3 enero,2020 5:44 am

Las instalaciones literarias de Verónica Gerber Bicecci

Adán Ramírez Serret

Como hace mucho tiempo no sucedía, las protagonistas de la literatura mexicana son mujeres. El abanico de autoras se antoja más rico que nunca. Si se piensa ahora tan sólo en las vivas –por no citar autoras de la talla de Elena Garro, cada vez más joven o Josefina Vicens y Rosario Castellanos, quienes aún laten con la fuerza de la literatura contemporánea–; podemos pensar en Elena Poniatowka, Margo Glantz y la espectacular Amparo Dávila, quienes son parte vital de la literatura actual.

Los nombres y la calidad abundan en todas las generaciones que les siguen, como Rosa Beltrán, Tedi López Mills y ya más cerca, Guadalupe Nettel, hasta llegar a los años 80, década en la cual nacieron escritoras, muy diferentes entre sí pero llenas de talento. Pienso en Fernanda Melchor, quien ha ganado un premio importante en Alemania y es muy leída en Francia y España con varias obras potentes pero en particular Temporada de huracanes. También en la mexicana que radica desde hace mucho en Nuevo York, Valeria Luiselli, finalista de muchos premios importantes y leída por Obama. Y, Verónica Gerber Bicecci (Ciudad de México, 1983), sobre quien ahora me extenderé más.

Hasta ahora ha publicado tres libros, todos ellos en la editorial oaxaqueña Almadía; cada uno en un género diferente pero todos la consolidan como una potente escritora formal que tiene diferentes búsquedas temáticas en cada uno de sus textos pero que todos dialogan entre sí, a partir de la constante ambición de la deconstrucción de la imagen, de la semántica y del lenguaje, por supuesto.

Su primera novela, Conjunto vacío, editada también en Buenos Aires y en Madrid, es una novela sobre la pérdida, sobre la desaparición momentánea, física e intelectual, de la madre de la narradora. Contada con un lenguaje preciso que funciona en tándem con figuras lúdicas geométricas, es una novela novedosa que tiene la virtud de contar una historia sencilla.

Mudanzas,es un ensayo en donde aparece más la artista visual que juega con los significados y que estudia el arte contemporáneo. Pasa por artistas vanguardistas del siglo XX como Vito Acconci, Ulises Carrión, Sophie Calle, Marcel Broodthaers y Öyvind Fahlström. El título es preciso, pues es la mudanza de una artista visual hacia la literatura.

Y, finalmente, en el año recién finalizado, 2019, Gerber fue considerada como la autora del año por varias revistas con la publicación de La compañía; obra que es descrita en la cuarta de forros como fotonovela, crónica polifónica, (sí, es todo eso);un brillante cuento que es reescritura, homenaje a Amparo Dávila de su brillantísimo relato El huésped y denuncia social a una mina en Zacatecas que dialoga con la obra del artista Manuel Felguérez.

Sin embargo, lo que el lector tiene en las manos cuando se acerca a este texto. Es un pequeño libro negro en donde se cuenta en la primera parte la historia de la mina La compañía. Es un ente maligno pero inaprensible. El relato, en las páginas negras rugosas que describen la oscuridad, está cubierto por ilustraciones, dibujos, fotografías borrosas o trazos técnicos de la mina que van describiendo aquello que se sugiere en el relato.

En la segunda parte aparece en el mismo contexto de dibujos e imágenes, una historia del mercurio como elemento. A través del lenguaje técnico Verónica Gerber cuenta un relato de terror sobre la extracción de este material.

Se podría pensar que Verónica Gerber es más que una escritora, que es una artista. Pero me parece que toda autora que se jacte de ser llamada como tal; debe trascender el lenguaje para crear artefactos, instalaciones que en un extraño y preciso equilibrio crean el ente extraño que debe ser la literatura.

(Verónica Gerber Bicecci, La compañía, Ciudad de Oaxaca, Almadía, 2019. 199 páginas).