mi hermana comparten mi tiempo, mi cabeza. Es difícil saber cuánto le dedico exactamente a cada una.”. Desaparece y aunque toda la familia intuye qué pasa, el padre, la madre y los hermanos continúan con sus vidas, sufren la amargura de la separación, pero continúan en lo suyo. La narradora no puede seguir. La ausencia la detiene; se obsesiona por un hecho que debe anunciarse más o menos así, ¿qué le pasó a mi hermana?

En cuanto Aisha acepta una nueva religión propicia un cambio que deriva en incomprensión, distancia y dolor en la familia. Aguilar Zéleny entrevista al padre, la madre, los hermanos, los amigos de Patricia. Usa las cartas que se enviaron, esa conversación íntima que sólo puede expresarse por escrito entre hermanas. Obtiene información con los amigos de Patricia, quienes tienen otro ángulo de la historia. Aisha no tiene amigos, ni familia, sólo un esposo y un dios.

La autora todo lo asimila, lo procesa y jerarquiza en función del relato. Habla de ella, pero el resultado transita de las acciones a la voz narrativa. “Sylvia, eres como tu escritura. Lo sé porque tengo años leyéndote. Eres así, una mujer de palabras cortas, de puntuación constante. De oraciones breves, monosílabos”, se detalla en el libro y con ello se ofrece un sesgo metaliterario que le sienta bien al libro. Un rito de paso, me parece, si el autor está en pos de ensanchar los estrechos márgenes del Continente Literario nacional.

El motor del libro son esas preguntas, ¿que le pasó a  Patricia? ¿Por qué se fue? La segunda interrogante queda resuelta. Pero inquieta saber que esa herida no cicatriza y la escritura, lejos de soterrar el asunto, la aviva e insufla, la escritura imanta nuevas perspectivas de la misma obsesión.

Patricia, después Aisha, es una misma entidad en dos nombres. Dos personajes que son vistas poliédricamente. El libro subraya esa inquietud a la construcción de un personaje. Patricia era indomable, Aisha, una mujer sometida. ¿Qué le pasó? “Mi hermana no dice absolutamente nada de todas las veces que él la golpeó, no habla de la nariz que otra vez le quebró, no habla de los golpes en el vientre en cada uno de los embarazos. Eso no lo sabemos. […] Brazos cruzados. Nada. Nuestro silencio nos hace cómplices del abuso. Todas traemos el velo.

Mi hermana no cuenta nada de eso porque, ¿cómo se escribe de eso? ¿cómo se le dice a los padres que se vive algo así? Que una y millones viven algo así.”.

El maltrato amplía la inquietud de la historia. Y la autora la condensa así:

“En la vida, la fragmentada vida.

En la narrativa, la frágil narrativa.

La delgada línea de la historia.

La trama de mi vida que es también la tuya. O al revés.”.

Este libro nos recuerda un aspecto importantísimo de la literatura: las relaciones entre humanos realmente son insondables; para diseccionarlas, en la mayoría de los casos, se ejercita la prosa.

Lo más atractivo de El libro de Aisha es la soltura y efectividad estilística con que la autora enfrenta un asunto tan complejo. Es un libro breve, intenso y refrescante en cuanto a estructura. Debió tener mayor atención de los especialistas y de los lectores, pero lo importante es que usted puede obtenerlo con facilidad. Leerlo afina algunas percepciones sobre la construcción del yo como voz narrativa.