11 diciembre,2023 4:28 am

La demonización del mal

 

Silvestre Pacheco León

Se llama Esequiba como el nombre del río que le sirve de límite, y se trata de un territorio de 160 mil kilómetros cuadrados, al norte de América del Sur, casi dos veces y media la superficie del estado de Guerrero, rico en bosque tropical pero sobre todo en petróleo que actualmente explota la estadunidense y trasnacional Exxon Mobil.
El territorio de Esequibo pertenece a Venezuela, con el antecedente de que en los tribunales internacionales se habla de una serie de maniobras fraudulentas que comenzaron con la compra de dicho territorio por los ingleses a los Países Bajos a pesar de que estos nunca fueron dueños, pero mediante maniobras legales pudieron hacer válida la compra.
La impostura de Londres y Amsterdam quedó resuelta en 1966 con la aceptación de que dicho territorio estaba en litigio sujeto a negociación con Guyana, país que en ese mismo año se independizó de Inglaterra siguiendo la doctrina Monroe que se acuñó en 1895 bajo el postulado de que América era para los americanos y por tanto los europeos no tenían nada qué hacer en el continente.
Guyana, cuya capital es Georgetown, tiene casi un millón de habitantes con el problema de que la mayor parte de su territorio comprende Esequiba reputado como propio por Venezuela que la tiene ocupada militarmente, por eso apunta a un grave conflicto porque la Exxon Mobil que se siente protegida militarmente por el gobierno norteamericano ha pagado para que Guyana defienda Esequiba como suyo, aunque la renta petrolera que recibe de la trasnacional no se ha traducido en una mejoría en la calidad de vida de la población que de acuerdo con la información del Banco Mundial en el año 2017 el 31 por ciento de los guyanense vivía bajo el umbral de la pobreza.
El petróleo que tiene en el subsuelo el territorio de Esequiba es para los norteamericanos lo mismo que significó la enfermedad del oro para los españoles, por eso está provocando una escalada militar que comenzó el jueves pasado con operaciones de vuelo ordenadas por el Comando Sur de su ejército dentro de Guyana, lo que provocó la reacción del presidente de Venezuela Nicolás Maduro que la calificó como “infeliz provocación” porque no renunciará a la soberanía de ese territorio.
La petrolera trasnacional aunque paga una mísera renta a Guyana por la extracción del petróleo busca la protección militar de su país de origen porque teme perder dicha riqueza, prefiriendo un conflicto militar, antes que dejarse despojar de los veneros que son estratégicos para los norteamericanos cuyo gobierno no ha dejado de aspirar a quedarse con el mar de petróleo que explota Venezuela desde que su protegido, opositor del chavismo Juan Guaidó, perdió poder frente a Nicolás Maduro. Con el posible conflicto de Esequiba Joe Baiden está viendo la oportunidad de acceder a esa riqueza sin ningún escrúpulo.
Esequibo es el territorio que se localiza en el norte de América del Sur, entre Guyana, Venezuela y Brasil que pronto dará de qué hablar porque en ese lugar el diablo escrituró a los venezolanos los veneros de petróleo como lo dice Ramón López Velarde en su poema Suave Patria sobre la riqueza petrolera de nuestro país.
Así, antes de que termine el año 2023, si la política vuelve a perder, habrá en el mundo tres puntos de conflicto militar, Ucrania en el este de Europa, la franja de Gaza en el Cercano Oriente y la Guyana en el norte de América del Sur. Por eso resulta compatible la preocupación del presidente brasileño Inacio Lula da Silva quien se ha pronunciado a favor de una negociación para resolver el diferendo porque lo menos que se quiere es una guerra en esta región del mundo que se esmera en mejorar su entorno.
Sin embargo, está en contra del deseo brasileño el problema de la enorme deuda externa que tiene Estados Unidos que ya alcanza la cifra de 235 billones que para su sostenibilidad o manejo como le llaman los teóricos, la guerra es la vía más deseable para los duros de Washington que han visto en la venta de armas el medio para estabilizar su economía.
En este tema de hacer la guerra como mecanismo para la estabilidad, en Estados Unidos hay plena coincidencia entre republicanos y demócratas, por eso en los hechos el presidente Joe Biden comete la impudicia de seguir al trumpismo en su política exterior favoreciendo la guerra, aunque sin el ruidoso y rudo lenguaje del republicano.
Nadie se ha dedicado a medir el grado de dolor que las guerras han provocado en el mundo, ni tampoco si tantas muertes provocadas justifican los resultados que se buscan, pero lo cierto es que aún sin contestar esas preguntas, la mayoría sabe que hay un mecanismo de defensa para que quienes meten las manos en cada conflicto bélico puedan seguir su vida sin sentir remordimiento ni culpa por ello.
Y es que en las guerras no se da siempre el caso del actual conflicto de los judíos que sacrifican la vida de tantos palestinos después de hacerlos sufrir lo indecible quitándoles la comida, el agua, destruyéndoles sus casas, vejándolos, sometiéndolos al dolor y el miedo antes de masacrarlos a manos de sus soldados como castigo, en una acción de venganza inusitada y ajena a cualquier justificación moral, sino en cualquier guerra donde los autores intelectuales de las mismas nunca dan la cara para justificar sus acciones porque tienen la malicia de utilizar en el producto de la muerte el mismo sistema de producción de una fábrica donde el fin se logra mediante un proceso de cooperación entre los obreros de manera que nadie se reconoce como el autor final del producto como sucedía en las economías precapitalistas como el agricultor que levanta su cosecha o el herrero que fabrica un machete o una espada, un escudo o una lanza sintiéndose dueño y autor de lo producido.
En el capitalismo, en la industria militar ninguno de los obreros se siente el creador de la ametralladora o el tanque, ni se reconoce en un misil o un dron (para hablar con más propiedad tomando en cuenta las nuevas armas que el crimen organizado utiliza en la sierra), porque cada uno realiza una ínfima parte del arma que es el instrumento de la guerra.
Ese hecho que parece trivial pudo haber influido en el pensamiento de la filósofa y politóloga alemana Hanna Arendt sobre la “banalidad del mal”, definición con la que sostiene que cualquier persona normal puede realizar el “mal mayor”, desmontando así el criterio de la demonización del mal que sostiene que quienes cometen los grandes delitos y crímenes de la humanidad son gente extraordinaria, malvada y enferma a la que por ello se trata con cierta condescendencia, y no la común y corriente como lo señaló en el juicio contra el criminal nazi en Jerusalén Adolfo Eichmann, del que nacería poco después su libro Los orígenes del totalitarismo.
Esa es la inconsciencia de la guerra que no hay quien conozca y juzgue a sus autores intelectuales y solo se cuente a los muertos y se evaluen los daños materiales, pues quien mata en la guerra está justificado porque lo hace a cambio de su propia vida. Todo un contrasentido que nos debe llamar la atención para que ante cualquier conflicto capaz de generar una confrontación armada sea detenido como un mal perjudicial para toda la humanidad.