24 octubre,2023 4:54 am

La pena de una emoción ajena

 

(Primera de tres partes)

Federico Vite

 

Alo!, dicen todos cuando entran a la recepción el Hoel Savoy, en el corazón de Belgrado. Es un edificio antiguo que ha sufrido varias modificaciones, se mantiene a la perfección, como una dama elegante. Está ubicado en una calle que conecta las oficinas de Radio y Televisión de Belgrado con el barrio de Skardalija, un sitio que bien podría definirse como la Condesa de la Ciudad de México, pero claro, menos caro y más lindo, más decorado y menos apretujante. Calles empedradas, inmuebles largos, con muebles sólidos, hechos para durar otros tantos años.

En la noche profunda de una ciudad que ve pasar el tiempo con un clima suave, realmente templado, sin frío ni calor, amable para quien está acostumbrado a la destemplada de los calores tropicales del puerto. Ali!, dicen y se presentan. Ahí no son personas sino países: Eslovenia, Italia, Transilvania, Hungría, Ucrania, Grecia, Inglaterra, Estados Unidos, Bosnia, Francia  y otros tantos autores de Belgrado. Son escritores de poesía y de narrativa. Son callados, pero mantienen conversaciones de otros años, de otros momentos, de otras miradas en esta ciudad edificada por reyes.

Pido un café americano. Y converso un poco con los de Italia, luego con los de otras partes del mundo. Me hablan maravillas de México, de Antonin Artaud, de Octavio Paz, de los escritores del crack, bien conocidos en Europa, bien tratados por colegas de otras partes del mundo. Me preguntan sobre las maravillas del clima tropical de México, sobre lo hermoso de las playas de Acapulco. Más que mexicano, les digo, soy costeño. Y no puedo romper el encanto de la charla ensuciando emociones ajenas con la sangre que derraman los sicarios diariamente en Acapulco, hay gente que me pregunta si el hotel Flamingos existe aún, me dicen también que La Quebrada es magnífica. Hablan de Tarzán, de La Roqueta y retengo esos paisajes con los ojos de mi infancia; por decirlo de alguna manera, mantengo el pasado de Acapulco. Yo hablo de Acapulco sin ingresar al presente, hablo de lo mejor que ha tenido este puerto: la vida nocturna. Es algo que ya no podrá recuperar.

Cuando se habla de la vida de Belgrado se pone en perspectiva un asunto, no se siente la inseguridad en las calles. Por ejemplo, es domingo a las 10 de la noche y hay gente en los bares, en las cafeterías, hay gente caminando por las calles. Es domingo por la noche, insisto, y la vida florece a esta hora, cuando el clima no lastima ni enfría, sólo refresca. Frente a mí dos poetas hablan del premio Nobel de Serbia, Ivo Andric, exponen razones para hablar del Danubio, el corazón líquido de Europa, como una estructura narrativa. Algo, por cierto, que ya hizo Claudio Magris en El Danubio. Y el problema no era hablar del río, diré yo acá, no hay forma de ocultar la influencia del agua en la literatura. El Danubio cruza una parte de la ciudad, la enfría, no permite que Belgrado deje de ser una ciudad templada, sumamente agradable. La noche es fresca y permite que la gente se vista con elegancia.

Durante el día, el sol entibia la ciudad a 26 grados.Hay viento, no fuerte ni frío, refrescante viento. Pueden verse a las personas en shorts, con playeras. Dan paseos inagotables y se toman su tiempo para saborear helados y beber café, porque las porciones son breves, pero el sabor es intenso.

La gente de Belgrado conversa mucho de México. Lo ven como un país soñado. Durante años, una generación de adultos belgradenses vivió con las producciones de Televisa. Ponían las novelas y dejaban que el doblaje en serbio vistiera el melodrama protagonizado por actores mexicanos: Los ricos también lloran, Rosa salvaje, Cuna de lobos, esas tres telenovelas fueron la educación sentimental de muchos aquí. Me hablan de esas novelas, también del calor de los latinoamericanos. Hay mucho cubano acá, gente que enseña baile y gente que aprende español. Los serbios ejercitan el español con cuidado, me saludan con un dejo de amistad eterna que sólo puede ser comprendido por quien atestiguó el llanto y la gloria de una telenovela mexicana.

