29 abril,2020 5:04 am

La crisis brasileña se prolonga con la salida de Sergio Moro

Gaspard Estrada

El pasado viernes Sergio Moro, el entonces ministro de Justicia y Seguridad Pública del gobierno brasileño, llevó a cabo una conferencia de prensa en la que anunció su renuncia al cargo. Pero no solo eso. También hizo una serie de denuncias en contra de su ex jefe, el presidente Jair Bolsonaro. Según los dichos de Sergio Moro, “el presidente”, dijo, “quiso imponerme la sucesión del jefe de la Policía Federal, aunque el que estaba en el cargo no había demeritado. Más seriamente, quería reemplazarlo por un amigo para tener acceso a información privilegiada. Peor aún, hizo este cambio de mando sin mi acuerdo, que era necesario, poniendo mi firma electrónica al pie del decreto de nombramiento publicado en el Boletín Oficial”. De tal suerte que su salida de la explanada de los ministerios, expresión comúnmente empleada por los columnistas de la prensa brasileña para designar al gabinete del gobierno federal, se volvió un acto político que marcó la agenda pública de Brasil y de parte de la prensa internacional.

Para muchos medios de comunicación, efectivamente, Sergio Moro continúa teniendo la imagen de un juez anti-corrupción, destacado por su lucha contra los políticos corruptos de América Latina. Y es que, ciertamente, el tema de la corrupción se volvió uno de los principales de la agenda pública latinoamericana, de México hasta Argentina. Sin embargo, la operación “Lava Jato”, de 2014, constituyó un hito en la narrativa del combate a la corrupción: centenares de personas, políticos, empresarios y hombres de poder fueron arrestados y enjuiciados –incluyendo al expresidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva. Según esta misma narrativa, los miles de millones de dólares que fueron efectivamente desviados de la paraestatal Petrobras a manos de las constructoras como Odebrecht, OAS, Camargo Correa, Andrade Gutierrez (entre otras), fueron devueltos a los brasileños, y de manera más general, la  impunidad, característica de las sociedades de América Latina, habría sido dejada atrás. En resumen, la ley sería para todos.

El problema de esta narrativa es que juega con las palabras, y manipula la verdad –por no decir que dice mentiras. Efectivamente, la corrupción en el sector público existió y existe en Brasil –en particular en el sensible terreno de las contrataciones de las grandes empresas públicas. Desde la época de la dictadura militar brasileña (1964-1985), estas empresas corrompían a funcionarios públicos (en este caso, a militares), para obtener contratos y sobrefacturar las obras que tenían a su cargo. Con la llegada de la democracia, estos mecanismos espurios se fragmentaron y pasaron a formar parte del financiamiento de las campañas electorales, como ha sido el caso, infelizmente, en otras regiones del mundo como Europa (en Francia, un escándalo de corrupción ligado a la sobrefacturación de la construcción de escuelas públicas involucró a las dirigencias de partidos de izquierda y de derecha). Sin embargo, atribuir todos los males de Brasil al partido de los trabajadores y a Lula es una mentira. Inclusive porque Lula fue condenado por “actos indeterminados”: es decir, el propio Sergio Moro reconoció en su condena que no tenía cómo probar que Lula había cometido una ilegalidad. Y aun así, lo condenó a más de ocho años de cárcel, con el objetivo de impedir su candidatura a la presidencia y pavimentar el camino de Jair Bolsonaro.

Infelizmente, la prensa sigue comprando la narrativa de Sergio Moro y de los procuradores de la operación Lava Jato, en este caso para intentar lavar la imagen del ex ministro de Justicia de Bolsonaro. No hay dudas de que Bolsonaro, como presidente, ha intentado usar su posición en su beneficio personal y el de sus hijos, envueltos todos en escándalos, inclusive recopilando información confidencial de parte de la Policía Federal y de los servicios de inteligencia. Sin embargo, buena parte de la prensa internacional todavía no ha entendido el rol de Sergio Moro en el proceso de degradación de la endeble democracia brasileña.

* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París.

Twitter: @Gaspard_Estrada