1 julio,2019 4:30 am

Larga noche de promesas… AMLO, el 1 de julio de 2018

En la cúspide de su carrera política, a sus 64 años de edad, López Obrador, el candidato ganador de los comicios presidenciales y virtual Presidente electo, festejaba prometiendo más cosas.
Ciudad de México, 1 de julio de 2019. Parecía un sueño: México cambiaba esa noche del 1 de julio. Iba a cambiar más a partir del 1 de diciembre, cuando asumiera el cargo de Presidente. “Desde el primer día, vamos a cumplir todos los compromisos. No les voy a fallar. No se van a decepcionar”, decía Andrés Manuel López Obrador, que esa noche, en el Zócalo, festejaba la más grande victoria de su vida.
En la cúspide de su carrera política, a sus 64 años de edad, López Obrador festejaba prometiendo más cosas:
“Desde el primer día, les digo, va a aumentar la pensión a los adultos mayores al doble. Y se va a garantizar que esa pensión sea universal, y que la reciban también los pensionados y pensionadas del ISSSTE y del Seguro. Desde el primer día de Gobierno todos los discapacitados pobres van a tener una pensión igual que la de los adultos mayores”.
Las promesas de la Cuarta Transformación iban a cambiar de fecha de entrega. Pero entonces, miles y miles en el Zócalo agitaban globos y banderas de México, llevaban máscaras de plástico de López Obrador, muñecos de peluche con su figura, cantaban el Cielito Lindo, lloraban. Gritaban: “¡Sí se pudo! ¡Sí se pudo!”.
Tras 12 años de intentarlo, desafueros, campañas sucias y presuntos fraudes de por medio, era el grito que más definía la noche. “¡Sí se pudo! Hoy se termina una etapa y vamos a iniciar otra”, gritaba el tabasqueño.
“Parecía un sueño”, recuerda Isaac Esquivel, un fotógrafo que había seguido la campaña presidencial. Lo fotografió en el discurso en el Hotel Hilton, donde el político tenía sus oficinas, y por su propia cuenta lo siguió a pie hasta el Zócalo. Iba con su novia. Allá encontraron a ex compañeros de escuela, amigos, sumados al festejo, embriagados de fervor de una victoria sentida como propia. “Sentíamos que habíamos derrotado al sistema”, dice Esquivel.
Había euforia en todo el Centro Histórico. Familias completas llegaban a festejar el triunfo. El nuevo Presidente prometía disciplina financiera y fiscal, respeto a los compromisos con las empresas, conducción por la vía legal, creación de empleos, fortalecimiento del mercado interno, no expropiar nada, desterrar la corrupción.
Decía: “No apostamos a construir una dictadura abierta ni encubierta. Los cambios serán profundos, pero se darán con apego al orden legal establecido”. “Cambiará la estrategia fallida de combate a la inseguridad y la violencia”.
“¡Ganamos, carajo!”, dijo el actor Damián Alcázar, cuando ya el Zócalo parecía una noche de fiesta del 15 de septiembre, pero sin acarreados. Sobre el templete, colocado frente a la Catedral Metropolitana, una banda tocaba El Sinaloense. Alcázar, el protagonista de La Ley de Herodes, icónica película sobre la corrupción priista que parecía enterrada, bailaba. El País parecía tener solución. “Es el triunfo de un pueblo, y costó mucha sangre, mucho sudor, muchos años”, dijo Alcázar, con un paliacate rojo amarrado al cuello.
“Recuerdo una noche muy entrañable, con mucho entusiasmo de parte de la gente, del pueblo”, dice ahora.
“Amigas, amigos”, dijo López Obrador cuando por fin subió al templete frente a la Catedral Metropolitana. Caían todavía serpentinas y confeti, lágrimas entre el público. “Triunfó la revolución de las conciencias”, exclamó el ganador. Como siempre, el discurso del tabasqueño estuvo lleno de promesas. Desde el día siguiente y hasta el 1 de diciembre iba a elaborar los proyectos. “No perder tiempo”, decía.
Iba a comenzar los proyectos para impulsar el desarrollo de sur a norte, proyectos productivos como cortinas de desarrollo para arraigar a los mexicanos. Respeto a las autoridades constituidas. Informes de los avances. Nuevas becas desde el primer día de su Gobierno. Pero, antes una nueva gira por todo el País, la del agradecimiento, como las que aun ahora, un año después, continúa haciendo.
“No les voy a fallar”, dijo como despedida. Los grupos de son jarocho comenzaban a tocar y se armó el fandango al pie del asta bandera. La noche todavía era larga. Un año después, lo sigue repitiendo todavía: “No les voy a fallar”, promete el Presidente.
El tiempo demostró que no todo era posible. O al menos no con la rapidez de las ansias. El 1 de diciembre aún no habría nuevo presupuesto para cumplir sus promesas. Al siguiente año, llegó la orden de reducir los salarios, pero se aplicaron recortes extremos en salud, ciencia y hasta en la atención a mujeres maltratadas y niños. La asignación de contratos se siguió haciendo de manera directa. El supuesto combate a la corrupción es la excusa para todo.
“Te lo dije”, dicen algunos. “Apenas lleva siete meses”, responden otros. Así responde Alcázar: “Es evidente que los cambios son claros y son nuevos y son inusitados. La gente pedía no más impunidad y que no hubiera corrupción y eso se está limpiando absolutamente y claramente. Si no lo queremos ver es porque se nos está afectando a nuestras comodidades. Los cambios son drásticos y eso ha ocurrido en todas las revoluciones, porque esta es una revolución humanista, López Obrador es un humanista”.
Texto: Jorge Ricardo / Agencia Reforma
Foto: Especial / Agencia Reforma
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