Los jóvenes, muchos de ellos no conocen ese México, es más, lo tienen como una referente paterno, de ese lugar del que hablaban sus padres, de la gente alegre, de la gente con producciones televisivas destacadas. México para ellos, igual que Acapulco, es un fantasma. Los estudiantes de la Facultad de Idiomas de la Universidad de Belgrado, por ejemplo, hablan con mucha emoción de Gabriel García Márquez. Les parece que toda Latinoamérica es así. En algunas librerías de la capital de Serbia, el colombiano-mexicano igual que los de Mario Vargas Llosa, se venden bien. Y las librerías ofrecen muchos autores, lo mismo rusos que argentinos, lo mismo eslovenos que afganos; para los lectores de allá Stephen King es superado, por ejemplo, por la obra de Louisa Morgan con The witch’s kind. Es variado el mercado, se lee con inquietud al narrador noruego Jo Nesbo igual que a Isabel Allende o Leonardo Padura. Son muchos autores, claro, pero muchos es un decir, porque al ver la cantidad de material uno atiende que las librerías no son únicamente un negocio sino un punto de encuentro, una forma de propiciar conversaciones y fortificarlas con libros.

Yo entré por primera vez a una librería con un libro en mente de Danilo Kiss, quería ver cómo era un pez en el agua, es decir, a un escritor raro en su idioma. Y la experiencia fue asombrosa, porque en Belgrado la reverencia es por Ivo Andric, no por Danilo, Danilo es de una ciudad cerca de Belgrado, Subótica, ubicada a dos horas de la capital de Serbia, una ciudad que presume su capital cultural, una ciudad vieja, como esta parte de Europa, pero bien conservada, cuyas iglesias, por decir algo, son la viva imagen de un tiempo extraviado en el presente, un tiempo que no avanza y se sabe dueño de un espacio, un espacio llamado Subótica. Podría entenderse la diferencia entre Belgrado y Subótica si pensamos en Madrid y Barcelona, pero no es tan radical el cambio, lo de Subótica es más o menos un aspecto cultural que enfatiza la delicada presencia de una región cercana a Hungría y a Bosnia. Son parecidas, pero no iguales. Pienso también que hace nueve años conocí Trieste, en Italia, y pensé que ese sitio no era una ciudad italiana, bulliciosa y festiva. Supe entonces que la parte central de Europa era como una casa donde han pasado muchas cosas y casi nadie de los que ahí viven tiene ganas de estar hablando de ello. Supuse eso hace nueve años, ahora entiendo que Europa central está inmersa en la historia. Los escritores que conocí en Serbia hablan de la historia, regresan a ella con frecuencia. Para ellos todo es historia. Me pareció exagerada esa idea, pero el mismo día de la inauguración de la Feria de Libro de Belgrado me tocó testimoniar un festejo nacional. Celebraron el 20 de octubre la retirada de los alemanes. Fue cuando los nazis dejaron la capital de Serbia. Y vi los tanques avanzando a la par de algunos soldados envejecidos, pero no cansados; durante la comida hubo comitivas de sobrevivientes de la guerra contra los alemanes yendo de un lado a otro del restaurante. Festejaban con furia entre aplausos y bebidas espirituosas. Había mucho del pasado en el presente. Visité una cafetería, cerca del Danubio, donde algunos viejos con sus uniformes socialistas y sus boinas bien caladas, estaban sentados en las mesas que siempre ocupan, como parroquianos, cantando la internacional porque salió el enemigo de Serbia hace años, en 1944. Pero en el Zócalo de Belgrado escuché su himno, Boze Pravde, por altavoces y vi los aplausos de la gente en el corazón de esta ciudad. Sentir una emoción ajena puede ser penoso, pero me gustaría hablar de eso. En especial, después de conversar con una solícita anciana que atestiguaba el desfile como un monumento irrepetible de su existencia. Es el Día de la Liberación, me dijo. Y me preguntó, ¿de qué parte de Latinoamérica vienes? Dije la palabra mágica. Y México no brilló en sus ojos. ¿De qué parte de México?, me instigó su curiosidad. Acapulco, respondí. Y sonrió. Con mi esposo, con mis hijos, quisimos ir a Acapulco. Acapulco tan bello, comentó. Me despedí en ese momento fingiendo prisa. Sabía lo que venía. Es bueno ser de Acapulco cuando no estás en Acapulco. Esa fue la primera lección de este lugar. Un consejo sabio en una ciudad esplendente que luce sus heridas sin pudor.