30 junio,2020 5:18 am

Libertad de pensamiento

Florencio Salazar Adame

 

Los hombres no saben lo que están haciendo respecto a los otros, que pueden querer el bien y hacer el mal.

Hannah Arent

Todos tenemos derecho a pensar, decir y decidir. Conectar el pensamiento con la palabra tiene el propósito de hacer. Por simples o ramplonas que sean o parezcan así se producen las ideas y el propósito de las ideas es conducir a la acción.

Los filósofos han dicho que el ser humano es el único que actúa, desea y promete (Nietzsche, Arendt). Los seres irracionales solo tienen hábitos, el ser humano, además, historia. La capacidad de discernir hace al ser humano diferente: analiza su pasado, su transitoria circunstancia y presupone el futuro. Su pensamiento se mueve en el tiempo y va dejando huella a través de la palabra. La racionalidad humana también es su irracionalidad, piensa y puede ser brutal.

Los hombres primitivos al agregar al instinto conocimiento sintieron la necesidad de expresarse. Y esa necesidad –el pensamiento– fue lo que condujo a la palabra. La palabra como la expresión comunicadora a través de señas, gestos, signos, sonidos guturales, dibujos y grabados. Primero fue el pensamiento y luego la palabra.

La racionalidad de la palabra ya es distinta a la guturalidad o al grafo primitivo. Del grupo trashumante al asentamiento humano, de la cacería a la agricultura, se desarrolló el proceso civilizador. La palabra se convirtió en la herramienta fundamental del gregarismo, en el más fuerte vínculo de la convivencia. Las ideas expresadas van formando reglas y códigos conductores de la civilización.

El ser humano primitivo era débil. La necesidad de la convivencia para la mutua protección hizo posible la voluntad para establecer normas. El querer hacer se limita a sí mismo al establecer los cánones del deseo. Satisfecha la necesidad, el deseo se vuelve necesidad. El deseo sin la voluntad limitada (sea ética o moral) atenta contra la convivencia. Convivir es vivir con; ello implica la habitación civilizada y el refinamiento de la cultura.

La civilización se perfecciona en la cultura y este estatus superior del conocimiento favorece la conectividad circular que, por efecto de la propagación de ondas, lo convierte en el continente de la armonía vital. Por eso el ser humano promete y acepta promesas. Por promesas el individuo se volvió un ser colectivo y dio paso al pacto social. Es decir, otorgar voluntades a cambio de la promesa de garantizar su seguridad. Con el desarrollo social se incrementaron las promesas, pero también las exigencias (democracia, igualdad, justicia, rendición de cuentas).

El gregarismo es virtuoso cuando es civilizado, pues sólo en esas condiciones existe la armonía vital. Los individuos siendo distintos pero similares nos proponemos alcanzar el bien común, en el cual la pluralidad de ideas en vez de desagregar fortalece la comunidad con la inclusión. Pero el ser humano mantiene sus genes primitivos y cuando estos se manifiestan amenaza la utopía con realidades amargas: purificar la raza, se propusieron los nazis; el fascismo de Mussolini; ¡Muera la inteligencia! gritaron los franquistas; La Gran Purga de Stalin; la Revolución Cultural de Mao… Causas para formar la comunidad subordinada al pensamiento lateral (pues el pensamiento único es utópico; la libertad de pensamientos subyace aunque no siempre se pueda manifestar).

La dignidad del ser humano radica en el ejercicio de su derecho al disfrute de la libertad. La libertad no es el corcel desbocado del deseo convertido en voluntarismo. La libertad es la responsabilidad del individuo hacia el otro. Esa responsabilidad conduce hacia la igualdad ante la ley, en donde la voluntad y el deseo están sometidos por el pacto de la palabra.

Pensamiento, palabra, comunicación, comunidad, civilización y cultura es un orden planetario en el cual cuando alguno de sus componentes se desordena, la ruptura del proceso del perfeccionamiento humano provoca crisis o caos. Es el momento propicio de los sofistas y demagogos para ofrecer la esperanza como esplendor de la promesa.

El ser humano sufre, se angustia y siente temor; cuando lo asalta este conjunto de desequilibrios emocionales se vuelve vulnerable. Su pensamiento ya no piensa y su palabra ya no expresa. La razón puede ser suplida por el fanatismo, que enferma al razonamiento diluyendo el pensamiento lógico y crítico. Es entonces cuando el ser humano, diverso y plural, apaga su voz interior para convertirse en el uniforme del Big Brother.

El ser humano se mide por escalas. El desarrollo social, la geografía, la dimensión tecnológica. En El otoño del patriarca Gabriel García Márquez refiere a dictadores depuestos, exiliados en un palacio degradado en espera de recuperar el poder. En ese su palacio las vacas suben cagándose en las escaleras de mármol.

Mientras el hombre piense y hable con racionalidad podrá seguir y mantenerse a salvo.