2 abril,2021 5:11 am

La otra verdad

La política es así

Ángel Aguirre Rivero 

 

(Primero de cinco)

 

Este texto de Humberto Salgado Gómez, es el primero de cinco colaboraciones para esta columna. Él es un personaje de gran capacidad, experiencia y oficio político, quien se desempeñó como secretario de Gobierno durante mis dos periodos como gobernador.

Don Humberto Salgado es el prologuista de la obra autobiográfica de mi autoría: La otra verdad.

En esta serie de artículos revisa, interpreta y enriquece con sus propios recuerdos, diversos pasajes de este libro.

Agradezco a Juan Angulo Osorio, director de El Sur la generosidad de este espacio, que por cierto, es citado de manera recurrente en mi escrito, el cual se encuentra en revisión y a punto de entrar a imprenta.

A continuación, el texto íntegro:

“Ángel Aguirre tuvo desde estudiante ideas radicales a las que nunca renunció cuando decidió hacer valer las causas del PRI, institución a la que se sumó leal y convencido de sus bondades sociales.

Años después de haber sido incluso dirigente estatal del mismo, retiró su membresía, porque el partido se convirtió en rehén de los peores desprestigios de una organización política: se entregaba al mejor postor por cuotas y por cuates.

En La otra verdad, Ángel Aguirre rememora sus años universitarios, donde da cuenta de sus limitaciones económicas, en la medida que sus estudios profesionales le demandaban otras exigencias que sortearon, merced a la mayor convivencia y acercamiento con su hermano Carlos Mateo. Padecer juntos grandes tribulaciones las hacía más llevaderas y compartidas. En el mismo sitio que rentaban, vivían también Manuel Añorve, su primo Mateo Aguirre Arizmendi y otros paisanos, que por ser del mismo terruño formaban un buen equipo de costachiquenses.

Lo mejor de esos años para Ángel Aguirre, fue haberse sacado la lotería al conocer a Laura del Rocío, quien sería su esposa después de un largo noviazgo de ocho años. Parece que el destino les deparó un amor tan afortunado que los hizo al uno para el otro. La corta distancia entre sus domicilios, hacía que se vieran con mayor frecuencia y que lo aceptaran como futuro miembro de la familia, al permitirle participar de sus convivencias y entretenimientos acostumbrados como eran el ajedrez y el dominó, con quien sería más tarde su suegro.

Alejandro Cervantes Delgado militó muchos años en el PRI, pero nunca formó parte de los incondicionales, de los sumisos, al contrario, siempre se mantuvo en las filas de los críticos que incluso llegaron a formar una corriente de inconformes.

Ángel Aguirre, sabedor de esta filosofía y habiendo sido incorporado a la campaña de Cervantes Delgado, no dudó en compartir su militancia y formar parte de su equipo de campaña.

Su responsabilidad en la Secretaría Particular fue de tres años, más tarde sería coordinador de Fortalecimiento Municipal, cargo en el que tuvo un magnífico desempeño que además le permitió conocer e identificar palmo a palmo las necesidades, fortalezas y características de cada región y municipios, como pocos.

Con mi postulación para diputado federal, la mejor carta que tenía don Alejandro para sustituirme era indudablemente Ángel Aguirre”.

Humberto Salgado Gómez

Del anecdotario

Agapito López Flores es del merito Cuajinicuilapa, y quien se decía ser el verdadero autor de la famosa canción Princesita, pues contaba con grandes dotes de compositor.

Nos conocimos en las lides de la Asociación de Economistas Guerrerenses, que después se convirtió en Colegio y que tuve el honor de presidir. Desde entonces me pareció un tipo simpático y nos hicimos grandes amigos.

Cuando asumí la Secretaría Particular del gobernador Cervantes Delgado, lo invité a colaborar haciéndose cargo del centro de fotocopiado.

En uno de esos días, Agapito se acercó para decirme: –oiga licenciado, necesito que me autorice unas tarjetas personales porque mis paisanos a veces no me creen que trabajo muy cerca del gobernador.

Le dije que sí y le pregunté qué quería que dijeran las tarjetas, a lo que me respondió: Director General del Centro de Fotocopiado de la Secretaría Particular del C. Gobernador del Estado de Guerrero, Lic. Alejandro Cervantes Delgado.

Le pregunté si no le parecía muy largo porque no habría espacio en la tarjeta, pero insistió en que así se le dejara.

Cuando vinieron las designaciones de candidatos, un día me pregunta el gobernador: ¿Oiga Aguirre, usted conoce a un tal Agapito que se anda candidateando para alcalde de Cuajinicuilapa?, porque dice que trabaja con nosotros… A lo que contesté: –sí, efectivamente señor gobernador, es el compañero que se encarga de sacar las copias en la oficina.

–Está bien, pero que no use nuestro nombre –me dijo.

–Así será señor gobernador.

Hablé con Agapito y le pedí que se moderara en sus aspiraciones. Al final, otro resultó ser el candidato.

En otra ocasión con motivo de las fiestas navideñas, le pedí que llevara una canasta con vinos a la señora Elena Catalán, quien era sumamente atenta cada vez que visitábamos el restaurant del hotel Parador del Marqués.

Días después me encontré a la Tía Lena, como cariñosamente le llamábamos, y le pregunté qué le había parecido mi obsequio, sorprendida me dijo: –Disculpe licenciado, pero yo no he recibido nada… Me apené.

Mandé a llamar a Agapito para preguntarle qué había sucedido con la canasta navideña, a lo que me respondió: –pues la llevé a donde usted me dijo.

–¿A quién se la entregaste? Insistí.

–Pues al licenciado Porfirio Camarena, ¿que no eran para él?

–No Agapito, eran para la Tía Lena.

Ya no le dije nada. Me ganó la risa.

A los pocos días me encontré al licenciado Camarena, quien lo primero que me dijo fue: –¡Querido Ángel, gracias por la canasta navideña, los vinos estuvieron deliciosos!

Me volví a reír y entonces me dije: –lo bueno es quedaron en muy buenas manos.

Otro día le pedí que se quedara de guardia en la oficina, por si se presentaba algún asunto urgente y le llamé el domingo.

–¿Alguna novedad Agapito?

–Pued sí… me dijo.

–Habló el embajador de Chipre.

–¿Cómo se llama?, le pregunté.

–Se llama Chipre chipriano.

Me boté de la risa.

–¿Y qué dijo?

–Pues que quería que lo llevara a comer pozole y al Río Azul.

–¿Y qué le dijiste?

–Pues que sí, siempre que él invitara.

–¿Y lo hiciste?

–Pues me dio el número de su habitación del hotel Jacarandas y toqué en su habitación pero no había nadie.

Evidentemente toda la broma había sido tramada por mi entrañable amigo Jorge León Robledo y mi compadre Juan Salgado Tenorio.

La vida es así…

 

* Columnista invitado de Ángel Aguirre Rivero