31 mayo,2018 3:23 pm

“La simulación es esencial en nuestros políticos de hoy”, director de “El gesticulador” 2018

Texto: Apro / Fotos: Fernando Manzano Salazar (Facebook)
Ciudad de México, 31 de mayo de 2018. Tiene un aire de provocación el montaje de la obra teatral El gesticulador, de Rodolfo Usigli, durante el proceso electoral de 2018, con el Partido de la Revolución Institucionalizada en franca desventaja después de un sexenio en que no pudo consolidarse, pese a que dos regímenes panistas dejaron intacto su sistema de privilegios.
Como se sabe, el nudo consiste en que un profesor de historia –uno de los empleos que desempeñó Usigli para ganarse unos pesos en su juventud bohemia– aprovecha que es tocayo y paisano de un héroe perdido de la Revolución mexicana, para asumir su identidad e intentar desenmascarar a los verdaderos impostores: los políticos de escritorio y los bandidos que se hacen pasar por próceres, todos en nombre de aquel proceso liberador que se va ahogando en corrupción apenas dos décadas después de su estallido.
Es una obra fundamental del teatro nacional, así que no se pierde nada si se revela en desenlace: el historiador vestido de general César Rubio es asesinado en un acto de campaña. Por ese motivo fue censurada y atacada en su momento por la clase política, pero dice verdades tan fuertes que fue imposible acallarla una vez que salió a la luz.
En medio de los ecos y alusiones dolorosos que provoca El gesticulador, tan involuntarias como inevitables, el productor y director Fernando Manzano Salazar se atreve a revivirla en este momento electoral, una de las pocas circunstancias en que ciudadanos, políticos y analistas consideran importante meditar y debatir el rumbo del país. El de Manzano es un cuestionamiento consciente a la actualidad del teatro nacional y un llamado a la sociedad para mirar los hechos y la historia con lucidez. Todo esto, en plenas campañas, es decir, en medio del torneo de gesticulación política.
El efecto en el público es contundente porque las décadas le han agregado sentido tragicómico a ciertas escenas, parlamentos e incluso a la locación. Por ejemplo, los hechos se desarrollan en un pueblo imaginario del “norte del país” llamado Allende, y recientemente conocimos la tragedia del municipio de Allende, Coahuila, donde un convoy de sicarios arrasó la cabecera municipal por pleitos internos en un cártel del narcotráfico.
En otros pasajes el público ríe porque, si bien el texto es serio, la historia ha enfatizado la parte irónica, tanto del acontecimiento histórico al que se hace referencia (la Revolución) como al hecho teatral mismo.
Postura del director
Entrevistado después de la presentación de la obra en el Teatro Jorge Negrete de la ANDA –la asociación de actores que tiene su propia historia con esta obra–, Manzano explicó:
“La compañía, a la que inicialmente hemos llamado Teatro de la Revolución, surge como una inquietud de poner en escena las obras más representativas de la dramaturgia mexicana… Estas obras muy poco se conocen, y al contrastarlas con lo que se anuncia en cartelera, y aun en las funciones de teatro escolar, encontramos que estas temáticas casi no se tocan. Entonces creímos interesante abordar esos temas que revelan nuestra identidad como país y nuestra idiosincrasia mexicana. El gesticulador, sin duda, es la obra cumbre del teatro mexicano y, a pesar de que se escribió hace 80 años, sigue vigente en el terreno político. La simulación es una característica esencial en nuestros políticos de hoy. El espectador se encontrará con muchas situaciones y personajes que le son muy familiares. El proceso electoral por el que estamos atravesando fue una motivación importante para que la compañía eligiera iniciar sus trabajos con esta obra”.
Lo insólito es que, en plena retirada del presupuesto cultural institucional, cuando los empresarios del espectáculo procuran hacer rendir comercialmente hasta el último centavo, Manzano realizó la producción de forma independiente.
“Sin recursos económicos es muy difícil producir, pero agudiza el ingenio –dijo con su habitual buen humor, estimulado sin duda por el lleno del teatro y las halagüeñas palabras que tuvieron para él y el resto de la compañía los ‘padrinos’ del estreno, Jesús Ochoa y Eric del Castillo–. Es estresante, pero una vez que echas a andar el proyecto y de que involucras a mucha gente, no te que queda más remedio que poner todas tus energías y empeños en su consolidación.

“Afortunadamente reuní a poco más de 20 personas que comparten el ideal de hacer teatro profesional, comprometiéndose hasta sus últimas consecuencias. Acudimos a todo tipo de apoyos, tocamos diferentes puertas: algunas se abrieron, otras permanecieron cerradas, pero no cejamos en el empeño, y el resultado, desde mi punto de vista, ha sido muy alentador. Comprendí que una vez que echas a andar la bolita, las cosas se van acomodando para que sucedan”.
