20 julio,2023 5:05 am

La Ruta 95 (México-Acapulco) Vereda tropical, Eduardo VIII y nuevos acapulqueños

 

Anituy Rebolledo Ayerdi

 

Tú la dejaste ir

Los porteños encomian una obra pública que significará el primer camino hacia Caleta, a la que sólo se llegaba por mar. Lo habían ejecutado los soldados al mando del general Rodolfo Sánchez Tapia, con la participación entusiasta y voluntaria de los acapulqueños. Los recursos utilizados eran producto de una colecta popular destinada a ofrecer una recepción tumultuaria al presidente Plutarco Elías Calles, constructor de la Ruta 95, visita finalmente cancelada.
El tajo al cerro de Los Dragos o de La Pinzona abrirá, a partir de Tlacopanocha, un camino junto al mar hasta la playa de Manzanillo, preferida para días de campo familiares en medio de un enorme y hermoso palmar. Luego llegará a Caleta y más tarde formará parte de la avenida Costera, por supuesto.
El antiguo acceso a Manzanillo era una empinada vereda, hoy vigente, que se iniciaba en el barrio de El Rincón. Trepaba zigzagueante el barrio de La Candelaria hasta llegar a un recodo donde había un nicho con una cruz en su interior, siempre colmado de flores silvestres. El sendero bajaba hasta un sitio donde hoy se levanta una gasolinería y allí estaba Manzanillo.
Un paso muy trotado pero no recomendable para las familias decentes por ser asiento del congal Gloria, donde vendían caro su amor La Niña Verde, La Patas de Oso y La Manos de Oro.
Una vereda que fue cantada por Gonzalo Curiel, el célebre compositor jalisciense, por haberla transitado una y otra vez siempre acompañado por la misma dama. Morena, ella, de ojos glaucos, dueña de una cinturita de avispa y caderamen anforino. Sucederá que un día la dama no llega a la cita y tampoco los siguientes. El autor de Caminos de ayer, Incertidumbre y Temor lo reprochará a la vereda:

¿Por qué se fue? /
tú la dejaste ir /
vereda tropical /
hazla volver a mí /
quiero besar su boca /
otra vez junto al mar…
(Vereda tropical)

La Ruta 95

Doce automóviles esperaron en Xaltianguis la apertura oficial de la Ruta 95, celebrada el 11 de noviembre de 1927. Fue a las 4 de la tarde de ese día cuando el presidente de la República, Plutarco Elías Calles, acciona el mecanismo telegráfico que hace volar la enorme roca que taponaba el camino, a la altura del kilómetro 402. Lo hace desde la residencia oficial del Castillo de Chapultepec, donde lo acompaña el gobernador de Guerrero, general Héctor F. López.
La ceremonia local fue encabezada en Xaltianguis por el alcalde de Acapulco, Manuel López López, y los generales Claudio Fox, jefe de operaciones militares de la entidad y Héctor F. Berber, jefe de la guarnición local. Todos ellos firmaron la relatoría del suceso dejando asentado el agradecimiento del pueblo de Guerrero para el presidente Calles.

Los primeros autos

Dos horas después de la apertura entrarán a la ciudad los primeros 12 automóviles, últimos modelos de las marcas Ford, Buick, Oakland, Stutz, Oldsmobile y Hopmobile. Evento histórico aprovechado por las empresas automotrices para exaltar el poder de sus motores y los bajos consumos de combustible. La Ford, por ejemplo, presumía que su auto “T” gastaba escasos 17 litros por cada 100 kilómetros.
La recepción vehicular será jubilosa y agradecida particularmente por una muchachada maravillada ante aquellos autos sólo vistos en el cine y en revistas. No pocos acariciarán aquellas lustrosas carrocerías en tanto que los menores se dedicarán a imitar el sonido de sus bocinas. Y no era que los autos fueran desconocidos en el puerto pues los había traídos por mar. Como el Essex propiedad de una familia Fernández, objeto de burlas por circular cuando mucho a 10 kilómetros por hora, con una máquina para alcanzar más de 60. “Con ese paso ni los perros lo persiguen”, se burlaba la gente.
Más atrás, 10 años exactos, el gobernador de Guerrero, Silvestre Mariscal, profesor rural de Atoyac convertido en general, se movía en su auto Studebaker descapotable. Los faros eran de carburo y el arranque era manual porque tenía magneto y no de conexión eléctrica. Acostumbraba un paseo vespertino con su esposa por todo Acapulco, declarado por él como la capital de Guerrero ante las mentadas de los chilpancingueños. Los perros ya no le ladraban porque los primeros que los hicieron fueron abatidos a tiros por Domitilo, el chofer mudo del mandatario.

