21 mayo,2018 5:00 pm

La baja movilidad social del país se acentúa en las mujeres

Texto: Carmen R. Ponce Meléndez*, Apro-Cimac / Foto: Bernardino Hernández, Cuartoscuro
Ciudad de México, 21 de mayo de 2018. Una de las características de la baja movilidad social en México es la referente a las opciones desiguales que se observan entre mujeres y hombres. En México, las mujeres presentan mayores tasas de movilidad intergeneracional, pero no necesariamente en la dirección ascendente.
En particular, los patrones observados de movilidad social intergeneracional por género se traducen en lo que se conoce como suelo pegajoso (entrampamiento en la parte baja de la distribución) y techo de cristal (imposibilidad para alcanzar mayores niveles).
En cuanto al primero, resulta que las mujeres mexicanas con origen en el quintil más bajo de la distribución suelen tener una persistencia en ese quintil que es mayor a la de los hombres del mismo origen socioeconómico.
Respecto al techo de cristal, las mujeres con origen en el quintil más alto de la distribución presentan una mayor frecuencia de movilidad descendente que los hombres con el mismo origen; así́, en todo caso, lo que se observa es un patrón de piso falso.
Son hallazgos importantes contenidos en el estudio: “El México del 2018. Movilidad social para el bienestar” del Centro de Estudios Espinoza Yglesias (CEEY).
Poca movilidad femenina
En realidad, el hecho de que para las mujeres la movilidad social sea menor que para los hombres está íntimamente asociado al trabajo doméstico no remunerado que realizan fundamentalmente las mujeres (carga de trabajo de género). Pero cuidado, ahí el problema no se reduce sólo a esto.
Si a este factor se le suman la carencia de una seguridad social, desigualdad laboral, brecha salarial, bajos niveles salariales, sin apoyos crediticios o limitado acceso a la educación el resultado “natural” es una menor movilidad social femenina. Luego entonces, no sólo es un problema de género, también es un problema social.
Provoca una mayor desigualdad para las mujeres, pobreza acentuada y pocas o en algunos casos nulas posibilidades de salir de la pobreza; por supuesto también pobreza intergeneracional.
En esencia, es producto de una sociedad de mercado libre, lejos del Estado de Bienestar; que si bien afecta a toda la sociedad se recrudece en las mujeres de México. No hay una política social de Estado.
De acuerdo con el estudio citado: ¿Cómo se refleja la baja movilidad social? En que, por ejemplo, uno de cada dos mexicanos que nacen en pobreza se quedará ahí́ toda su vida. Esto significa que el nivel socioeconómico del hogar donde se nace determina, en buena medida, el nivel de vida futuro, independientemente del mérito o esfuerzo.
Para revertir esta situación se requiere contar con igualdad de oportunidades, de tal manera que, sin importar el hogar de nacimiento, todos los mexicanos y mexicanas gocen de las mismas posibilidades de acceder a la protección social, a la educación de calidad, al mercado laboral y al crédito.
Lo cierto es que 70 de cada 100 que nacen el quintil más bajo de distribución no logran salir de la condición de pobreza, prácticamente no hay movilidad social. La movilidad ascendente también es muy limitada: sólo cuatro de cada 100 logran alcanzar el quintil más alto.
Para las personas que provienen de un hogar en la parte más alta de la distribución, los resultados muestran que 52 de cada 100 mantienen su posición de ventaja relativa durante su edad adulta.
En países como Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega, que se caracterizan por la construcción de Estados de Bienestar con sistemas universales, no más de 30 personas de cada 100 que nacen en el quintil más bajo permanecen ahí́.
Para el caso particular de las condiciones de la mujer en el mercado laboral donde se aprecia causa/efecto de la poca movilidad social, ésta se concentra en los extremos –jóvenes de 15 a 19 años y personas de la tercera edad– de tal forma que siete de cada 10 jóvenes no cuentan con empleos formales (con seguridad social), también siete de cada 10 adultas mayores están en la misma situación. Significa que llegaron a la vejez con pobreza.
Adicionalmente, 11 de cada 100 mujeres jóvenes tienen interés de trabajar, pero no hay expectativas de lograrlo (ver gráfica aquí).
Dejar crecer de esa manera la carencia de seguridad social y la falta de expectativas de empleo implica la carencia de una política social de Estado, como la que actualmente se vive en el país.
La propuesta del CEEY se puede resumir en tres puntos principales:
1. El sistema de protección social se debe unificar y universalizar. Ello incluye reformas en los sistemas de salud, de pensiones y de seguridad social.
2. La cobertura, la calidad y la pertinencia de la educación media y media superior deben mejorar significativamente.
3. El sistema financiero debe tener mayor penetración y ser más competitivo. Esto promoverá́ que más personas tengan acceso a la protección financiera a través del ahorro, del crédito y de los seguros.
Curiosamente, no mencionan una mejor distribución del ingreso a través de la política fiscal y, claro, mejores salarios. Otra ausencia central es el diseño y aplicación de políticas públicas que aligeren la carga de trabajo de género de las mujeres y les permita tener movilidad social, conjugando los demás factores.
Lo cierto es que, como se afirma en el estudio referido en un contexto de igualdad de oportunidades, una mayor parte de la población se beneficiaria del crecimiento económico y habría una verdadera “prosperidad compartida”. Asimismo, las próximas generaciones de mexicanos y mexicanas tendrían niveles de vida menos dispares.
Finalmente, una mayor movilidad social, además de efectos positivos sobre justicia y cohesión social, también genera una dinámica de mayor crecimiento económico con menor desigualdad de resultados; es decir, un escenario de crecimiento económico incluyente.
* Carmen R. Ponce Meléndez es economista especializada en temas de género.