19 agosto,2021 5:19 am

Los 500 años. Hernán Cortés en Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

 

Yo pago

Hernán Cortés permanece dos años en España defendiendo sus intereses y exigiendo a la Corona el premio merecido por la Conquista. El recién nombrado marqués del Valle de Oaxaca está persuadido de una cosa, de que solo costeando él mismo las expediciones en el Mar del Sur podrá hacerse de fortuna, fama y poder. Firma por ello un convenio con la Corona española en ese sentido, con la prohibición expresa de no acercarse a la Ruta de las Especias.

La Desgracia

–¡Coñetas, pero que desgracia más grande ¡ –lamenta Hernán Cortés cuando es avisado del incendio ocurrido en un pequeño astillero localizado en la bahía de Acapulco. Siniestro en el que muere su constructor Juan Rodríguez Villafuerte y provoca la destrucción de dos embarcaciones casi terminadas. Conociendo lo cuidadoso de Rodríguez para su trabajo, el marqués del Valle rechaza que el siniestro haya sido accidental. Sospecha que están metidas las manos siniestras de la Audiencia Gobernadora, opositora tenaz a su proyectada exploración del Mar del Sur. Corre el mes de octubre de 1524.

–¡Voto a Belcebú! –estalla el gran capitán. ¡Caro habrán de pagar estos follones si confirmo mis sospechas!

El astillero de Cortés se localizaba en la desembocadura del río El Camarón, mismo del que habían salido los dos bejeles usados por Diego Hurtado de Mendoza en su viaje sin retorno. De acuerdo con versiones locales el sitio de la tragedia será conocido como playa de La Desgracia, nombre que perderá cuando la Junta Federal de Mejoras Materiales bautice las playas del puerto con nombre florales. Clavelitos y Tulipanes, entre ellos.

–¡Esto último sí que fue una auténtica desgracia! –comentará en su momento el cronista Rubén H. Luz Castillo, relator del suceso.

Acapulco, base

El visionario y ambicioso conquistador escoge al puerto de Acapulco como base permanente para la exploración de nuevas rutas en el Mar del Sur, como se conocía entonces el Océano Pacífico. Sin embargo, una primera la ordena a partir de Zihuatanejo (1528), encabezada por su su primo Álvaro Saavedra Cerón, quien regresará con las manos vacías. Será esta una primera exploración pagada íntegramente por Cortés.

Caminito

Para evitar seguir el cauce del río Balsas hasta Zacatula, de donde se transportaban mercaderías al puerto, don Hernando decide abrir un camino hacia Acapulco. La empresa fue gigantesca pues tuvo que vencer ríos, selvas y montañas, además de resultar muy costosa . La ruta se concluirá en 1531 y será ampliada diez años más tarde por el virrey Antonio de Mendoza.

Parentela

Diego Hurtado de Mendoza encabeza una primera expedición por el Mar del Sur al mando de dos bejeles –San Marcos y San Miguel– construidos en Acapulco, pilotado el segundo por Melchor Fernández (1532). El también primo del conquistador descubre a bordo del San Marcos las islas Marías y explora las costas de Guerrero, Michoacán, Jalisco y Colima. Luego desaparece sin dejar ningún rastro. El otro bejel, San Miguel, será confiscado por el gobernador de Nueva Galicia, Nuño Beltrán de Guzmán, enemigo acérrimo de Cortés.

Pizarro en problemas

Hernán Cortes recibe en Acapulco la información sobre la toma de posesión de don Antonio de Mendoza como virrey de la Nueva España. Recibe, también, noticias sobre Francisco Pizarro, adelantado de Guatemala, en peligro inminente de ser diezmado en Lima. Cortés ordena de inmediato la salida de dos naves en su auxilio, una al mando de Hernando de Grijalva y la otra de Fernando de Alvarado. Llevan 70 hombres, 17 caballos, 11 piezas de artillería, ballestas y arcabuces, además de ropa y vituallas. Cuentas que, por cierto, no podrá cobrar el gran capitán.

California península, no isla.

 Las naves Concepción, al mando de Diego de Becerra, primo de Cortés, y San Lázaro, de Hernando de Grijalva, navegan en el Mar del Sur en busca de nuevos territorios y sus riquezas, ahora en el norte. Un temporal separa a las dos embarcaciones. Grijalva sigue su ruta en tanto que Becerra se verá en conflictos insuperables. Su tripulación se amotina acusándolo de “malgeniudo” y soberbio “nomás por ser pariente del Cortés”. Fortún Jiménez, piloto de la nao, apoya a los amotinados y no solo eso: él mismo asesina al capitán Becerra mientras duerme. Luego ordena el desembarco para encontrarse con la novedad de que aquellas tierras no constituyen una isla, como ellos pensaban, sino una península, más tarde Baja California, cuyos habitantes andaban semidesnudos.