Al preguntarle cuáles retos profesionales enfrentó también como director, respondió:
“Primero, la integración del elenco: es muy difícil, en estos tiempos, producir una obra que requiera tantos actores. Se dice que cada actor es un problema, porque todos regularmente nos involucramos en varios proyectos al mismo tiempo. Ahora esa es la característica principal de nuestro trabajo: hacer teatro, cine, radio, televisión y doblaje casi simultáneamente. Encontrar actores que sacrificaran su tiempo y se comprometieran con el proyecto, fue muy difícil. Hubo ocasiones que teníamos que cambiar el plan de ensayos porque algunos actores tenían que hacer llamados alternos y no llegaban, pero afortunadamente el compromiso que asumieron nos permitió tener un buen resultado.
“Otro reto fue conformar todo un equipo comprometido en los diferentes aspectos del proyecto: la producción, la escenografía, la música, la fotografía, el diseño… Me siento satisfecho, porque cada aspecto se cubrió con profesionalismo y entrega. Si seguimos en esa tónica creo que esta compañía tiene mucho que ofrecer”.
Curiosamente, en sus inicios la sola idea de montar El gesticulador le trajo a Manzano las mismas advertencias que recibió Usigli:
“Antes de iniciar el proyecto comenté con algunos directores y compañeros actores esta idea y me decían que este tipo de teatro ya no interesaba, además de que era una locura llevarla a escena. Me decían que sin el apoyo de las instituciones de cultura no teníamos ningún futuro. No sé lo que vaya a pasar, pero puedo decirte que la reacción del público que llenó el teatro Jorge Negrete en la función de estreno fue muy espontánea y con sus aplausos nos hicieron ver que este tipo de obras llegan al corazón, a las emociones de los espectadores”.
El montaje está totalmente afinado. Con una adaptación del maestro Juan Sahagún y del propio Manzano, música original dirigida por Adán Landín, y con el prestigiado Sergio Bustos en el papel de César Rubio y Fernando Manzano Moctezuma en el de Miguel, Joandyka Mariel en el de Elena y Mafer Álvarez en el de Julia, así como un sólido grupo de actores complementarios, El gesticulador puede recobrar su fuerza originaria muy a tiempo, cuando los mexicanos necesitamos adentrarnos en las cavernas de nuestro sistema político más allá de las urnas y mirarnos en el espejo de nuestras familias.
La producción busca empresario, teatro o institución que acompañe este esfuerzo por retomar la escena mexicana de calidad y, como se decía en aquellos tiempos, de rabiosa actualidad.

Las raíces de la crítica
Basta leer la “Gaceta de clausura sobre El gesticulador”, publicada en 1961, para tener una idea de los problemas que enfrentó su autor, Rodolfo Usigli, cuando intentó montar y representar esa que llamó una “obra para demagogos”.
En ese breve texto Usigli convierte en anécdotas sus fallidas negociaciones con representantes del poder político, la mexicana picaresca del escritor que deja su sueldo en Relaciones Exteriores para terminar un proyecto y se las arregla para comer y sobre todo beber en tertulias con intelectuales más afortunados, y la también muy nacional manera de conseguir el estreno, con un éxito clamoroso y el consecuente escándalo.
Más allá de las advertencias de los funcionarios del régimen que aún se preciaba de revolucionario, el autor confesó sus propios temores de que su drama fuera interpretado como lo que es: una implacable crítica de la mentira en que se basa el poder de los presuntos continuadores de la Revolución mexicana, así como del voluntarismo de sus opositores.
Aunque se estrenó en 1947, 10 años después de que la escribió Usigli, El gesticulador impuso la fuerza de su contenido psicológico y social (no en balde uno de los apodos de Usigli es el de “Ibsen mexicano”): después del estreno, con Alfredo Gómez de la Vega como César Rubio, María Douglas como su esposa Elena, y en los papeles de los hijos Carmen Montejo (Julia) y Rodolfo Landa (Miguel), la obra se discutía en todos los ámbitos sociales.
