22 noviembre,2022 5:49 am

La utilidad intangible de la literatura

Federico Vite

 

Las obras mayores producen un reflejo, que para bien o para mal, en el que uno se espejea. El lector reconoce así una trayectoria de apetencias autorales, literarias y estéticas. Pienso, por ejemplo, que al centrar la mirada en un proyecto literario como el de Cormac McCarthy es obligada la visita a su tercera novelapublicada en 1979 y cuya historia está ambientada en los años 50 del siglo pasado: Suttree*.

Posee un sello faulkneriano indudable, pero más allá de adjetivarla con el apellido de un titán, debe entenderse que los ejes temáticos de McCarthy son esencialmente la comprensión de una paradoja: un hombre que puede estar bien, cómodo y confortable, elige convivir con criminales, parias e indigentes para probar la sal del mundo. ¿Por qué? Aventuro una respuesta.

Cornelius Suttree (Buddy) es un hombre con educación universitaria, de clase media alta, que elige a Knoxville como su residencia después de salir de prisión. Fue encarcelado por robar medicamentos. Vive entre vagabundos y criminales en el río Tennessee que atraviesa el centro de la ciudad. Habita una casa en ruinas y se gana la vida capturando peces gato. Durante las noches se embriaga con quien se le atraviesa. Despierta en lotes baldíos, callejones oscuros y basureros. Ocasionalmente es arrestado por andar ebrio en vía pública. Es parte de un grupo de indigentes que se han apropiado ilegalmente de algunas viviendas; convive con ladrones, borrachos y crápulas. La pobreza, la basura y el río son la triada que guía a Suttree.

Los inviernos de Knoxville son rudos y es complicado encontrar trabajo. Muchos conocidos del protagonista mueren y otros tantos van a prisión. Destaco, por sobre todos, a Harrogate. Ese joven parece arrancado de la familia Snopes –esa saga de personajes que creó William Faulkner e intentaron de todo para salir a flote en una sociedad injusta con los pobres, una sociedad racista y perversa–. Harrogate es arrestado por tener “desahogos sexuales” con las sandías de un extranjero. Tiene mala suerte y grandes anhelos de salir de la miseria, pero no puede evitar que su tragedia sea cómica. Recibe palizas, estafa y es estafado. Suttree intenta ayudarle para que no se meta en problemas, pero Harrogate se embarca en una serie de desventuras, incluido el uso de carne envenenada para cazar murciélagos y venderlos; cree que ganará una gran recompensa por ellos. Incluso intenta usar dinamita para hacer un túnel bajo la ciudad y encontrar así un tesoro. Este personaje secundario es el pivote que a final de cuentas expulsa al protagonista de Knoxville.

El vocabulario idiosincrásico que utiliza McCarthy y los giros verbales desanimarán a muchos lectores, lo verán como un truco viejo (piense en la cantidad de gente que imita a Juan Rulfo y en lo raro de que el original sea aún ahora un dechado de elegancia), pero efectivo. Algunos personajes aspiran la s de las palabras y cambian algunas vocales; por ejemplo, ye, miter. O esta oración que ilustra el caso más común: Are ye lost? (¿Estás perdido?).

A pesar de estos detalles que retratan el habla de una región de “rudas formas de sobrevivencia” hay belleza en esa mirada sobre la miseria humana. El autor recurre a una voz narrativa en tercera persona, que a ratos se convierte en omnisciente, para dar cuenta de los hechos. Recrea diálogos, hace saltos en el tiempo y retrata a los personajes con precisión. Especialmente, sin prisa. La intensidad de la novela aumenta y disminuye gracias a un sentido del humor cáustico.

El libro comienza con una carta en la que se describen paisajes citadinos: “Los edificios estampados contra la noche son como una muralla que conduce a otro mundo abandonado, viejas promesas olvidadas”. Líneas adelante, Suttree observa a los policías que sacan a un suicida del río. Él ha dejado una vida de lujos, rechazó la influencia y el dinero de sus padres y abandonó a su esposa e hijo pequeño. Meses después recibe una llamada telefónica en la que le informan que su hijo ha muerto. Asiste al funeral, pero lo corre la familia de la esposa. Se filtra entre los enterradores y hace la zanja del hijo. Lo ahuyenta la policía. Pide aventones en la carretera, conoce más gente dañada, lucha contra ella. Se salva de varios ataques; defiende su vida, su dinero y su bebida. Tiene romances fugaces con prostitutas. Es una deriva que va de mal en peor.

Sus pesadillas son escalofriantes: “él yacía en una pesadilla sexual, un enorme cadera barbada bajando sobre su cabeza, en el centro un marchito ojo de cerdo, de color café, estaba recubierto por una costra y colgaba de un párpado hinchado”. Algo normal, digamos, si Suttree vive entre “ladrones, vagabundos, sinvergüenzas, parias, estúpidos, cascarrabias, idiotas, asesinos, jugadores, alcahuetes, putas, bandoleros, borrachos, carteristas, libertinos y criminales”. Esta lista me permite señalar las múltiples conversaciones que tuvo el personaje y el conocimiento obtenido de todas esas charlas. El autor lleva de un lado a otro a su protagonista. Lo satura de vida. Suttree no gana experiencia sino que habita desconsuelos. Vive sin expectativas. Aunque al lado de una prostituta, quien le da un poco de dinero para sobrevivir, se siente tranquilo.

Todas las relaciones que establece con mujeres acaban mal. Una novia, prostituta acaudalada, termina el noviazgo en un momento de locura y destroza un auto. Otra chica con quien se involucra, una indigente, muere de una forma terrible. Queda aplastada por las rocas y por la tierra de un deslave. Ante ese hecho, el autor señala: “Él se sienta con la espalda recargada en un árbol y observa la tormenta moviéndose sobre la ciudad. ¿Soy un monstruo, son ellos los monstruos en mí?”.

Hacia el ocaso de la novela, Suttree se enferma de fiebre tifoidea y sufre una alucinación prolongada. Mientras tanto uno de sus  amigos muere a manos de la policía y Harrogate es arrestado por intento de robo. Al recuperarse comprende que la fiebre afiló su individualidad y el hecho de vivir en la indigencia determinó su personalidad y su carácter. Llega a la conclusión de que sus experiencias de vida en el río Tennessee han reafirmado su identidad. Es decir, todo el libro le confirma al autor que su personaje no puede ser de otra manera. La pregunta es, ¿cómo terminar una historia con estas características? McCarthy hace que Suttree deje Knoxville. Cierra esa etapa de una manera sencilla, pues la zona en la que él vivía será destruida: edificarán una autopista.

Si usted es un lector que se regocija con los claroscuros de la vida, créame, este libro es un joya, sobre todo, porque permite entender algo que pocos, realmente pocos, autores se preguntan con tanto énfasis, ¿para qué escribir? Dicho de otra manera, ¿por qué un hombre que puede estar bien, cómodo y confortable, elige convivir con criminales, parias e indigentes para probar la sal del mundo? Para confirmar su identidad. Es una respuesta contundente. No cualquiera puede escribir Suttree; tampoco puede leerlo cualquiera. El libro existe y es entrañable. Debido a los múltiples rasgos biográficos de esta historia, McCarthy bien podría indicarnos que para crear una historia así de inquietante se necesita entender la literatura como una confirmación sensible de la existencia. Eso es útil para quien se adentra en las profundidades de este oficio.

 

*(Estados Unidos,Vintage International, 1992, 471 páginas).