30 abril,2024 4:25 am

La rareza de ser extranjero en tierra propia

Federico Vite

 

La escritora inglesa indobritánica-estadounidense Jhumpa Lahiri publicó con buena fortuna su debut literario, el libro de cuentos Interpreter of Maladies (1999), y sigue siendo la escritora más joven en recibir el Pulitzer Prize de ficción (a los 32 años de edad). Las historias de ese libro, y las que siguieron en Unaccustomed Earth (2008), muestran una habilidad y una sensibilidad  singulares para hacer que los personajes vivan años y estados emocionales complejos en el lapso de unos cuantos párrafos. Lahiri pone atención a los detalles y usa la elipsis con maestría. Describe los cambios entre amantes o familiares en unas cuantas páginas. Tiene una mirada especial y yo le rindo una profunda admiración como cuentista. Me emociona leerla.

En la novela es distinta, pero no menos talentosa. podría aseverar que sus cuentos son para escritores, pero sus novelas para lectores que no buscan gastadas proposiciones editoriales. Construye novelas de manera fragmentaria, pero le otorga una importancia vital a las líneas de tiempo de manera ortodoxa, sin saltos ni variantes, sólo fragmenta lo necesario y con ello muestra sólo lo que la autora desea. A pesar de que ha escrito, especialmente novelas, la abrumadora experiencia de ser un extranjero –a veces también en tierra propia– su ambición literaria no se limita al color de piel, a la gastronomía o la añoranza de la tierra abandonada. Su literatura no es fenotípica. Retrata la experiencia de tocar con la epidermis de otro lenguaje lo nuevo, lo ajeno y lo adopta como propio. Su primera novela, The Namesake (2003), fue un éxito comercial y muchos críticos literarios en lengua inglesa la consideraron un libro atractivo, pero no sobresaliente. Se adaptó cinematográficamente tres años después de la publicación (2006) y se lanzó la película, pero Lahiri se ocultó en la literatura; se alejó de los reflectores y empezó el aprendizaje de otro idioma, el italiano. Ahora vive en Italia, pero el interés de traerla a cuento es su primera novela: The namesake (Estados Unidos, Mariner Books, 2004, 291 páginas).

El protagonista es Gogol, un hijo de bengalíes que nace en Estados Unidos, y empieza a cuestionarse algunas cosas: ¿por qué habla en inglés; pero no bengalí? ¿Por qué su color de piel es distinto al de sus vecinos? ¿Por qué sus padres hablan de Calcutta como un misterio? ¿Por qué sus padres otorgan más poder a las catástrofes que al bienestar?

El mundo es una horma distinta para Gogol. Y a todo esto, ¿por qué se llama Gogol Ganguli? Eso lleva la novela a otra sustancia en la que se desmenuza la historia de los padres, pero baste decir que un accidente y un libro, un libro muy conocido, El capote, de Gogol, se encuentra en el momento preciso a la hora correcta. Y el crecimiento de Gogol también está unido al de su hermana menor (Sonia), al de su padre (Ashoke) y al de su madre (Ashima). Pero Gogol, al entrar a la Universidad de Yale, cambia su nombre por Nikhil. Es un name más Bengalí, menos ruso y mucho más adecuado para alguien como él, pero la pregunta es simple: ¿Cómo es él? Alto, moreno claro, más parecido a un mexicano, un árabe o un italiano que alguien de la India. Habla escasamente en bengalí y comienza un desapego con sus padres, pero el asunto más importante de todo no es que sea o no bengalí, ni que viva en Estados Unidos, sino que muestra la extrañeza de sentirse “americano” en un lugar donde todo el mundo lo ve como extranjero. A pesar de que lleva años allá, ese hombre es un extranjero, alguien que literalmente levita entre “americanos” y es ignorado por ellos. Y la experiencia de ser lo que es amplía el rango dramático del texto.

En esos dos nombres, Gogol y Nikhil, se vertebra la novela y el conocimiento de las relaciones de pareja es una de las aristas que más llamó mi atención, porque aparecen obviamente mujeres “americanas” y mujeres de ascendencia bengalí. Pero las más liberales, retratadas por Lahiri, son las bengalíes, son féminas que aprenden otro idioma, cambian de cultura y de geografía en más de una ocasión: de la India van a Estados Unidos; después, a Francia o a Londres. Esas mujeres le cambian la vida a Nikhil y le abre un nuevo panorama: regresar a sus orígenes para no perder el rumbo hacia el futuro. No precisamente me refiero a volver a la India, sino a replantear lo que pasaron los padres de Gogol en un país nuevo, con un idioma distinto y asumiendo que ellos no eran de ahí, pero se sentían identificados con esa novedad elegida para laborar y, en suma, deseaban tener una vida mejor. Volver a los orígenes entonces es reinterpretar la existencia. Y al hacerlo se debe forzosamente pasar por la biografía del escritor ruso Nikolai Gogol. Un hombre extravagante, genial en la escritura y extraño en la vida. Releer El capote no es una obligación para el protagonista de esta novela; de ninguna manera, sino el mecanismo para entrar a la historia del padre, quien le dio el nombre que porta y quien a su manera, con la venia de la literatura, lo bendijo para evitar catástrofes.

Insisto, los mecanismo de esta novela funcionan gracias a la adecuada aplicación de la elipsis. Los capítulos abarcan decenas de años; en esos lapsos ocurren desavenencias familiares y finalizan los noviazgos. Pero los personajes siguen su marcha hacia la edad adulta.

Al final de The namesake (que yo traduciría como El homónimo), Gogol llega al corte de caja existencial más famoso, es decir, el protagonista arriba a los treinta años y echa una mirada hacia atrás para urdir la experiencia de ese lapso y decanta lo vivido con cierta sabiduría. Visto así, se trata de una bildungsroman, una novela de aprendizaje y madurez, pero gracias al tratamiento del tema, Lahiri logra abrir un hueco en ese molde y va más allá de un relato de iniciación. Estamos ante una forma de entrar a la literatura, porque Gogol, ya divorciado y padeciendo la muerte de algunos cercanos, tratará de encarar sus orígenes regresando a un libro de cuentos escrito por Gogol. Esta es una forma interesante de acabar el relato y al mismo tiempo de engarzarlo con esa zona dorada de la literatura, no la de escritor, sino la de lector, porque el placer de leer está ligado directamente con la existencia de un individuo. Leer como una forma de encontrar el equilibrio, como una forma de apreciar lo vívido, leer finalmente como un acto de concordia consigo mismo. Hablo de leer para ir hacia uno mismo. Nada más.