17 julio,2022 8:56 am

Las adicciones, una enfermedad

 

Ciudad de México, 17 de julio de 2022. Con sus investigaciones sobre cómo las drogas afectan el funcionamiento del cerebro humano, la neurocientífica Nora Volkow ha contribuido a demostrar que las adicciones constituyen una enfermedad crónica.

Es decir, una condición médica a raíz de un problema bioquímico que impide controlar los impulsos, y no una falla moral ni una debilidad del carácter o la voluntad, como conservadoramente se ha estigmatizado a las numerosas personas que lidian con el abuso de sustancias.

Pero tal prejuicio está tan arraigado, incluso entre el propio gremio médico, que ha obstaculizado la plena aceptación de la drogadicción como un trastorno cerebral que requiere atención de los especialistas y tratamiento en el sistema de salud, apunta Volkow, psiquiatra investigadora nacida en la Ciudad de México, en 1956.

“Al mismo tiempo, se invierte en cárceles para penalizar a las gentes que están tomando droga. Entonces, tenemos un sistema de leyes que no tiene nada que ver con lo que la ciencia nos está mostrando que son las adicciones”, critica en entrevista remota la científica mexicana, directora desde hace 19 años del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA, por sus siglas en inglés), en Estados Unidos.

“Es por eso que decidí hacer este cambio de ir de la carrera de investigación a tomar un puesto administrativo que me permite dirigir cómo se va moviendo la ciencia, cuáles son las áreas más importantes de acelerar para poder llegar a cambiar esa cultura que tenemos de penalización y de ignorar la responsabilidad de evaluar y ayudar a las personas con un abuso de drogas problemático”.

Previo a esta elección de encabezar el NIDA, instancia que más financiamiento aporta en el mundo para la investigación sobre el impacto que tiene en la salud el consumo y abuso de drogas, Volkow realizó un trabajo pionero analizando imágenes del cerebro para identificar de qué manera tales sustancias afectan las funciones de dicho órgano.

Particularmente, sus estudios documentaron que los cambios en el sistema de dopamina -neurotransmisor que satura el cerebro durante el uso de algunas de las drogas más adictivas- afectan las funciones de las áreas que participan en la recompensa y el autocontrol, en la sección frontal del cerebro.

“Un día, cuando estaba revisando las imágenes, me di cuenta que podía diferenciar quién era un sujeto normal y quién un sujeto con adicciones, con base en la falta de actividad en la corteza frontal. Era claro, rotundo total”, recuerda la neurocientífica. “De ahí empecé a trabajar para entender cuál es el involucramiento de la corteza prefrontal en las adicciones”.

Lo que la llevó hasta ese punto fue su fascinación inicial por comprender el funcionamiento del cerebro, y en especial cómo con la esquizofrenia se pierde la capacidad para distinguir lo que es real de lo que no; “¿dónde está el sentido de lo que llamamos realidad?”, se preguntaba la joven investigadora, quien luego se consagraría por su estudio de una enfermedad crónica del libre albedrío.

Al graduarse como médica en la UNAM, Volkow partió hacia la Universidad de Nueva York, institución que tenía disponible para hacer investigación el primer escáner PET (siglas en inglés de tomografía por emisión de positrones), el cual permitía tomar fotografías de los circuitos del cerebro mientras funcionaban en tiempo real.

Terminada la especialidad en psiquiatría, la mexicana se cambió a la Universidad de Texas en Houston, donde no tenía acceso a pacientes esquizofrénicos -en los que ya había detectado baja actividad en la corteza frontal del cerebro tras el consumo prolongado de drogas antipsicóticas-, por lo que su nuevo foco fueron los adictos a la cocaína.

Una droga que en esos años, la década de los 80, vivía un auge en Estados Unidos, con la creencia común de que era inofensiva. Hasta que el trabajo de Volkow arrojó las primeras evidencias de lo perniciosa que verdaderamente es.