Eduardo VIII

Los cañones del fuerte de San Diego permanecieron mudos aquél 9 de octubre de 1920. Ello no obstante que entraba a la bahía el acorazado MHS Renow, buque insignia de la Royal Navy inglesa, al mando del príncipe Eduardo de Gales. Silencio determinado por la carencia de relaciones diplomáticas entre ambos países.
El futuro monarca, cuyo reinado no cumplirá un año por sus tratos secretos con Hitler, aunque se argumentó su amor por una plebeya, desembarca hasta que lo autorizan las autoridades mexicanas. “El güerejo pasmado y sin chiste”, según calificación certera de doña Tomasa Benítez, baja a tierra luciendo el traje de gala de la armada de su país.
Por la tarde, Lalo, como ya lo llaman los lancheros del puerto, visita Pie de la Cuesta donde caza patos y pichiches. Para darle color a su visita, el hijo de reyes es llevado a la fonda de doña Bocha Castrejón, en el mercado localizado en pleno Zócalo. Ella lo agasaja con un par de albóndigas de pollo que él elogia como bocatto di cardinale y hasta se chupa los dedos (¡mi señor!, lo reprende su jefe de ceremonial). El tratamiento de doña Bocha para el príncipe es el de “mi rey”: ¡Para servirte, mi rey!..¡Que güerito estás, mi rey!… ¡Gracias, mi rey!… ¡Que te vaya bien, mi rey!. El inglés sólo sonríe agradecido
Cuando 16 años más tarde el príncipe ascienda al trono inglés con el nombre de Eduardo VIII, recordará su estancia en Acapulco. Se seguirá preguntando si aquella mujer mexicana poseía dotes de profeta o augur al verle la testa coronada. El monarca inglés no se enterará jamás que doña Bocha, su anfitriona, daba el tratamiento de “mi rey” a toda su clientela. Incluido Bencho, el tuerto, operador del carromato de la basura jalado por burros, a quien le obsequiaba la comida.

