4 agosto,2021 5:38 am

La consulta del 1/8: los anhelos justicieros y la realpolitik  

Saul Escobar Toledo

 

La lucha ideológica domina el discurso de los conflictos sociales y políticos en muchas partes del mundo. Ahí tenemos el caso de las vacunas: en los países más desarrollados, amplios sectores de la población repudian la aplicación de esta sustancia e incluso hacen campañas y protestas masivas para ejercer su derecho –dicen– a la libertad. Alegan que esa libertad está por encima de lo que uno supone es el derecho más elemental, el derecho a vivir. La libertad por la que abogan se traduce, a final de cuentas, en una dispensa para matar y morir. Sus razones son producto de una ideología basada en el rechazo a cualquier forma de control o intromisión del estado en la conducta y el comportamiento de las personas. Si en Estados Unidos esta forma de pensar se apoya también en la sospecha de que se trata de una trampa para vigilar a los ciudadanos y una oposición al partido demócrata que, según ellos, pretenden acabar con los fundamentos básicos de la sociedad occidental y cristiana, en Francia, descansa en el repudio al registro o supervisión de la autoridad sobre las actividades de sus ciudadanos.

En otras latitudes, la lucha ideológica adquiere diferentes parámetros; por ejemplo, en las elecciones presidenciales en Perú, ésta se manifestó entre quienes sostuvieron el ideal de un país sin exclusiones raciales y una mayor justicia para los más pobres y, del otro lado, en la negativa, en nombre de la libertad y la democracia, a convertir ese país andino en “otra Venezuela”. De un lado, valores como la igualdad, el reconocimiento de que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos independientemente de nuestro origen étnico; y del otro, el valor supremo y abstracto de la democracia, no importa si ésta fue representada por una figura política acusada y juzgada por corrupción, fraude y despotismo.

Las ideologías no murieron, a diferencia de lo que se proclamó en la academia dominante hace años, cuando se derrumbó la URSS. Por el contrario, ahora han renacido con toda su fuerza. Se trata de valores, imaginarios sociales, y conceptos muy diversos que chocan entre sí. A diferencia de las luchas ideológicas de casi todo el siglo XX, que opusieron fundamentalmente al socialismo con el liberalismo, ahora éstas adquieren causas muy variadas. Sin embargo, mientras el pensamiento post neoliberal sostiene valores como la defensa de los animales, del medio ambiente, de las mujeres, de la diversidad sexual, de los pueblos originarios, del trabajo, la inclusión o los derechos humanos universales y la igualdad, el liberalismo quedó anclado en dos abstracciones: la libertad y el individuo.

Todo esto viene a cuento porque creo que en México hay una lucha ideológica que, en efecto, se ha polarizado, entre quienes reclaman, básicamente, justicia, y aquellos que alegan por la democracia “sin adjetivos”. Los primeros reclaman un ajuste de cuentas con el pasado y sus protagonistas; los segundos, se preocupan fundamentalmente por la continuidad de la “transición a la democracia”. Muchos, de los primeros, no todos, ven en la presidencia de AMLO la oportunidad de saldar esa cuenta y construir un nuevo régimen; los otros advierten un riesgo dictatorial. Hay también quienes no simpatizan con la 4T porque piensan que ese anhelo de justicia no está representado por este gobierno y quisieran acciones más contundentes, lo que incluso los han llevado a un enfrentamiento directo con las autoridades. Existen asimismo aquellos que no ven en López Obrador la encarnación del tirano, pero tampoco un gobernante eficaz, un gerente a la altura de estos tiempos de globalización económica y disputa de los mercados.
Los críticos más ecuánimes, que pueden sustraerse un poco de esta batalla ideológica, escasean, y la mayoría adopta argumentos en función de sus preferencias ideológicas que generalmente se traducen en una defensa a toda costa del presidente o, por el contrario, en una crítica demoledora que no ve más que yerros y afanes autoritarios. Llevar a cabo un análisis ponderado, lo que no quiere decir exento de preferencias ideológicas, para tratar de separar aciertos de yerros, insuficiencias de malas intenciones, o retrocesos de mejoras, parece difícil.

