27 mayo,2024 5:51 am

La jornada electoral como empoderamiento ciudadano

 

 

Jesús Mendoza Zaragoza

Ya está cercana la jornada electoral con la que culmina este proceso político encaminado al relevo de gobernantes. Ahora me quiero preguntar, ¿qué estamos ganando en nuestro México después de este larguísimo proceso que se ha dado, primero entre aspirantes, después entre precandidatos y, por último, entre candidatos para esta contienda electoral? ¿Vale este proceso lo que debiera valer? Sin duda, hemos tenido de todo.
Por un lado, partidos políticos no confiables, todos. Candidatos mediocres con aspiraciones populacheras. Retrocesos legislativos como la reelección. Polarizaciones. Carencia de propuestas acordes a la realidad del país. Por otro lado, hay necesidades sentidas en la población en temas como la seguridad y la paz, el cambio climático, las víctimas de las violencias, el campo, la salud y la educación, entre otros, que urgen cambios de fondo. Hay también en el ámbito de la sociedad, organizaciones que desean aportar al país en diversos ámbitos. Y no deja de haber militantes y simpatizantes en todos los partidos políticos y sin partido, muchos ciudadanos que se interesan en escuchar, en dialogar, en aportar al país.
Ahora quiero dar relevancia al asunto del poder en la política, que se construye, precisamente para regularlo hacia el bien común. El poder es una realidad presente donde hay familias, grupos, comunidades, pueblos y naciones. El problema está en la manera de regularlo y desarrollarlo para el beneficio de unos o de todos. Este es un tema que tiene un perfil propio en nuestro sistema político mexicano. De hecho, la democracia propone un uso del poder en favor del pueblo, en favor de todos, de las mayorías y de las minorías.
Parte fundamental de nuestro sistema político es la manera como se procesa el poder en México desde los tiempos de la Revolución Mexicana. Hemos vivido con una herencia autoritaria que aún no hemos podido superar, porque el mismo sistema, en cuanto tal, que tiene como actores fundamentales a los partidos políticos, tiene un perfil autoritario. Esta es una herencia cultural que es transmitida por todos los partidos y se va enfocando al poder como un absoluto. Lo que importa es el poder, como sea y para lo que sea. Lo importante es conquistarlo y conservarlo. Lo demás, no importa mucho. Varían las formas y los estilos, de un partido a otro, de un gobernante a otro, pero en el fondo, se trata de lo mismo. El gen del autoritarismo está en el sistema político como tal. Este autoritarismo se ha manifestado en los gobiernos del PRI, del PAN y de Morena a través del presidencialismo, como un poder sobre todo poder.
En las campañas y en los debates se han hecho visibles los modos partidistas enfocados para conseguir o retener el poder con toda clase de medidas. Por un lado, la política se ha hecho pragmática y se ha desarrollado con una carencia de ideologías. Parece que ya no la necesitan. Candidatos brincan sin ningún pudor de un partido a otro, pues ya no importa el pensamiento ni las convicciones. Es lo mismo buscar el poder desde cualquier partido porque se realiza con los mismos medios: ataques, medias verdades, mentiras, noticias falsas y encuestas amañadas han sido los medios elegidos para hacer las campañas. De estos medios no se desprende nada bueno para la sociedad, sino más de lo mismo.
No hemos visto el desarrollo de propuestas precisas para abrir paso a los temas que son de interés público. No nos han mostrado una visión del país que queremos. No ha crecido la confianza en la política. La palabra, la idea y el diálogo han sido los grandes ausentes pues han sido sustituidas por la estridencia de los ataques.
Si el sistema político tiene sus complicaciones que no le permiten buscar el bien común, porque tiene una orientación fundamental para conquistar o retener el poder, los ciudadanos tenemos también nuestros lados débiles. Quizá no somos conscientes de que le damos culto al poder cuando queremos que quienes están encumbrados en el gobierno, ya sea municipal, estatal o federal, resuelvan nuestros problemas como por arte de magia. Carecemos de la autoestima social necesaria para convertirnos en interlocutores y actores sociales competentes para influir en las decisiones políticas de los gobiernos.
Seguimos padeciendo de una enfermedad política cuando tenemos ciudadanos débiles y políticos poderosos, lo que da como resultado el infantilismo ciudadano que no nos permite afrontar con responsabilidad las situaciones que padecemos porque la partidocracia tiene el control de todo: de la política, de la economía, de la educación y de la cultura. Los ciudadanos vivimos con un aire de impotencia que se ha normalizado.
El voto, por ejemplo, tendría que significar que tenemos la capacidad para tomar el control del poder político en las manos. Sabemos que aún es solo una aspiración que el sistema político no puede permitir pues sería contradecirse a sí mismo. Pero si la jornada electoral que tendremos el próximo domingo la orientamos en el sentido de un empoderamiento ciudadano que nos vaya ayudando a tomar el control del poder político en las manos de los ciudadanos y, justo por eso, a participar en las decisiones que tienen que ver con la seguridad, con la paz, con la justicia y con la fraternidad.
Para que esto suceda, los ciudadanos tenemos que continuar participando en la política, vigilando a los gobernantes elegidos para que se apeguen a la ley cumpliendo sus responsabilidades. La jornada electoral es la culminación del proceso electoral, pero es el inicio de otro proceso tan importante como el primero: quienes son elegidos gobiernan escuchando a los ciudadanos y atendiendo a sus necesidades. De esta manera, estos se hacen capaces de controlar el poder para el servicio del pueblo. Ojalá demos un paso más en este sentido.