5 octubre,2020 5:01 am

La paloma de Colle Corcuera

La República de las Letras

Humberto Musacchio

 

La paloma de Colle Corcuera

El edificio de la Rectoría de la UNAM estuvo iluminado (¿todavía lo está?) con el mensaje “68 nunca más” y la imagen de la paloma atravesada por una bayoneta. Es obvio que el 2 de octubre no se olvida. Lo que al parecer sí se olvida –o se ignora– es que la imagen de la paloma atravesada por una bayoneta tiene autores. La paloma de la paz es de Beatriz Colle Corcuera, del equipo de diseño de la XIX Olimpiada que dirigió Lance Wyman, y quien agregó la bayoneta fue Jesús Martínez, quien –creo—era entonces estudiante de San Carlos. La paloma de Colle Corcuera, de innegable mérito, era uno de los símbolos olímpicos y el gobierno la mandó poner en todas partes, pero hasta ahí llegaban los jóvenes para lanzarle estopas con chapopote o con pintura y mostrarla como ensangrentada. Lo que hizo Jesús Martínez al intervenirla –así se dice ahora– fue imprimirle una mayor eficacia al mensaje, pues el criminal Díaz Ordaz asesinó estudiantes y de paso todo lo que pudiera identificarse con la paz.

Shelley, el espigo discreto

La publicación del libro La espiga amotinada, en 1960, lanzó a la fama literaria al grupo integrado por Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Óscar Oliva, Eraclio Zepeda y el ahora fallecido Jaime Augusto Shelley, el menos mediático de los cinco, pero indudablemente un hombre que vivió, gozó y sufrió la poesía, musa veleidosa a la que ofrendó traducciones, ensayos y una veintena de libros. Becario del Centro Mexicano de Escritores (1961-62), Shelley, único espigo nacido en la Ciudad de México (1937), participó en el comité de intelectuales que apoyó el movimiento estudiantil de 1968, dirigió revistas literarias, desempeñó diversos cargos en la Universidad Veracruzana, en la UNAM y en el INBA y fue coguionista del filme El recurso del método (1975). Ya es parte de la historia de nuestras letras.

Extraños juicios del Fonca

Cristina Rivera Garza, Vilma Fuentes y Mauricio Montiel son tres escritores profesionales y reconocidos. Sus juicios pueden ser discutibles, pero tienen la formación y la experiencia necesarias para emitir dictámenes en materia literaria. Ellos formaron parte del jurado de narrativa en el reparto de becas del Fonca de este año. Los otros dos jurados fueron Aída Espino Barros Ramírez y Francisco Félix Martínez, a quienes el autor de esta columna no tiene el gusto de conocer, pues no había leído sus nombres en más de cincuenta años de seguir el movimiento cultural. Por supuesto, es probable que se trate de dos genios, sin embargo, en el mundillo literario importa ser, pero también parecer, estar presente en el ámbito al que dicen o quieren pertenecer. Otro problema es que aquello que el jurado considera bueno finalmente no lo premian, como lo muestra la “hoja de evaluación” de su trabajo, algo que exige aclaraciones de nuestras autoridades “culturales”. Seguiremos con el tema.

Los políticos y la cultura

El pasado mes de diciembre, el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, decidió suprimir el Instituto de la Artesanía Jalisciense, fundado en 1964 y encargado de promover la cerámica, la alfarería, la cestería, los textiles, las obras en madera, vidrio o metal, los bordados y otras manualidades de los muy creativos artesanos de la citada entidad. El argumento fue que el Instituto “implicaba un alto costo”, aunque más le costará a Jalisco y a México el desprecio de los políticos por la cultura. Y para muestra tenemos lo dicho por YSQ en la mañanera del miércoles: “¿Quién (cuál) es el elemento fundamental de la cultura?” A lo que él mismo respondió: “El hombre, la mujer, el ser humano y su dignidad. Entonces, sí se está apoyando a la gente como nunca, a los pobres, a los necesitados; sí se están entregando becas como nunca para que puedan estudiar los hijos de familias de escasos recursos económicos, ¿qué?, ¿eso no es cultura? ¿eso no es educación? Eso es lo principal, el que destinemos todo a los seres humanos, lo demás es accesorio’”. Sin comentarios.

La lúcida Lucía Álvarez

Una vez que hubo recibido de manos de la inmensa Diana Bracho el Ariel de Oro, Lucía Álvarez, la seis veces ganadora del Ariel de Plata por la música para varias películas, dijo: “Soy una sobreviviente en un medio complejo donde he conocido personas admirables con las que trabajé por el placer de trabajar, y otras no tan admirables con las que no trabajé, debido a las cuotas de género que pretendían cobrar”. Mencionó que a lo largo de su trayectoria ha tenido que sortear el acoso que han sufrido “todas las mujeres de este país”. Exigió terminar con la violencia machista y el desprecio por las personas de sexo femenino: “Nosotras sabemos muy bien lo que repudiamos de las actitudes misóginas. No queremos intimidaciones, desprecio, provocaciones, vejaciones, devaluaciones y acosos. También sabemos lo que queremos: respeto, valoración, reconocimiento, aceptación, confianza, paz e imparcialidad”. Discípula de nuestro Arturo Márquez y de Ennio Morricone, la lúcida Lucía es una cumbre de la cultura mexicana, un altísimo ejemplo de creatividad y resistencia ante el machismo depredador, una feminista firme y altamente talentosa.