19 mayo,2021 5:19 am

La 1ª Gran Transformación La consumación de la Independencia de México, hoy hace 200 años (1821-2021)

Julio Moguel

(Décima tercera parte)

 

Con la colaboración de Luis Patiño y de Blanca Athié

I. Un nuevo paréntesis en la serie histórica. Algo más sobre Pedro Ascencio, en la versión de Luis Patiño

La pretensión original de esta serie empieza a cumplirse con toda literalidad: ha generado un diálogo positivo con muy distintos lectores, de tal forma que me han empezado a llegar, más que opiniones, algunos elementos que completan o complementan la narrativa que hemos venido siguiendo. Cito aquí letra a letra lo que me escribió un buen amigo, Luis Patiño, quien pudo recoger el siguiente testimonio en torno a la figura de Pedro Ascencio, de personas que viven en los lugares donde luchaba aquél magnífico héroe independentista, y que cuentan la historia con suficiente naturalidad. Leamos.

De Pedro Ascencio Alquisiras existe, entre los habitantes de la Sierra Norte de Guerrero y la Tierra Caliente (la fracción que hoy corresponde al Estado de México), la polémica del lugar de su nacimiento; algunos lo ubican en Tlaquipan, un pequeño poblado que se encuentra a unos kilómetros de Teloloapan; y los calentanos reclaman a Tlatlaya como el lugar de origen del legendario guerrillero.

Ambos coinciden en que Pedro Ascencio inventó la guerrilla agraria, que un siglo más tarde retomaría el General Zapata: se cultivaba la milpa con el fusil preparado para hostigar al enemigo.

La famosa tradición de las Máscaras de Diablo, que cada 15 de septiembre se celebra en Teloloapan, se debe también al genio militar de Pedro Ascencio, quien al verse sitiado por el ejército realista, en franca desventaja en número de hombres y armamento, disfrazó a sus hombres con máscaras de Diablo y fuertes “chicotes” que, al hacerlos sonar en la madrugada, simularon un ejército fuertemente armado del mismísimo Satán, logrando que los realistas salieran huyendo del poblado.

Hasta aquí lo que me platicó Luis Patiño. Historia que, viniendo de un registro oral, transmitido de generación en generación, concuerda con otra información que hemos recabado y tiene en nuestra opinión una gran verosimilitud.

II. Otro paréntesis necesario, sobre la participación de las mujeres en la guerra de la Independencia, escrito por Blanca Athié.

“¿Y las mujeres?”, me preguntó un día una mujer que se ha dedicado a las letras. ¿“No cuentan en el proceso independentista?”, me inquirió. Entonces le pregunté si ella podría decirnos algo al respecto. Y lo hizo. Aquí el texto que la escritora Blanca Athié me envió sobre una faceta magnífica de este tema.

Nombres como Josefa Ortiz o Leona Vicario resuenan en cualquier rincón del país, incluso el 2020 fue nombrado como el año de Leona Vicario, y aunque la mutación histórica las va reivindicando de una manera más propia y justa, siguen apareciendo a lo largo y ancho de nuestras páginas como virtuosas o heroínas por separado, a pesar de que ambas, formaron parte de una misma sociedad secreta clave como Los Guadalupe.

¿Fue Leona Vicario la primera feminista de la patria? Escribir de Leona es traer al presente varias de las principales consignas feministas: lo personal es político; el amor compañero; la libertad como símbolo emancipador; la palabra como derecho; el amor propio contra el amor romántico.

Lo personal es político, un lema de la segunda ola feminista en los años setenta, que implica visibilizar las experiencias que se viven entre lo personal, o lo privado, y las estructuras sociales y políticas. Bajo esa óptica la mujer ha adquirido mucha visibilidad como sujeto político y por ende como sujeto histórico.

En el periplo personal de Leona siempre se cruzó el “ideal” o la “realidad” llamada patria. La patria fue su realidad porque definió sus experiencias personales, su comprensión de la realidad, su pasión por la lucha y su siempre anhelante deseo de libertad en todos los aspectos. Pero mujer realista, más que idealista, comprende al final de sus días que el “ideal” patria siempre se construye sobre guerras que van mermando el derecho a un buen vivir.

Pero dejando las proyecciones a un lado, es más fructífero pensar desde esa filosofía de la natalidad que la propia Hannah Arendt propone en el hecho de que, aunque si bien hemos de morir, no hemos nacido para ello, sino para nacer; pone en consecuencia de relieve el coraje o el valor para nacer constantemente y no romantizar el coraje o el valor para morir.

Leona Vicario es sin duda un gran ejemplo de ello, su vida-patria fue un constante nacer en sí mismo: no sólo porque al quedar huérfana y heredar fortuna de sus padres, comienza a concebir una responsabilidad sobre dicha herencia, misma que bajo los anhelos libertarios destina a la causa, derivando significativos recursos a “Los Guadalupe”. Pero es esta primera experiencia emancipadora la que sigue nutriendo su coraje de libertad, claro que fue perseguida e incluso encarcelada, aunque corrió con más suerte que muchas otras compañeras que los realistas sí asesinaron.

De allí que el periplo de Leona terminaría en condiciones de pobreza, de persecución, el anonimato, pues el gobierno confiscaría sus bienes además de declararla como traidora. No obstante, sería ayudada por su gran amigo y aliado, Carlos Bustamante, quien la condujo a Oaxaca para esconderla en una choza.

Incluso el mismo Morelos, al enterarse de la heroicidad de Leona, le ofrece seguridad por conducto de Bustamante: “ahora se encuentra libre y protegida bajo las alas del águila mexicana”, son las palabras que Morelos le escribe a Leona Vicario en una carta vía Bustamante.

Esas palabras serían el puente a otro de los momentos más emblemáticos en los que ella haría, como sus compañeros, Patria: el Congreso Constituyente convocado por Morelos en Chilpancingo. Ella va al encuentro de la patria pero también al reencuentro de Andrés Quintana Roo, con quien precisamente contraería nupcias en un templo de la coordenada referida también conocida como Sentimientos de la Nación. Ambos compañeros compartirían la lucha independentista.

Leona hubiese sido exiliada junto a sus hijas de no haber sido porque la guerra llegaba a su fin. Y es en su país naciente en el que haría uso de otro gran derecho –privilegio—para su época: la palabra, al replicarle a Lucas Alamán su retrógrada idea de que las mujeres sólo siguen a sus amantes. Para ello hace uso de su espacio, en El Federalista Mexicano, el 2 de abril de 1832.

“Mi objeto en querer desmentir la impostura de que mi patriotismo tuvo por origen el amor, no es otro que el muy justo deseo de que mi memoria no pase a mis nietos con la fea nota de haber yo sido una atronada que abandoné mi casa por seguir a un amante… Todo México supo que mi fuga fue de una prisión y que ésta no lo originó el amor, sino el haberme apresado a un correo que mandaba yo a los antiguos patriotas… Confiese V. S. Alamán que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres; que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los sentimientos de la gloria y la libertad no les son unos sentimientos extraños; antes bien vale obrar en ellos con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres, sea el cual fuere el objeto o causa por quien las hacen, son desinteresados, y parece que no buscan más recompensa de ellos, que la de que sean aceptadas”.