“Lo que los datos mostraron ipso facto fue qué dañino era el uso de la cocaína para el flujo sanguíneo en el cerebro”, remarca la investigadora a propósito del riesgo de daño cerebrovascular por dicha sustancia. Lo cual en su momento resultó difícil de aceptar, e incluso cuando solicitó recursos al NIDA para hacer investigación al respecto le fueron negados.

Más allá de ese daño -pequeños infartos en el cerebro de quienes consumían cocaína-, Vokow se dio cuenta de que había algo más, que la manera en cómo el cerebro está conectado y funcionando era anormal. Estudiando otras drogas, saltaron a la vista las diferencias, pero también las similitudes; “la estructura de la adicción”, como define la neurocientífica.

Hoy, con años de investigación y resultados contundentes a cuestas, la directora del NIDA busca que las adicciones sean plenamente concebidas como una enfermedad, con los mismos procesos y características que cualquier otra, para poder abrir la puerta a la creación de mecanismos para tratarla.

En especial, precisa, ahora quiere aplicar algo que ha funcionado con otro mal con un componente conductual parecido: la diabetes -de la cual nadie cuestiona que se trate de una enfermedad o no-, para cuya prevención los especialistas implementaron el concepto de “prediabetes” y la intervención en fases tempranas.

“Entonces, quiero que empecemos a moldear una situación similar para las adicciones. Poder establecer esa fase de ‘preadicción’ donde la intervención pueda prevenir todos los efectos negativos que suceden cuando te vuelves adicto”, subraya Volkow.

En tanto, a todas aquellas personas lidiando con el problema de la adicción, la neurocientífica mexicana sugiere no darse por vencidas, aun ante recaídas, pues si bien se trata de una enfermedad severa, siempre se puede tratar. Y, con tiempo y perseverancia, la gran mayoría consigue vencerla.

“Una recaída no quiere decir que has fallado; es parte del proceso, del tratamiento. No es una razón para dejar de hacerlo ni para perder la fe y la esperanza, porque los datos muestran que la mayor parte de las gentes logran controlarlo”.

Los riesgos de la legalización

Para la médica y psiquiatra Nora Volkow resulta claro que, a mayor acceso a drogas legales, mayor el número de personas en riesgo de volverse adictas y con afectaciones a la salud. Particularmente los jóvenes, cuyos cerebros son más vulnerables por varias razones.

De ahí que, frente a la ola global de legalización de drogas como la mariguana -asunto latente en la legislación mexicana-, la directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIDA, por sus siglas en inglés) inste a crear las estructuras necesarias para la atención de quienes puedan caer en las adicciones.

Algo que sí ha ocurrido en otras naciones, como Portugal, contrasta Volkow; “lo que han hecho es asegurarse que existe el tratamiento y el soporte necesario para que las gentes que se vuelven adictas tengan la ayuda que necesitan”.

“Y eso no lo tenemos, aquí en Estados Unidos no lo hemos hecho; y en otros países que están hablando de lo mismo, tampoco. Si no haces eso, se te puede ir completamente de las manos”, advierte.

“No estamos poniendo los recursos, si vamos a hacer algo así (legalizar drogas), para tratar de crear modelos que minimicen los efectos negativos y las consecuencias. ¿Dónde empezamos?, con lo que se ha hecho con el tabaquismo, porque sus campañas de prevención han sido muy efectivas en Estados Unidos; las campañas contra el alcoholismo, no. Podemos aprender históricamente de lo que ha funcionado”.

Aunado a esto, a la experta le preocupa que, una vez aprobada la legalización, todo quede en manos de una industria empecinada en generar consumidores, multiplicar el número de adictos para aumentar sus ganancias, que al final del día suele ser su objetivo principal.

“Ese es el modelo que les va a dar más dinero, eso es lo que los motiva”, resalta Volkow.

“Particularmente, yo creo que va a ser crucial que se cree en la sociedad un sistema que regule a las industrias que están produciendo las drogas. Si no se regulan, vamos a repetir la historia del tabaquismo”.

