10 noviembre,2017 6:00 pm

La difícil lucha para erradicar la amapola en México

Guachochi, Chihuahua, 10 de noviembre de 2017. En una cabaña vacía, junto a un campo de amapola, alguien dejó un papel escrito a mano con faltas de ortografía para convencer a los soldados de no eliminar las plantas de las que se extrae la materia prima para la heroína.

“Les pido por fabor que me conprendan y me dejen por fabor sacar un dinerito”, decía. “No tengo en mi casa nada ni piso ni comida para mi familia ni dinero para bestirlos”.

Las plantas de amapola de opio -adormidera- se movían suavemente con el viento cuando los militares llegaron a erradicarlas a un claro del bosque cerca de Guachochi, en el estado mexicano de Chihuahua, en el norte del país.

Desde un helicóptero, los pilotos del Ejército primero localizaron el sembradío y, después, un grupo de infantería se encargó de eliminar el cultivo ilegal.

“Unos 2.000 de mis soldados en esta región se dedican exclusivamente a erradicar campos de amapola y marihuana. Es un 80 por ciento de mi tropa”, dice el general brigadier Martín Salvador Morfín Ruiz.

Mientras algunos soldados resguardan el área con fusiles, los otros arrancan a mano las plantas de amapola y las colocan en una pira para incinerarlas.

Una humareda de aroma penetrante se eleva en medio del idílico paisaje en la Sierra Madre, origen de buena parte del opio que inundará las calles de Estados Unidos convertido en heroína.

Allí cada día mueren 35 personas a causa de la heroína. El presidente estadounidense, Donald Trump, calificó en agosto la crisis de los opiáceos de “emergencia” y el pasado 26 de octubre declaró el estado de emergencia sanitaria nacional.

En México, los soldados destruyen todos los días campos de amapola. Tan sólo en el sur de Chihuahua se erradican diariamente hasta 300 sembradíos.

Sin embargo, de acuerdo con un informe publicado el 23 de octubre por la agencia antidrogas estadounidense (DEA), “el cultivo de amapola de opio aumentó en México significativamente en los últimos años, para alcanzar unas 32.000 hectáreas en 2016”, con una producción potencial de heroína pura tres veces mayor a 2013.

La Sierra Madre, igual que otras partes del país, como el estado de Guerrero, se presta especialmente para el cultivo de amapola debido a las condiciones del suelo y el clima.

En época de cosecha los campesinos hacen incisiones en los bulbos verdes de la adormidera en la madrugada. De ahí sale un jugo lechoso que se deja secar durante el día al sol y después se recoge. Con el opio en bruto luego se elabora la heroína en laboratorios clandestinos.

Una hectárea produce alrededor de 11 kilos de pasta de opio. Por cada kilo el cártel de Sinaloa y el cártel de Juárez, que operan en la región, pagan unos 25.000 pesos (1.100 euros/1.300 dólares).

“Para los campesinos es mucho más lucrativo que sembrar maíz o frijol”, dice Morfín. Pero las grandes ganancias son para los cárteles.

De 11 kilogramos de opio en bruto obtienen un kilo de heroína con un valor de dos millones de pesos (90.000 euros/105.000 dólares). En Estados Unidos ha subido el consumo.

Los expertos lo atribuyen, entre otras causas, a la laxa prescripción de medicamentos opioides como la oxicodona, la hidrocodona y el fentanilo: muchos pacientes se vuelven adictos y se pasan a la heroína, más barata, cuando ya no obtienen recetas.

Las organizaciones criminales mexicanas están haciendo el gran negocio traficando heroína cada vez más pura y de menor precio. El 93 por ciento de la heroína confiscada y analizada en 2015 en Estados Unidos era de origen mexicano.

Según la DEA, “el incremento de los cultivos en México fue impulsado en parte por una reducción en la erradicación de amapola y un cambio en las organizaciones mexicanas hacia un mayor tráfico de heroína”.

Antes el consumo de heroína era un problema de clases bajas en zonas marginadas de Estados Unidos, mientras que ahora cada vez hay más adictos de familias blancas estadounidenses de clase media.

La alta demanda convierte los esfuerzos de erradicación cultivos para los soldados mexicanos en un trabajo de Sísifo, el personaje de la mitología griega condenado a empujar cuesta arriba de una montaña una piedra que vuelve a rodar hacia abajo, en un ciclo que se repite de manera perpetua.

“Un día destruimos un campo de cultivo y al día siguiente los campesinos vuelven a sembrar”, dice el coronel Vicente Javier Mandujano Acevedo.

En la Sierra de Chihuahua el Ejército destruyó este año más de 2.260 hectáreas de amapola, pero en la enorme región montañosa, de difícil acceso, debe haber muchísimas otras áreas sembradas.

“Sí es un poco frustrante saber que enseguida volverán a plantar una vez que nos vayamos”, dice el teniente Luis Enrique Trujillo, que con cerca de 30 soldados desmonta el terreno. “Pero estamos convencidos de nuestro trabajo. No queremos que la droga llegue a nuestros hijos”

La tropa está una semana en un lugar y después la recoge un helicóptero Black-Hawk para llevarla a otro sitio. En las áreas especialmente inaccesibles los helicópteros fumigan con el químico Uproquat.

Aunque es inofensivo para las personas, “sólo lo utilizamos en sembradíos donde no existan plantaciones cercanas de maíz o frijol”, explica el piloto Doroteo Rojas.

Los enfrentamientos con los cárteles de las drogas son poco frecuentes en esta región, pero el Ejército tiene una base de operaciones en Guachochi.

De manera regular los soldados hacen patrullajes en vehículos todo terreno artillados. “Aquí hay grupos que tienen mucha más capacidad de fuego que la policía local. Por eso le brindamos apoyo”, dice Morfín.

Texto y fotos: Denis Düttmann (DPA)