14 julio,2023 5:01 am

La irónica inmortalidad de Milan Kundera

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Adán Ramírez Serret

 

El miércoles 12 de julio, el mundo de las letras se despertó con la noticia de la muerte de Milan Kundera (Brno, 1929-París, 2023). Se trata, entre la familia de escritores, de una muerte particular. Porque sus obras no son solamente profundas y apasionantes, sino que leerlo te hace escritor en muchos sentidos. Es un autor que te hace pensar qué es el amor, qué es el sexo. Y qué significa estar en este mundo. Te forma como lector y como ser humano.
Por supuesto que se trata de preguntas filosóficas. A tal grado que durante mis años de juventud que leí la obra completa de Kundera, pensé que aquello que me apasionaba era la filosofía; pero no, años después, leyendo al propio autor checo, descubrí que no me interesaba tanto la verdad, como la ambigüedad: es decir, no la existencia de una sola verdad, sino una pluralidad de puntos de vista que, sobre todo, no se manifiestan en la teoría, en el pensamiento, sino en los seres humanos.
Fue La Broma el primer libro que leí de Kundera. Sucedió hace más de veinte años, pero aún tengo presente la impresión que me causó. Era como estar leyéndome a mí mismo. Aún no sé bien a bien qué fue aquello que me hizo sentir que leía un alma gemela. Otro yo nacido en Brno 63 años antes.
La vida del protagonista, Ludvik, no tenía en un principio que ver ni remotamente con mi vida. Se trata de un joven universitario –yo no iba a la escuela– que tiene una novia –yo no la tenía– y que tiene ideales políticos –de los cuales yo carecía.
La novela gira en torno a un joven que forma parte del Partido Comunista en Checoslovaquia. Es universitario y tiene una amiga a quien escribe una carta y se le ocurre terminarla con una broma en la que parodia a Marx, quien decía que la religión es el opio del pueblo. Ludvik le da humor diciendo que la revolución es el opio del pueblo.
Ludvik es arrestado sin saber la razón –aquí recuerda El Proceso de Franz Kafka, otro checo célebre: es expulsado también del partido. Vive en un estado de confusión completa, hasta que se entera que fue su amiga quien lo denunció.
Yo vivía en Oaxaca y no sufría ningún tipo de represión; sin embargo, había un hechizo particular, un escalofrío que me recorría la nuca al leer la novela.
Quizá haya sido por el subtítulo que tiene La Broma, que dice: novela. El género no era ni el del panfleto de denuncia, ni la reflexión histórica; se trata de una ficción cuyo tema central es el amor. Ese sentimiento abstracto que se puede tener hacia el conocimiento, hacia otra persona o hacia una ideología. Creo que aquello que compartía con Ludvik era la frustración de no poder concretar ese amor abstracto –y no por eso menos potente–, que define nuestras vidas.
Escribo en plural porque con el paso de los años he descubierto que es un sentimiento, el de verse identificado con Ludvik, que ha invadido a muchas personas que leen a Kundera.
Porque el autor checo capturó aquello que no puede definir ni el pensamiento ni la ideología: el sentimiento de una generación. La intuición que porta la ambigüedad de la ficción en donde es posible expresar una identidad con una historia.
Milan Kundera escribió muchas otras grandes novelas, El Libro de la Risa y el Olvido, El Libro de los Amores Ridículos y La Inmortalidad, por tan sólo citar algunas.
Su estilo no es repetitivo, sino único. Se trata de historias de amor, tristes, desencantadas al mismo tiempo que son apasionadas. En donde se reflexiona sobre el sexo, sobre el placer en una forma quijotesca. Es decir, paródica. Hay mucha ironía al hablar del amor y del sexo, un gran sarcasmo al describir la pasión amorosa. Tal como lo hace Cervantes, quien se burla del apasionado lector de caballerías. Pero también hay, exactamente al mismo tiempo que se burla, un homenaje a la lectura en Cervantes, y al sexo y al amor en Kundera. Es por eso por lo que no es un filósofo que busca la verdad mediante la razón. En Kundera abunda el pensamiento y la reflexión mientras cuenta una historia, pero el asunto más importante, lo que mueve al narrador, es el sentimiento que mueve a sus personajes: el amor y el sexo que son patéticos, pero lo más hermoso del mundo.