 

‘Podemos cambiar las cosas’

Pensando en todo el apoyo que hubo en casa para profesionalizarse, en una época donde las mujeres tradicionalmente eran adiestradas para cuidar del hogar y la familia, Nora Volkow estima que tal vez se debe a que su padre, Esteban Volkow, quería tener hijos; al no conseguirlo, educó a sus cuatro hijas como varones.

“Yo creo que eso fue lo que pasó, y nos salvó totalmente”, opina la segunda de las cuatro hermanas, quienes siguieron caminos como la literatura o la medicina -en el caso de la poeta Verónica Volkow y de la infectóloga Patricia Volkow-, siempre con un sentido de responsabilidad y de hacer algo que pudiera ayudar a los otros.

“No era simplemente estudiar profesionalmente para nosotras mismas y para tener dinero, sino para hacer algo que fuera positivo. Eso también se nos inculcó desde que éramos muy chicas, lo cual te explica por qué dos de nosotras acabamos siendo médicas cuando en mi familia no existía un antecedente de médicos”.

Su genealogía, en realidad, está marcada por la persecución, pues la familia de su madre, la diseñadora de modas Palmira Fernández, había huido de la Guerra Civil española; mientras que por el lado paterno, su bisabuelo fue ni más ni menos que el político y revolucionario ruso León Trotsky, ultimado en la casa de Coyoacán donde crecieron Nora y sus hermanas.

“Crecimos en ese ambiente, y claro que pagas un precio muy alto; en ambas familias hubo mucho sufrimiento. Pero al mismo tiempo también fue un privilegio poder crecer sabiendo que, como individuo, históricamente puedes cambiar las cosas; que realmente puedes influir como individuo en hacer las circunstancias mejores para otros.

“Yo creo que eso te da un poder de creer en ti mismo. Mucha gente se pone barreras y no se atreve a hacer cosas; el tener una infancia donde tienes estos antecedentes históricos te quita esas barreras”, comparte la médica y psiquiatra, científica de tiempo completo ya sea al frente del NIDA o de su propio laboratorio.

Sin hijos, pero con un esposo que comparte su misma pasión por la ciencia: el físico Stephen Adler, quien se desempeña en cancerología, desarrollando técnicas para poder evaluar y detectar el cáncer más tempranamente.

“Tenemos una pasión total por nuestro trabajo, y a ambos nos encanta también encontrar lugares apartados y abandonados en el mundo que explorar. Hubiera sido una exploradora si hubiera nacido en la Edad Media”, considera Volkow, quien aconseja a todas las jóvenes interesadas en hacer una carrera científica no dudarlo y aventurarse a ello.

“Es una oportunidad extraordinaria, te permite realmente explayar tu curiosidad y tu percepción única del mundo. Yo creo que si volviera a empezar, escogería de nuevo una carrera científica por todo lo que conlleva, por lo fascinante que te hace pensar y por las gentes con que interactúas. Entonces, mi mensaje sería: ¡Atrévete!”.

 

TABLA

Conózcala

Nora D. Volkow

Ciudad de México (1956)

Estudió Medicina en la UNAM

Residencia psiquiátrica en la Universidad de Nueva York

Fue directora de Medicina Nuclear, presidenta del Departamento de Medicina y subdirectora de Ciencias Biológicas, en el Brookhaven National Laboratory del Departamento de Energía en Upton, Nueva York.

Ha publicado más de 800 artículos evaluados por expertos y redactado más de 100 capítulos de libros, manuscritos y artículos.

Fue coeditora de la enciclopedia “Neuroscience for the 21st Century” y editó cuatro libros sobre las imágenes cerebrales en los trastornos mentales y de adicción.

Miembro de la National Academy of Sciences y la Association of American Physicians de EU.

Directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, el cual forma parte de los Institutos Nacionales de la Salud de EU.

 

Reconocimientos

Premio Nathan Davis por servicio gubernamental

Premio Internacional del French Institute of Health and Medical Research por su trabajo pionero en imágenes cerebrales y la ciencia de la adicción

Premio Carnegie de Mind and Brain Sciences de Carnegie Mellon University

Texto y fotos: Agencia Reforma