13 diciembre,2022 4:58 am

¿La literatura guerrerense tiene buena salud?

Federico Vite

 

Un sitio que no tiene librerías ni bibliotecas adecuadas es un espacio oscurecido para quien pretende oficiar la literatura. Si suma usted al poco acceso a material bibliográfico de calidad el desdén gubernamental, esto adquiere proporciones maliciosas. Casi casi se trata de la aniquilación de quien aspira a lo literario. Hablamos de una carencia estructural que precede a la formación de lectores.

Consideremos a todos aquellos que no son de Guerrero, pero viven en el estado, y a todos aquellos nacidos acá pero que no viven en la geografía guerrerense. Repito: consideremos a todos. Digamos, entonces, que los muchos o pocos lectores que pueden tener los escritores guerrerenses son quienes tienen las herramientas para valorar la literatura guerrerense. Pero propongo una mejor camisa de fuerza: ¿quién publica a los escritores de Guerrero? Responder a esa interrogante nos abre los senderos necesarios para salir del paso. La salud de la escritura guerrerense es precaria.

Primeramente, aceptemos que hay escritores guerrerenses que tienen un nutrido y fiel séquito de lectores, figuran en editoriales importantes, llevan más de quince años en el Continente Literario y suelen poner distancia del estado por carencias estructurales tanto en lo laboral como en lo formativo. Acá no hay público ni mercado. Publican con frecuencia y reciben atención nacional. Pero los otros escritores guerrerenses, sin duda alguna los más, moldean la carencia como materia prima. Enfundan proyectos en la literatura de denuncia porque tratan obsesivamente de darle utilidad a lo que escriben: un grito de auxilio, una revancha histórica, señalar un hecho ominoso y punitivo, y un largo, largo etcétera. Desde acá lanzan proyectos en busca de apoyos (premios y becas). Una beca permite al beneficiario ganar tiempo para escribir y para leer. Un premio se traduce en tiempo para escribir y para leer. El apoyo es tiempo y el tiempo, oro molido. Pero a esa búsqueda de apoyo deberíamos llamarla sobrevivencia. No es un rasgo de la buena salud ni de la esperanza, el ejercicio escritural de los guerrerenses está precarizado, cada vez más. Este hecho expone y agranda (nunca minimicemos a quienes obtienen un premio o un beca) esfuerzos personales (con ayuda o sin ayuda de una red de amigos) que podrían traducirse como hallazgos, pues no hay nada a favor institucionalmente, pero sí muchos obstáculos.

Visto así, sin mercado ni público, pareciera que oficiar la escritura en Guerrero es una condena a la pauperización laboral, a la tragedia de existir como un ciudadano de segunda clase, porque acá no hay nada más que la “industria sin chimeneas” y el turismo que viene cada vez es más pobre. De seguir así (los gobiernos siguen pensando que el turismo nos va sacar del hoyo y la mentira se repite sexenio tras sexenio, se ha convertido en un tic obsesivo-compulsivo), el espacio para un oficiante de la literatura (igual que muchas otras actividades) será cada vez más reducido porque la visión gubernamental no comprende su función ante el creador y se limita, como ilustran muchos de los proyectos actuales, que básicamente son festividades alegóricas, a aplaudir. Se aplaude lo que el gobierno deja de hacer. El gobierno, de izquierda o derecha, no forma artistas ni apoya o divulga el trabajo de los que poco a poco se han consolidado, insisto, gracias a esfuerzos personales. El gobierno, de izquierda o de derecha, pregona con sus actos un clásico de las catástrofes: ¡Sálvese quien pueda!

La escritura, en manos de un escritor que no lee, es una melodía sorda. La lectura invita, contagia y conduce al lector a tomar ánimo para escribir. Motoriza, digamos, la escritura. La escritura en sí misma se convierte en una práctica ritual que podría obtener un rango meditativo y tal vez emule al yoga o al aikido. La escritura, a secas, no es lo mejor para la literatura. Pero es lo que más practican los autores en Guerrero. Leen poco o casi nada. Urge mayor sedimento, más humus, todo eso que acá sólo da visos de nebulosa. Es naturaleza muerta, la lectura y la escritura un eslogan popular para las administraciones públicas: cursos de escritura, talleres de escritura. Esfuerzos que no se sostienen porque buscan nada más el beneplácito de la aspiración política: aprobación gubernamental. Es un eslogan que se repite como consigna parvularia, pero no agranda la formación literaria: cursos de escritura, talleres de escritura. La lectura amplía el panorama. Leer como escritor –atendiendo cuestiones técnicas del texto– es necesario. Pero la lectura por placer todo lo alegra.

Guerrero es un sitio para el esfuerzo. Es un páramo que extraña las carretadas de turistas extranjeros y la derrama económica. Hay tesón, sin duda, voluntad innegable, talento, pero todo deviene en desperdicio. A pesar de eso hay, insisto, gente interesada en la literatura (también en otras áreas de expresión estética) y ofician su interés a la manera de un monje budista. A todos ellos, el gobierno les debe algo, no dinero sino apoyo. Y cuando se activan las campañas electorales, esos aspirantes a cargos públicos piden el voto de los creadores. Esa es la única ocasión en la que son tomados en cuenta. Después todo llega al mismo punto: precarización, indiferencia y abandono. ¿Por qué considerar los esfuerzos personales (hallazgos) como un rasgo de la salud literaria de un estado? Yo sigo pensando en el hallazgo como un acto de sobrevivencia, una ruta de escape. Nada más.

Cuestión aparte, el oficio literario se acendra desde lo artesanal. En silencio y con disciplina. Debe asumir, cualquier creador de Guerrero, que vivir acá segrega y afila el rencor social. Estar aquí aísla. Resulta benéfico sólo como un acto radical de introspección. Y eso nos permite ampliar la camisa de fuerza, ¿llevar los proyectos escriturales al sector de la “utilidad social” de la literatura, a quién beneficia? Por supuesto, no a los lectores.

Para muchos autores, el problema es que acá no se puede hacer lobby literario, no se puede llamar la atención de los críticos (tengo la certeza de que deberían llamarse censores de lectura) que opinan sobre ciertos libros en publicaciones (digitales o electrónicas) de alto impacto; tampoco se puede aspirar a un mejor “puesto” en la “carrera” porque la única opción para un creador local es convertirse en gestor, en político cultural o alguna de esas acechanzas al poder que siempre rinden frutos monetarios y muchas relaciones públicas: funcionario.

¿Qué ofrece un estado sin público ni mercado y con exiguas editoriales activas (Editorial Reverberante e Ícaro Ediciones)? La mendicidad no puede ser una proposición. Nunca. Pero a eso conducen los caminos: buscar apoyos (premios y becas) y tener esperanza (publicar en instituciones culturales). La salud de la literatura guerrerense es precaria. Lo único que lo salva son los esfuerzos personales. Aplaudamos esos logros. Pero no dejemos que los gobiernos tomen esos hallazgos (ganar en la literatura es un asunto paradójico) como preseas institucionales. Acá nos hace falta casi todo. Especialmente se requiere modular la mentalidad de quien escribe sólo pensando en la denuncia. Eso le daría un plus al estándar literario local y agrandaría el interés de quienes leen a los guerrerenses.

Habrá que detener la sangre y la violencia en los márgenes de la página. Y habrá que hacer el esfuerzo sostenido y doble de vivir literariamente en el sur con la dignidad de un sibarita. Lo demás sólo es el mundo y sus derivados.