13 septiembre,2022 5:02 am

La sátira como renovación moral de un país sumiso  

Federico Vite

 

Submission (Traducción del francés al inglés a cargo de Lorin Stein. USA, Picador, 2015, 246 páginas), del escritor francés Michel Houellebecq pone en perspectiva la reacción de los académicos, intelectuales y universitarios ante el ascenso de un nuevo régimen político y religioso. En este caso, Houellebecq crea una sátira para señalar con énfasis la manera en la que un grupo de humanistas enfrenta el arribo de los musulmanes al poder. Contrario a lo violento de un proceso como el invocado por Michel, el lector descubre la dulce melaza del humor y es un humor, como la mayoría de las sátiras, nacido de la desesperanza.

Horas después de que el libro Sumisión se empezara a distribuir en las librerías de Francia, en 2015, un par de hombres encapuchados ingresó a las oficinas de la revista Charlie Hebdo para matar a 12 personas. Ocho de los muertos eran reporteros; entre las víctimas estaba el economista Bernard Maris, uno de los amigos de Houellebecq. La portada que Charlie Hebdo publicó en esa semana de enero mostraba la premonición que Houellebecq visualizó para el año 2022.

Así que en el relato los musulmanes ganaron las elecciones de Francia este año. Su candidato “vende” muy bien la idea de que son una fuerza de integridad espiritual y revolucionaria, con “una oportunidad histórica para la reconstrucción moral y familiar de Europa”. El autor señala que las instituciones educativas ya no son un punto de encuentro ideológico sino un sitio para obtener mujeres (cada semestre existe una posibilidad real de cambiar de novia), para granjear prebendas como intelectual y para inflar el prestigio en un gremio sobrevalorado. Queda claro que si no viven en la gloria, los maestros universitarios, intelectuales e investigadores sí tienen ciertas comodidades. Están rodeados de políticos venales, escritores con poca convicción política y alumnos que no saben qué partido tomar. Ese panorama, matizado por el vandalismo, la violencia en protestas políticas y la represión policial confunde a François, narrador y protagonista de la historia. Es profesor de la Sorbona, tiene 44 años y ha ganado renombre por ser un especialista en la obra del decadente Joris-Karl Huysmans. François se describe a sí mismo: “Tan político como una toalla de baño”. Mira los resultados de las elecciones en el televisor. Entiende que Francia ha soportado una década de luchas y de escándalos políticos. Tiene la sensación de que hay un abismo “entre la gente y quienes hablaban por ellos, los políticos y los periodistas”. Los dos, políticos y periodistas, tienen una visión empañada de la realidad. Mientras atiende la pantalla se cuentan los votos. Marine Le Pen (personaje de carne y hueso en la política francesa) y su Frente Nacional están empatados con el partido político Hermanos Musulmanes, dirigido por el astuto y carismático hijo de un tendero, Mohammed Ben Abbes. Los socialistas, a las órdenes de Manuel Valls (también vivo y coleando en las turbias aguas políticas del país galo), se alían con los Hermanos Musulmanes. Ben Abbes se convierte en el presidente electo. François Bayrou (político real que preside el Movimiento Democrático) se convierte en el primer ministro.

Houellebecq lleva el relato con sutileza. No levanta ámpula de más; es decir, no representa a los musulmanes como locos enfebrecidos e iracundos. Ofrece de ellos una visión educada, inteligente y metódica; tampoco lleva por un sendero sombrío al personaje principal sino que ofrece una serie de contradicciones que agrandan la naturaleza humana del protagonista. ¿Qué es la sumisión para un investigador como François? Pese a lo terrible de la respuesta, debe decirse que se trata de una forma de vida.

Se corre el rumor de la persecución política en las universidades, incluso muchos alumnos y maestros se van de Francia. Temen a la violencia y a las repercusiones de los musulmanes. Los nuevos directivos escolares aceptan las renuncias de muchos profesores e investigadores y a otros les ofrecen un mejor salario e incluso una esposa para que puedan llevar por un mejor camino su vida personal. Obviamente les entregan algunos libros sagrados para que conozcan realmente a los musulmanes y decidan si les interesa continuar laborando en una universidad renovada. François renuncia a sus clases. Viaja por los sitios que su admirado Joris-Karl Huysmans recorrió. Se hospeda en hostales, en buenos hoteles, conversa con otros investigadores y se entera que los musulmanes están analizando la plantilla de profesores para posibles recontrataciones. Ese rumor que los musulmanes hacen correr llega a los oídos de muchos universitarios y motiva algunas ideas, por ejemplo, ¿no son tan malos los musulmanes? ¿Tal vez no sea contradictorio trabajar con ellos?

Lo atractivo de la novela es la construcción del humor negro y la habilidad para revelar la naturaleza más simple de los humanistas, el servilismo. Pero antes de consumar ese hecho, Houellebecq le ayuda a comprender al lector que la revolución de Francia no sólo es política sino religiosa. Debe decirse que François no cree en nada y, en consecuencia, nada le ata ni obstruye. Esto pone en perspectiva el juego de la sumisión como un modo de vida, pues si alguien no tiene ideales ni fe se convierte en una deriva de múltiples cauces. Alguien sin fe ni ideales aplaude lo mismo a un tótem que a dios, confunde lo grandote con lo grandioso y la derecha con la izquierda.

François comparte la misantropía y la desilusión de Huysmans, pero no logra asumir la religiosidad. Sin embargo, lo intenta, viaja a Rocamadour para ver a la Virgen Negra, el icono religioso más famoso de la Edad Media. Sentado frente a ella todos los días durante más de un mes, por períodos cada vez más largos, es consciente de lo que esa imagen representa: una época, el cristianismo, en la que el individuo aún no existía como ahora lo conocemos y tanto la fe como la razón eran un asunto colectivo. Mientras más horas pasa frente a la Virgen Negra, el lector presencia cómo se disuelve el ego de François. Finalmente regresa  “abandonado por el espíritu” a París.  Y afirma: “Lo que expresaba esta estatua severa no era apego a una patria ni a un país; no era una celebración del coraje varonil del soldado; ni siquiera el deseo de un niño por su madre. Era algo misterioso, sacerdotal y realista que superaba la comprensión de Huysmans”.

La novela cierra con François en la ceremonia de conversión al Islam. Pero el asunto de fondo no se trata de la obviedad (François se hace musulmán en lugar de católico; al revés de lo que vivió Huysmans), sino de algo más grave. El protagonista se hace musulmán sin pasión, sólo por tener una comodidad mayor, por aceptar un mejor puesto en la Sorbona, por ganar más dinero, por tener una esposa sumisa. A pesar del confort, la conversión de François es desapasionada, sin alma ni vigor. Eso, no otra cosa, es la sumisión. Piense usted ahora, ¿qué está pasando en nuestro país con la militarización? ¿No cree que esta novela nos dice mucho, sobre todo, en materia de ideales (en nuestro caso una supuesta izquierda terminó siendo de derecha)? El gobierno repentinamente modificó el rumbo de la estrategia de seguridad pública. ¿Nosotros cambiamos de opinión también? ¿Esta es nuestra sumisión? Y lo extraordinario es que se ve con buenos ojos lo que sexenios atrás tantas veces rechazamos. Quizá esta novela le ayude a entender en qué nos convertimos. Échele un ojo. No le va a decepcionar.