30 diciembre,2022 12:46 pm

La mano de Pelé

Juan Carlos Moctezuma R.

Era 1974 y Acapulco aún gozaba del prestigio internacional que ahora no tiene. La ciudad era sede de todo tipo de eventos: se filmaban películas, era puerto obligado para ser visitado por las principales líneas de cruceros y también destino turístico de las grandes convenciones.
Para ello contaba con un baluarte de vanguardia: el Centro Cultural y de Convenciones, inaugurado en 1973 por el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, para albergar el 42 congreso internacional de la Sociedad Americana de Agencias de Viaje, (ASTA por sus siglas en inglés), la mayor asociación mundial de profesionales de viaje, y con ello terminar de situar a Acapulco como el Top of mind en materia turística mundial.
Justamente uno de los primeros actos que albergó ese lugar, fue el Primer Encuentro Mundial de la Comunicación, organizado por la empresa Televisa, en ese entonces de reciente creación, que buscaba mostrar al mundo su ambición de convertirse en el más grande consorcio televisivo de América Latina, cosa que finalmente lograría.
Del 20 al 26 de octubre de 1974 se llevó a cabo ese Encuentro en el que se abordaron temas como el futuro y las nuevas tecnologías de las comunicaciones, la ética en los medios electrónicos y la transmisión y respuesta de los mensajes mediáticos. En ello participaron teóricos traídos de distintas partes del mundo, entre ellos Marshall McLuhan, Abraham Moles y Umberto Eco.
Pero también hubo foro para otras figuras de la cultura popular como los cineastas Roman Polanski y Sergio Leone, la actriz Liza Minelli, y el comediante Mario Moreno Cantiflas.
En este grupo destacaba la presencia del futbolista brasileño Pelé, O Rei Pelé, quien cuatro años antes había tenido un apoteósico mundial México 70 y era el ídolo de las multitudes.
Pues bien, como parte de su agenda, se programó su asistencia a la Unidad Deportiva Acapulco, construida un año antes, en 1973.
Al acto acudieron miles de acapulqueños deseosos de ver, aunque sea de lejos, a la leyenda del futbol brasileño y mundial.
Habiendo nacido y vivido en la colonia Progreso, cerca de la UDA, acudí en compañía de mi primo Felipe y de mi vecino El Chapa. Todos rondábamos los 12 o 13 años.
Recuerdo que para entrar tuvimos que escabullirnos por un alambrado y pisar el césped del campo. Desde ahí vi que las dos gradas de la UDA estaban a reventar y que la cancha estaba a medio llenar.
El maestro de ceremonias era nada menos que Ángel Fernández, ese gran cronista que nos hizo soñar con sus extraordinarias narraciones que en lugar de relatar partidos de futbol, nos cantaba épicas batallas llenas de mitológicos seres y superhéroes sin capa.
–Por favor, por favor, les pido que se comporten de forma civilizada para que el Rey Pelé se lleve la mejor impresión de la gente de Acapulco –dijo al ver la cantidad de acapulqueños que, desaforados, pedían la presencia del futbolista que aún no llegaba.
Para aligerar la tensión, los organizadores comenzaron a lanzar balones a las gradas para entretener al público, sin embargo eso complicó las cosas porque los asistentes empezaron a pelear por ellos.
Afortunadamente, no tardó mucho tiempo Ángel Fernández en anunciar la llegada del mítico futbolista, quien hizo una vuelta olímpica, saludó a acapulqueños y se tomó fotos con quien se lo pidiera y con el equipo del momento, el Inter de Acapulco, equipo de Segunda División en el que haría años después su debut Manuel Negrete.
La multitud entusiasta coreaba su nombre en las gradas y en la cancha mi primo Felipe y yo permanecimos juntos, mientras que nuestro amigo El Chapa, desapareció entre la multitud que ya rodeaba a Pelé.
Así como llegó se fue. El gran goleador de mundiales y ganador de tres copas Jules Rimet, abandonó la Unidad Deportiva Acapulco.
Poco a poco la gente comenzó a salir del inmueble, y justo en las escaleras de acceso al lugar, vimos a nuestro amigo El Chapa, con la mirada extraviada y con una sonrisa no menos aletargada.
–¿Qué pasó? ¿Dónde te metiste? –pregunté…
No me contestó nada, seguía en estado casi catatónico.
Mi primo Felipe le insistió y solamente contestó:
–¡La mano, la mano… la mano de Pelé! Tomé la mano de Pelé –nos gritó eufórico y como despertando del letargo.
–Me metí gateando entre la gente que lo rodeaba y cuando lo vi de frente, me paré, le extendí la mano y me la apretó –nos contó extasiado.
Al decir esto nos mostró su mano derecha, no como la extensión natural de su cuerpo, sino como algo bendito, como un sacrosanto misterio.
Dicen que El Chapa no se lavó esa mano durante días, como tratando de retener ese momento que compartió con el genial futbolista.
Lo que sí supe años después es que El Chapa se convirtió en el mejor jugador de nuestra generación y el mejor 10 del equipo del barrio e hizo historia como tal. Mi primo Felipe y yo nunca pasamos de ser un portero y un centro delantero de mediana calidad.
Y todo por la mano de Pelé.