14 junio,2018 6:34 am

La esterilidad del debate

Humberto Musacchio
 
Con muchas ganas de ahuyentar a los ciudadanos de las urnas, el Instituto Nacional Electoral decidió que en este proceso electoral habría no uno, sino tres debates. Y los tres resultaron decepcionantes, pues en la televisión resulta muy difícil exponer ideas claras y precisas, probar en forma fehaciente lo que se asegura y dar contundencia a las acusaciones.
En tales condiciones, la intrascendencia de los dichos se acentúa por la escasa habilidad oratoria de los participantes. Si bien Ricardo Anaya es el más apto en el campo de la expresión verbal, su decepcionante ausencia de ideas propias y su rigidez facial le restan eficacia a sus palabras. Andrés Manuel López Obrador, ya se sabe, carece de fluidez expositiva y tan aficionado como es al beisbol, le deben robar todas las bases, pues es lentísimo para revirar. José Antonio Meade, en cambio, tiene un verbo fácil y maneja las cifras con soltura, pero lanzado a defender lo indefendible no tiene porvenir.
En el segundo debate se criticó a los conductores por un supuesto protagonismo, pero lo cierto es que estaban ahí para preguntar en forma incisiva y hasta para poner en aprietos a sus interlocutores, no para actuar como sus pilmamas o sus cómplices, lo que por supuesto disgustó a los candidatos y a sus seguidores.
Esta vez, por fortuna, los tres periodistas actuaron con la insistencia y hasta la dureza que esperábamos los ciudadanos. Porque lo cierto es que necesitamos saber qué piensa cada uno de los candidatos acerca de un sinnúmero de asuntos que nos atañen a todos. Por supuesto, los interrogados pretendían salirse por la tangente o de plano hacer caso omiso de las preguntas, lo que demandaba llamados a responder, no a divagar sobre el huevo y quien lo puso o perderse en recriminaciones al adversario.
Bien estuvieron el experimentado Leonardo Curzio, la brillante Gabriela Warkentin y el sagaz Carlos Puig –quizá el único de los tres que se pasó de tueste–. Cada uno a su manera, pero esos conductores respondieron a lo que pedimos los votantes: respuestas claras, precisas y oportunas.
Como era esperable, Anaya y Meade atacaron por ambos flancos a López Obrador, que esta vez se defendió mejor. Sin embargo, a favor del panista hay que decir que tardó cerca de media hora en comenzar sus ataques contra el tabasqueño. Meade aguantó menos, pues hacia el minuto 20 comenzó a disparar contra el tabasqueño. Por ir arriba en las encuestas, resultan lógicos los embates contra AMLO, pero centrar en este recurso la actuación de uno u otro candidato acaba por resultar contraproducente. Y si no, que lo digan las encuestas.
Por supuesto, El Bronco desempeñó el papelazo que le encomendaron, pues con su conocido desparpajo, combinó sus payasadas con no pocos despropósitos y planteamientos cojos, absurdos o descabellados, como el cortar la mano de los delincuentes, en lo que insistió con una seriedad digna de su reconocida vis cómica.
El regiomontano se refirió a los otros candidatos como “la tercia maldita”, mencionó la existencia del FBI (Facebook Bronco Investigation) y soltó otras guasas que, dicen los bromistas, le valió que a la salida López Obrador le prometiera nombrarlo director del Teatro de la Comedia y el Chascarrillo, lo que por supuesto le vendría muy bien al vaquero norteño.
Por un momento, El Bronco se sintió desplazado en su papel de clown, pues Meade mostró a las cámaras un supuesto video llamado La gran depresión, con López Obrador en el papel estelar, quien aparece en la portada con una especie de turbante de flores, una de esas cosas que le ponen en los pueblos que visita.
Cuando faltan menos de tres semanas para el día de las elecciones, la impresión que dejan los debates y los candidatos es que los proyectos de gobierno no están claros ni para los propios abanderados del PRI, del PAN y Morena, mucho menos para los ciudadanos. Tampoco resulta fácil de explicar el cómo se cumplirán las promesas, de dónde saldrán los dineros para concretar no pocas propuestas, sobre todo si, como dice AMLO, no subirán los impuestos, pese a que tenernos un sistema fiscal profundamente injusto.
Lo que hace la diferencia es el hartazgo. Más allá de lo que desearían proyectar, tanto Meade como Anaya representan más de lo mismo. Por su parte, López Obrador no sabe explicar su proyecto en forma convincente, pero aún así es el favorito. Quizá porque se nota o se intuye que representa algo diferente. Eso explica su ventaja.