2 mayo,2022 5:47 am

Las empanadas de mango

Silvestre Pacheco León

 

En una de estas tardes mi amigo Enrique tocó la puerta de mi casa. Cuando salí miré que cargaba una caja bajo el brazo parecida a las de pizzas. Dame un plato grande porque les traigo un regalo, me dijo. Cuando la abrió la vimos colmada de empanadas de hojaldra, olorosas, perfumadas, recién salidas del horno.

Mientras nos daba manos libres para tomar las piezas que quisiéramos nos platicó la historia de las empanadas. Nos dijo que con el antojo de pan llegó a la panadería donde había como promoción empanadas de coco, arroz con leche y camote, preguntando a la dueña cuándo hacía de mango.

–La verdad es que de mango no las hacemos –dijo la dueña disculpándose– porque es mucho trabajo conseguir la fruta, pelar los mangos, batir la pulpa y luego estarla vigilando cuando se cuece. Y, además nadie las pide.

Pensando Enrique en la cantidad de mangos que se pierden en esta temporada, la invitó a que probara hacer las empanadas de mango.

–Qué le parece, yo la proveo de los mangos maduros y sin mayor proceso, corte usted las tajadas de fruta y métalas dentro del pan. Yo le compro la horneada.

Convenido el precio Enrique le llevó una bolsa de mangos ataulfo, maduros y carnosos. La panadera hizo su trabajo y el resultado eran esas empanadas que nos fue a compartir, olorosas y crujientes.

Esa misma tarde las degustamos, y confieso que mientras preparábamos el café ya las habíamos probado y aprobado. De por sí el hojaldre es delicioso, pero degustarlo con el sabor del mango es otra experiencia, y mejor acompañada de una taza de café, con lo cual se vuelven un complemento para presumir de un rico desayuno o merienda muy de la costa, con dos de sus productos regionales más abundantes.

Como de inmediato le notificamos a Enrique nuestra opinión sobre el regalo nos informó que la panadera estaba dispuesta a fabricar cuantas empanadas le pidiéramos si la proveíamos de la fruta.

Desde entonces he considerado esa opción tan elaborada para colaborar en la ampliación de la oferta alimenticia que mi amigo Enrique está promoviendo, agregando a mi relación de amistades y familiares con quienes comparto los mangos que compro o que me regalan, la consideración de llevarlos directamente con la panadera, o cuando menos de proveer con más frecuencia a mi amigo que ya tiene el camino andado con la fabricante de las empanadas.

Esta es la introducción para reconocer la iniciativa del Ecotianguis Zanca que ha decidido dedicar el mes de mayo para festejar a los mangos, y promoveré que en uno de esos días de festejo podamos compartir el manjar horneado con su pulpa de relleno para degustarlo con los productores y clientes de este mercado que sigue siendo referencia en Zihuatanejo para quienes han adquirido la cultura y los beneficios de consumir alimentos naturales y orgánicos.

Aunque la fórmula de agregarle valor a un producto que de por sí ocupa ahora un lugar importante en la economía regional parece sencilla, el chiste es poder escalar a un consumo casi masivo como las empanadas para tener los beneficios económicos que se noten, pienso que no faltará quien pueda almacenar y guardar congelada la pulpa haciéndola disponible en cualquier época del año para que nunca falte ni se esté sujeto a ofrecerla solamente en la temporada actual. Ese es el secreto del desarrollo y así lo está viendo la familia que baja los sábados desde las estribaciones de la sierra Madre del Sur, en la zona cafetalera del municipio de La Unión, para traer hasta Zihuatanejo las guanábanas gigantes, congeladas y hechas pulpa, junto con la raíz de jengibre que la pandemia del coronavirus hizo popular.

Pero sin duda uno de los productores más emocionados por las novedades en torno a los mangos es Juan Treviño de El Coacoyul quien ahora se queja de que los acaparadores de mango propalan el rumor de que el fruto no tiene precio en el mercado para que se abarate la cosecha y los productores les vendan sin mucho regateo.

Juan Treviño, también conocido como La Finta, de quien ya he hablado en el tema de los sembradores de vida, sigue trayendo todos los sábados cajas de mangos al ecotianguis. Creo que nomás lo hace por el gusto de vender, porque casi los regala. En cada compra el pilón es una cantidad igual a la que pagas y eso alegra la vida de los clientes.

Pero como de mangos se trata me veo obligado aquí a rendirle homenaje a mis árboles de mangos que ya no darán más frutos para saciar el hambre, ni sombra para refrescarse y tampoco aire puro para limpiar nuestros pulmones.

En un video hemos visto caer al suelo el enorme tronco del viejo árbol de mangos bajo cuya sombra vivió mi numerosa familia en Quechultenango. Era un mango criollo que creció sin ningún límite y cobijó aves y pájaros. Fue un descuido nuestro, nadie se percató del daño a sus raíces que le provocó la introducción del drenaje hace ya diez años, pero su muerte fue lenta y silenciosa. Sólo su recuerdo perdurará mientras vivamos porque era parte de nosotros. Ahí llegaban los portujueces a cantar avisando que había llegado carta como lo aseguraba mi madre.

Floreaba a finales del año. El olor de sus pequeñas flores entre amarillas y rojas era penetrante y enardecía.

En poco tiempo aparecían sus pequeños frutos, verde su corteza que cubría la tierna pulpa blanca y en el centro albergaba su semilla como un recién nacido en la barriga de su madre.

Cortábamos los primeros racimos verdes que nacían de sus ramas para comerlos con sal, y con ellos, sin mirar el calendario, sabíamos de la proximidad de la Semana Santa porque esos frutos con lo que se confeccionaba el pico de gallo, eran la atracción de los visitantes.

Después, en la madrugada se oían caer como proyectil los primeros mangos maduros desprendidos de los racimos más altos del, árbol chocando con el suelo al caerse. El primero en levantarse corría en busca de los mangos maduros para presumirlos a los demás, si las hormigas o algún otro animal no lo descubría primero.

Cuando la mayoría de los mangos estaban sazones era común escuchar el zumbido de las piedras haciendo estragos contra las ramas para tirar los racimos. Entonces mi madre gritaba amenazante y las bandas de chamacos que los apedreaban sin piedad salían huyendo para esconderse.

Era la época en la que no había dinero, poca gente era la que vendía y la que compraba. Los mangos verdes, pelados con chile y sal casi nadie los ofrecía ni siquiera en el recreo. La gente no compraba fruta, iba al campo o a las huertas y la cortaba.

Había que llevar los mangos a venderlos a la ciudad y eran pocas las personas del pueblo con esa iniciativa, por eso los que tenían árboles de mangos preferían vender su fruto aunque el precio fuera casi regalado.

La situación no ha cambiado mucho para los productores, salvo para quienes aprendieron el negocio y viven de él, pero sin duda hay más empleo, más dinero y más alimento porque también se puede consumir como empanadas. Que vivan los mangos!