Así lo recuerda Argentina Casas Olloqui, quien fuera esposa del dramaturgo, en su libro de memorias Mi vida con Rodolfo Usigli: 
“Se oía hablar de ella (la obra) en los cines, en los mercados y hasta entre los marchantes de las verduras que ya habían ido a verla. En los periódicos se publicaban caricaturas del mundo político y a muchos les colgaron el letrero de ‘gesticuladores’. Me acuerdo de una caricatura que publicó Excélsior de Vicente Lombardo Toledano, destacado líder del mundo obrero, perorando ante gran cantidad de borregos, con el brazo en alto, y abajo decía: El gesticulador. Esto causó ámpula y empezaron las represalias. Para ir a verla todos los de mi familia esperamos a la siguiente semana, pero la quitaron de inmediato. Después Alfredo Gómez de la Vega formó empresa y la puso en el Arbeu, pero cuando fuimos a comprar los boletos nos dijeron que estaban agotadas las localidades.”
El sabotaje consistió en que la taquillera, por instrucciones del sindicato, no vendía los boletos. Sin embargo, la crítica fundamental se dirige hacia las mistificaciones mediante las cuales mantienen el poder los epígonos de la revolución. De todas formas, fue necesario el heroísmo civil del que son capaces los artistas:
“Alfredo Gómez de la Vega perdió los ahorros de toda su vida, Rodolfo Usigli se quedó sin trabajo porque renunció a la Jefatura de Teatro de Bellas Artes para que su pieza pudiera ser representada y todos se le echaron encima, lo insultaron, lo golpearon, y durante un año y medio pasó hambres y miseria”, añade Casas Olloqui.
Ya llegarían el prestigio, los estudios académicos, las traducciones, las representaciones en el extranjero. Otras obras de Usigli lo consolidaron como el principal autor del nuevo teatro mexicano después de las exploraciones esteticistas de Los Contemporáneos.
Su influencia llegó hasta los tratados de filosofía. En el opúsculo Análisis del ser del mexicano, publicado en 1952, Emilio Uranga hace un resumen de las reflexiones de ese tipo, que estaban entonces en auge. Dice que en el siglo XX, después de la crítica al positivismo por Antonio Caso y la “posición esteticista” de José Vasconcelos, “aparece la tercera aportación (del pensamiento nacional). El mexicano no satisface ya su deseo de conocerse a sí mismo viéndose expresado sólo en la pintura, sino que quiere apresar su propia esencia en la malla de la reflexión pura, ya no figuradamente en el arte, sino conceptualmente, en el discurso filosófico. Inician las reflexiones de Samuel Ramos esta dirección que prosiguen, de modo excelente, literatos como Rodolfo Usigli y Agustín Yáñez, e historiadores y filósofos como Leopoldo Zea.”
No es caprichoso que Uranga incorpore las obras literarias al corpus del pensamiento sobre lo mexicano (en el que destacaban los estudios de Uranga, Ramos, Jorge Carrión y Zea, por citar sólo los de la colección sobre el tema que dirigió este último en la editorial Porrúa). Reflexiones sobre las cualidades proteicas y plásticas de la mentira ya aparecen en los cuadernos personales de Usigli, de los cuales publicó extractos en Voces. Diario de trabajo (1932-1933). Este libro fue editado en 1967 por el Seminario de Cultura Mexicana, del que formaban parte los novelistas de la revolución Agustín Yáñez y Mauricio Magdaleno, además del propio Usigli.
En este volumen, el joven poeta dramático –como se concebía entonces–, estimulado por sus lecturas de Moliėre y de moralistas como La Rochefoucauld, Pascal y Jean de La Bruyėre, reflexiona sobre la verdad frente a la hipocresía, las mentiras de andar por casa y las razones de Estado. Cito sus máximas porque prefiguran las ideas de la vida y la política que Usigli desplegó después en su teatro de madurez:
–Consideramos a menudo a la verdad como una moneda extranjera: atractiva, notable, hasta preciosa; pero que no podrá circular entre nosotros.
–La verdad es una peligrosa compañera. Nos engaña demasiado acerca de todo lo demás.
–La verdad, si se presenta un día, echa abajo un hombre, un hogar, un gobierno o una civilización. Vive fuera de todos los países, en una orilla adonde casi nadie puede acercarse para verla sin perder el equilibrio.
En cuanto a la revolución:
–Las revoluciones las hacen los genios y las prolongan los mediocres.
–La historia de la revolución será un fracaso si la hacen los revolucionarios. Será una continuación de las mil y una políticas, de las incontables traiciones. Y se hablará más tarde de nuestra ceguedad de contemporáneos, que nos impide ver sin sombras las antorchas sangrientas de la revolución. Se alegará nuestra injusticia para con los hombres a quienes hemos visto asesinar a tantos otros y caer asesinados a su vez. ¿Qué gobernante nuestro no ha tenido por igual la pujanza y el miedo, el poder y la muerte a su mesa?