22 febrero,2022 5:26 am

La pesadilla de Zacatecas

TrynoMaldonado

Metales pesados

Tryno Maldonado

 

Nací y crecí en Zacatecas. Conservo un recuerdo muy vívido de mi infancia. Una noche, cuando tenía cinco o seis años de edad –a lo mejor influido por las películas bélicas de las matinés del cine Rex– soñé que en Zacatecas se desataba una guerra en forma. Las paredes de nuestra pequeña casa del Infonavit quedaban perforadas por impactos de bala de un ejército desconocido y yo no volvía a saber de mi familia. Esa noche no pude dormir. Al día siguiente, cuando mis padres me vieron desconsolado y llorando, tuve que confesarles mi pesadilla. La pura mención de una guerra como las que entonces sólo veíamos en la pantalla desató las risas condescendientes de mis padres: “En México es imposible que haya una guerra”, dijeron para consolarme. La frase me resuena hasta la fecha. Esto ocurrió en los años ochenta. Hoy esa pesadilla en mi natal Zacatecas se ha cumplido.

México vive un infierno interminable. Para nuestra generación –quienes vivimos la infancia en el México del viejo PRI–, la violencia podía focalizarse en ciertas regiones del país y se cohabitaba una pax narca de Estado y crimen organizado: a lo lejos se comenzaban a escuchar en boca de los adultos nombres y rumores como los de un tal Caro Quintero. Hoy, las vidas de ciudades y pueblos de todas las regiones se han trastocado dolorosamente como consecuencia de la desbordada guerra que desató el sanguinario gobierno de Felipe Calderón. Para muchos mexicanos de mi generación y de las generaciones siguientes, desgraciadamente nuestras peores pesadillas, en efecto, se han vuelto realidad: vivimos en un contexto de guerra.

En los últimos años nuestras familias y amigos en Zacatecas –como los de las familias de muchas otras entidades ya sin distinción– padecen el terror cotidiano y la incertidumbre. En 2021 Zacatecas se convirtió en la entidad con el mayor índice de homicidios: 101 por cada 100 mil habitante. El más alto de toda la República mexicana. Son cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo de Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).

Pero no sólo eso. Si Zacatecas fuera por sí mismo un país, sería el más letal del continente.

No hay que perder de vista que Zacatecas es uno de los estados más pobres de México. Sobrevive prácticamente de remesas. Sólo por debajo de los también golpeados por la violencia Guerrero, Chiapas y Oaxaca.

En semanas recientes, los habitantes de la comunidad agrícola de Palma Alta, municipio de Jerez, recibieron la amenaza de que si no abandonaban el poblado serían asesinados. El Ejército y la Guardia Nacional –la corporación estrella de la administración de la autoproclamada Cuarta Transformación para asuntos de seguridad– acudieron de inmediato. Pero no para ejercer labores de seguridad, sino para escoltar fuera de sus hogares en una extensa caravana de la oprobia a los pobladores de Palma Alta. Un desplazamiento criminal solapado así por el Estado mexicano. La concesión del poblado como de múltiples territorios en todo el país a grupos del crimen organizado con la venia del Ejército quedó así plasmada en esas imágenes desconsoladoras.

Duele hablar también sobre el reciente multihomicidio de Valeria, Alexia, Irving, Natalio y Luis, los cinco jóvenes originarios del municipio de Nieves, secuestrados y asesinados en una residencia de la capital Zacatecas. La tragedia desató la protesta y una mega marcha en la ciudad realizada el sábado pasado ante la ola imparable de violencia y la incompetencia del gobernador morenista.

Es claro que la estrategia de los gobiernos federal y estatales del movimiento Morena para confrontar el infierno que es México es inexistente. Por lo tanto, cómplice. O, en palabras del gobernador de Zacatecas, David Monreal, tras el hallazgo de 10 cadáveres en una camioneta que incursionó sin problemas al corazón de la capital, frente a sus oficinas en la Plaza de Armas, el pasado 6 de enero: “Hay que encomendarnos a Dios”. ¿En serio?

El salto distractor de fe a deidades y supersticiones tan típico de los gobernantes de Morena para enfrentar las crisis humanitarias sería cómico si no fuera ya tan insultante y letal para las vidas de millones de personas en este país. Lo cierto es que la estrategia en medio de la ola histórica de violencia es justamente que no haya estrategia. Apelar a la sordera. No conflictuarse con los poderes ni las rutas de tránsito ni el dinero de los cárteles. Culpar a los periodistas de golpistas. Liberar a los capos. Abrazar a las madres de los narcos. Hacerse de la vista gorda. Solapar la participación del crimen en los procesos electorales en las regiones en donde convenga a su partido. Ser, en fin, como el PRI.

Esa “estrategia” contempla, eso sí, dar todo el poder a las fuerzas armadas so pretexto de la imposibilidad de devolverlas a sus cuarteles por el clima de inseguridad; aunque esté más que documentada la participación y la simbiosis del Ejército en casos de desapariciones forzadas y ejecuciones extra judiciales, en labores de contrainsurgencia durante esta guerra informal que parece no tener pronto fin. La estrategia de la 4T es ser, entonces, también como el PAN de Calderón. Sólo que con un grado más de superstición confesional, bravuconería, dicharacherismo cantinflesco y ataques frontales a la prensa. Eso, en resumen, es Morena. Auspiciadores silentes, como Nerón, del infierno que ellos mismos han avivado.