Así, queramos o no, la lucha ideológica entre los extremos persiste. Y la consulta del domingo 1º de agosto fue otro episodio de esta batalla. A partir de los postulados ideológicos de Morena y, curiosamente, del EZLN, ir a votar colocaba a esos ciudadanos en el bando de los justicieros; abstenerse de ir a las urnas, equivalía, según sus voceros, a ser un defensor de la democracia.

Esta disputa, que se dio en los medios de comunicación, las redes sociales y los foros políticos llevó a que se inventaron causas: para Morena el SÍ equivalía a una autorización expresa para juzgar a los expresidentes. Para quienes desdeñaron la consulta, su abstención significaba frenar las ambiciones autoritarias de AMLO. El EZLN, tan cauto en sus intervenciones en política, se entusiasmó y adujo que votar afirmativamente abriría un mecanismo de esclarecimiento de las injusticias cometidas en el pasado y el derecho a la verdad. Nada de esto estuvo, expresamente, en la pregunta que apareció en la boleta, pero eso no alteró el discurso de los actores.  Lo importante eran los anhelos que cada uno defendía.

La batalla ideológica del domingo prometía mucho. Una votación masiva, que obviamente sería por el SÍ, daría impulso a los afanes justicieros y tendrían que traducirse en hechos y acciones. Si esto hubiera ocurrido, los ánimos se hubieran agitado y la presión por llevar a cabo diversas acciones para esclarecer el pasado hubiera quizás llevado a las instituciones estatales a tomar acciones más contundentes.

Lamentablemente, la situación política realmente existente terminó por imponerse. La participación fue mucho menor a los esperado por todos. Contó para ello la torpeza de la clase política morenista, su falta de iniciativa y de creatividad para alentar el voto; y por supuesto también la conducta errática del presidente. Hubo, asimismo, si se observan las cifras, casos, muy raros; por ejemplo, en Zacatecas, la participación fue del 3.45 por ciento, casi la más baja de todas las entidades del país. Como si en esa entidad Morena no hubiera ganado las elecciones de gobernador hace unas semanas.

Los activistas y ciudadanos más entusiastas por esclarecer el pasado y buscar justicia, muchos de ellos partidarios de Morena y del presidente, se encontraron, al otro día, con una desagradable sorpresa. La indiferencia de muchos posibles votantes no puede achacarse, por lo menos enteramente, al INE. Algo más sustancial falló del lado de los promotores de la consulta. La confusión entre la pregunta escrita y los deseos expresados por sus promotores; la relativa indiferencia de los dirigentes del partido para alentar la participación; y la falta de claridad de lo que sucedería después del triunfo del SI.

A pesar de la baja participación ciudadana (7.1 por ciento) hay que evitar el error de considerar este tropiezo como un triunfo de los demócratas (sin adjetivos) y de los actores políticos del pasado, en particular los expresidentes y los partidos de la oposición. La lucha ideológica no va a decaer. Lo que sí puede pasar es que los afanes justicieros se alejen más de AMLO y su gobierno. La ausencia en las urnas mostró, quizás de manera muy transparente, la distancia existente entre los deseos de una parte muy amplia de la población, y el desempeño del régimen y sus instituciones. En esta ocasión, la política no fue el conducto adecuado para los reclamos por la justicia. Fue un dique. El presidente y los dirigentes de la 4T pueden argumentar que se trató de un primer ejercicio para la práctica de un nuevo tipo de democracia; o de un ensayo general para lo que sigue, la ratificación o no del mandato presidencial que tendrá lugar el próximo año. Pero entonces, ¿cómo se dará cauce al descontento y a los reclamos por la persistencia de la impunidad, la corrupción y la injusticia?

 

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