18 junio,2019 4:00 am

La otra casa de las flores

Federico Vite
El cuento House of flowers, de Truman Capote, se publicó originalmente en la revista Botteghe Oscure (Roma, 1950) y en la revista Mademoiselle (París, abril, 1951); posteriormente fue incluido en O. Henry Award, Third Prize (1951) y en Selected Writings of Truman Capote (Random House, Nueva York, 1963, 460 páginas.). El cuento nunca tuvo variaciones, reescritura o correcciones. Digamos que la versión de 1950 es la misma que aparece en The Complete Stories of Truman Capote (Random House, Nueva York, 2004, 300 páginas). Este texto, como otros tantos del prodigio que escribió a Breakfast at Tiffany’s establece una comunicación tácita con dos textos de gran influencia en los escritores del siglo XX: Un corazón sencillo, de Gustave Flaubert, y la novela El lector, de Bernhard Schlink. Los tres, contando House of flowers, son protagonizados por mujeres. En el caso de Un corazón sencillo, Feliciti; en El lector, Hanna y Otilia en el texto de Capote (también recuerdo una novela de Ruth Rendell, A judgement in stone (1977), en la que Eunice Parchman asesina a toda una familia porque no podía leer ni escribir). Las cuatro mujeres son analfabetas y eso, quizá como una muestra de la crueldad narrativa necesaria en un buen escritor, está bien capitalizado en los cuerpos narrativos que refiero. Es decir: la ignorancia es un continente aún por explorar.
Estamos ante personajes que no se consideran especialmente inteligentes y gracias a eso (quizá dándole la razón a Willy Faulkner) descubrimos que los actantes torpes son los que le permiten al autor analizar grandes rangos de humanidad. Los autores encuentran mayor riqueza en el comportamiento dubitativo de sus protagonistas que en la acción vertical de un pensamiento preclaro, tal vez por eso las novelas cuyos protagonistas son genios nos parecen sumamente aburridas y ñoñas.
El cuento del que hablo fue traducido al castellano como Una casa de flores y en él se narra la historia de amor entre una joven ex prostituta enamorada, Otilia, y su encantador marido, el señor Bonaparte; se trata de una relación entorpecida por la molesta presencia de una vieja bruja (literalmente), la suegra de Otilia, la vieja Bonaparte, quien le hará la vida imposible a esa pareja. Los tres viven juntos en una casita. Otilia finge que no pasa nada malo, que todo está en orden, pero lo hace porque no tiene el apoyo de su marido, pues el señor Bonaparte resta importancia a los hechos brujeriles de su madre. La vieja Bonaparte busca afanosamente que sus hechizos surtan efecto, así que Otilia encuentra serpientes en su costureros, arañas y se aferra al amor del señor Bonaparte para salir de ese atolladero. La anciana muere, pero ni así es posible que ese matrimonio encuentre sosiego.
En el momento en que la protagonista llega a la casa de flores, el relato se transforma en una historia de terror, tiene aires de realismo fantástico, pero sale, a eso quiero llegar, de la historia de amor e ingresa a una estancia francamente tétrica, como si fuera uno de los memorables cuentos de los hermanos Grimm.
El texto, de la mano de Capote, se convierte en una clase ejemplar de crueldad. Una guapa ex prostituta lidia con una bruja, la vieja Bonaparte espía los encuentros carnales entre Otilia y el señor Bonaparte, incluso después de muerta Otilia presiente a su suegra y le teme. Añora la presencia de su esposo y él, con cierta regularidad, sale de casa y regresa por las noches. Ese cambio en el tono del relato le sienta muy bien al texto pues incrementa el suspenso (esa vivificante pregunta del qué sigue después) que se resuelve ejemplarmente al final del cuento.
Hay una escena en la parte final del relato que me parece el logro mayor del texto, cuando las amigas de Otilia (dos prostitutas) van a visitarla, la encuentran un poco cambiada. Notan que ella se comporta rara, como poseída por algo que no es amor, pero la mantiene atontada, como lo haría el amor en los matrimonios recientes. Es ahí cuando la presencia de algo maléfico, finalmente, una voluntad fuera de este mundo, cierra la historia.
Cuando las amigas de Otilia se alejan, el final de esa narración breve termina convenciendo al lector de que está ante una de esas piezas extrañas de la literatura sureña de Estados Unidos de Norteamérica. Por la forma de encarar el tema (una historia de amor en una fantasmal casa de flores, habitada por una bruja), el Capote de 1950 recuerda a Willy Faulkner, a Eudora Welty y obviamente a doña Flannery O’Connor. Digamos que Capote tomó el molde sureño del cuento, trabajó esa sensación asfixiante y tétrica (gótica, digamos), y la sumo a la exuberancia paisajística para ceñir la existencia de los personajes a una preocupación inclemente.
También debo mencionar que este cuento se emparenta en algunos aspectos con La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, de Gabriel García Márquez. Tienen puntos de encuentro y eso habla bien de Gabo porque confirma el perogrullo: leyó bien al buen Truman Capote.
House of flowers es un cuento que cambia de tonos para ingresar y salir del realismo sin tanto problema (no sería posible crear este artefacto con el talento de un escritor tosco); de hecho, los canónicos autores que refiero usan el realismo como laboratorio cuentístico y recurren a lo gótico como una presunta tabla de flotación, necesariamente existencialista, en la que cincelan con acierto los moldes de la narrativa breve del siglo pasado, curiosamente actual, sobre todo, al leer bodrios recientes en el continente literario mexicano.