Nuevos alcapulqueños

En su periodiquito El Liberal, el cronista Carlos E. Adame destaca y agradece la participación entusiasta de muchos avecindados en las tareas encaminadas al progreso de Acapulco. Los menciona uno a uno, sus orígenes, perfiles y trincheras.
* Isaías Acosta, bondadoso contador. Funda la Cámara de Comercio de Acapulco.
* Manuel Revilla, casado con Rosalía Pintos, hija del primer matrimonio del alcalde Antonio Pintos Sierra, hermana de Federico, Rafael y José. Fue contador-gerente de la empresa Alzuyeta y Cía.
* José Gómez Arroyo, médico militar llegado en 1918 con las fuerzas revolucionarias. Fue director del hospital civil Morelos y salvó la vida de Juan R. Escudero, víctima de un primer atentado a tiros. Procreó varios hijos con diferentes esposas: Genoveva, Leonila, Carmen, Gloria y José.
* Pascual Aranaga, español que llegó al puerto como arriero y dirigirá más tarde una empresa comercial.
* Los hermanos Samuel, Manuel y Félix Muñúzuri. Venidos de Guatemala se identificaron desde sus años mozos con la gente del puerto, formando honorables familia acapulqueñas.
* Alejandro, Rosendo y Alberto Batani, originarios de la isla de Batan, Filipinas.
* Don Ramón y Jorge Córdova, comerciantes de pieles y armadores del tráfico de cabotaje en el puerto.
* Los hermanos Sergio, Rogelio y Obdulio Fernández, dueños de la fábrica de jabón La Especial, establecida en el barrio de Río Grande (hoy, de La Fábrica).
* Don Adolfo Argudín, propietario del hotel Miramar y gerente de la empresa Transpor-tes Lacustres. Formó aquí con Adela Alcaraz una gran familia: Alfonso (alcalde de Acapulco (1984-1986), Tere, Teyín, Chayo y El Güero.
* Los hermanos Hugo y Enrique Stephens, dedicados a la agricultura y la ganadería en Plan de los Amates.
* Hermanos San Millán –Ma-ximino y Luciano–, dueños del cine Salón Rojo y de una cantina en el Zócalo.
* José Flores, representante de la empresa Casa Alzuyeta, Fernández, Quiroz y Cía, dueña de las fábricas de hilados de El Ticuí, en Atoyac, y Aguas Blancas, en Coyuca de Benítez.
* Manuel Tejado, simpático y jacarandoso español, gerente de la casa Hermanos Fernández y Cía. Lo había sido de la empresa P. Uruñuela y Cía.
* El asturiano Arturo García Mier, propietario de la imprenta La Asturiana.
* Los señores Casís, don Guillermo Edwards, don Lorenzo Sánchez Morales, don Juan Manzanares y don Luis Long. Comerciantes muy queridos.

Un aviador en apuros

Tripulando su propio aparato, un aviador español sale del puerto de Veracruz con destino a la Ciudad de México, pero por el mal tiempo extravía su ruta. Sin conocer su ubicación, a causa de las nubes negras, desciende en un “claro” que no es sino un tupido maizal al que arrasa, necesariamente. Tiembla de pies a cabeza cuando al apagar el motor se percata de que está rodeado por una multitud, pensando lo peor. Será la presencia de una tropilla alharaquienta de niños que le devolverá el alma al cuerpo.
–Perdónenme ustedes, estoy dispuesto a pagarles su sembradío, se disculpa, al tiempo que indaga en qué sitio del país se encuentra. Una respuesta coral se lo hace saber: ¡San Marcos, Guerrero, cerca de Acapulco!
Ya ubicado, el tripulante se presenta como Juan Ignacio Pombo Alonso, piloto español que hace un viaje de aventura en su propia avioneta, a la que ha bautizado Santander por ser el nombre de su ciudad natal. Que ejecuta un raid entre ocho capitales sudamericanas y que el mal tiempo lo hizo descender. El calendario marca el 13 de septiembre de 1935.
–¿Acapulco?. Claro que he escuchado ese nombre, balneario famoso por sus bellezas naturales. ¡Si me llevan se los agradeceré eternamente!
El aviador es recibido en el puerto con júbilo por sus muchos paisanos quienes lo agasajan con paella, vinillo de Jerez y canciones del terruño. Le proporcionan, además, los medios para rescatar su aparato bajo la celosa custodia de niños sanmarqueños. Tres días más tarde, el 16 de septiembre, Pombo Alonso vuela a la ciudad capital para culminar su hazaña. Más tarde manifestará su agradecimiento a los niños que cuidaron su nave, con dulces y juguetes.

Juan Ignacio Pombo

Para acometer tal hazaña, Pombo Alonso voló una avioneta deportiva British Aircraft Tagle 2, monoplano de ala baja construido en madera contrachapada. Dotada con un motor Gipsy Major de 130 CV y tanque para 694 litros de gasolina. Cubrirá una distancia de mil 800 kilómetros en 16 horas con 47 minutos para, finalmente, obsequiarla a México. Volverá en 1943 para fijar aquí su residencia. (Wikipedia).