Enloquecida, la tripulación se dedicará a abusar de las mujeres y a dar cuenta de las perlas que los nativos extraían de los moluscos. La ira de los nativos no se hará esperar dando muerte a Fortún Jiménez y a varios de sus hombres. Los sobrevivientes lograrán abordar la Concepción para navegar hasta las costas de Jalisco, donde la gente de Nuño de Guzmán los apresarán para quedarse con la nave.

Comercio con Perú

En Acapulco, Hernán Cortés decide comerciar con Perú para rehacerse económicamente, pagar sus muchas deudas y continuar explorando el Mar del Sur. Para su primer envío utiliza dos embarcaciones recién salidas del astillero, consistente en 60 caballos ensillados, bastimentos, pertrechos militares y otras mercaderías.

El norte, la ruta

Cortés no se arredra ante sus fracasos y así el 8 de julio de 1539 despide de Acapulco a los navíos Santa Águeda, Trinidad y Santo Tomás. Van al mando del capitán Francisco de Ulloa, en pos de nuevos descubrimientos. De Ulloa ya había acompañado al conquistador en un viaje anterior, cuando el propio Cortés trató de establecer una colonia llamada de la Santa Cruz (La Paz) .

Obligados a abandonar el Santo Tomás, a la cerca de las islas Marías, la expedición continúa en los navíos restantes. Francisco de Ulloa descubre más tarde la desembocadura del actual río Colorado llamándola Ancón de San Andrés y toma posesión de la Mar Bermeja (golfo de California), llamado así por la coloración rojiza de sus aguas. La nave Trinidad de Ulloa desaparecerá con su tripulación en 1540.

El Marqués

Antes de viajar a Cuernavaca, el gran capitán establece un asentamiento humano en la bahía de sus dominios como marqués del Valle de Oaxaca, o sea, el Puerto del Marqués. Lo forman 300 soldados y 37 mujeres, pero tendrán barreras insuperables para la obtención de medios de subsistencia y pronto desaparecerá.

Hernán Cortés regresa a España en 1540 y allá muere en 1547.

Primeros pobladores

 Acapulco es habitado por españoles luego de 31 años de haber llegado a México. Don Fernando de Santa Anna encabeza a un grupo de 30 familias y él mismo construye su propia casa.

Según Humboldt, la distancia entre Acapulco y la Ciudad de México era de 87 leguas; 100 para don Manuel de Oronoz y 80 según el Diccionario Geográfico, a los 17 grados al norte.

Algunos de los apellidos de los recién llegados fueron: Martínez, Chávez, Baquero, Solís, Romero, Guinto, Llorente, Gómez, Herrera, Torres, De Estrada, Pérez, Miranda, Guillén, Blanco, Riva, Pino, De Iralia y Barrera.

Primer alcalde

Antonio de Mendoza, virrey de la Nueva España, nombra a Pedro Pacheco como alcalde de Acapulco el 12 de marzo de 1550, con la obligatoriedad de radicar en el puerto no obstante a su ambiente insano. También ostentará el nombramiento de corregidor de Suintla y Suchitepeque, con un sobresueldo de 100 pesos de oro común al año.

Mismo año en el que el propio virrey De Mendoza nombra a don Juan Castro Verde “portador de la Vara de la Justicia” , encargado de ejecutar todos los mandamientos del alcalde mayor. Ganará también 100 pesos oro al año.

Primer párroco

Un año más tarde, serán nombrado el primer párroco de Acapulco, recayendo el cargo en el bachiller Francisco Dorantes.

La Sabana

Corre el año de 1669 cuando el señor Guillermo de Albornoz comienza la explotación de un rancho agrícola en el paraje conocido como La Sabana, a poco más de dos leguas del puerto. Su personal serán 10 indios esclavos.

Manila- Acapulco

 Habiendo salido de Manila, Filipinas, el 28 de julio de 1578 la nao San Juan Bautista, llega a Acapulco el 27 de diciembre del mismo año, quedando así inaugurada la ruta comercial de dos siglos y medio.

 

Todos los habitantes del puerto, encabezados por sus autoridades, dieron una jubilosa bienvenida a la nave.

Memoria de Acapulco, Faustino Liquidano Doria y Eleuteria Liquidano Dimayuga, 1994.