30 septiembre,2017 8:01 am

Los jóvenes de México “tenemos una obligación” para reconstruirlo: estudiante

 

Acuden brigadistas de la UNAM a lugares de Xochimilco en donde no hay cámaras de televisión con transmisiones en vivo, pero sí mucha necesidad de ayuda

Texto y foto: Andro Aguilar / Agencia Reforma

Ciudad de México. Jenifer Jazmín Basurto supo por Facebook que San Gregorio Atlapulco, uno de los pueblos originarios de la delegación Xochimilco, requería ayuda; también, que la UNAM pedía relevos para los brigadistas que laboraron en las zonas afectadas por el sismo.

La joven, con 19 años de edad, alumna del tercer semestre de la Facultad de Derecho, fue una de las encargadas de organizar la lista de más de 240 voluntarios que irían al sur de la ciudad para atender un sitio que pocos de ellos habían visitado en su vida.

Ninguno de los tripulantes de la pick up roja que llevaba herramientas y víveres hacia esa zona había nacido cuando la capital fue sacudida por el sismo de 1985.

La docena de jóvenes que salió en esa camioneta desde el estacionamiento del Estadio Olímpico Universitario tiene su propio 19 de septiembre.

La respuesta al terremoto que ha dejado más de 270 muertos en seis entidades del país ha sido enfrentada, además de palas y picos, con otras herramientas propias de esta generación, cuya principal fuente de información fue su smartphone.

Cada uno iba por sus propias razones. Jenifer, que usa una mochila de flores rosas y deja ver sus brackets al sonreír, explica las suyas como una obviedad, un deber:

“Estudiamos en la gran casa de estudios, en la universidad de la Nación. Tenemos que representarla. Tenemos que devolverles todo lo que nos ha dado nuestra hermosa Universidad”.

“Los Ramones”

Después de las dos camionetas pick up que partieron desde Ciudad Universitaria la mañana del 20 de septiembre rumbo a Xochimilco, aún quedaban más de 200 personas en la fila, en su mayoría estudiantes y egresados que respondieron al llamado de la Universidad para integrar brigadas de relevo.

A la cita acudieron Erick Adrián Paz González, un comunicólogo de 24 años de edad; su hermano Luis Roberto, ingeniero de 23 años, y su mamá, Ericka González.

La familia solicitó apoyo a los representantes de la Universidad para transportarse hacia Xochimilco.

La escuela oficializó la brigada como emisarios de la UNAM. Les dio palas, picos, cascos, cubrebocas y víveres. Les proporcionó un Pumabús que en días normales sólo circula dentro de los circuitos universitarios.
Éricka –coordinadora de proyectos educativos en una asociación civil– consiguió otro autobús particular que llevaría a un segundo contingente de 76 voluntarios a San Gregorio.

Erick Adrián dice que su madre los ha inspirado a él y a su hermano en participar en actividades comunitarias.
“Desde mis abuelos siempre hemos tenido la costumbre de tratar de ayudar en lo que se pueda”, explica.
En el primer autobús se trasladaron los estudiantes o egresados de medicina o enfermería.
Entre las tripulantes del segundo autobús, la única con conocimientos médicos era una violinista de 19 años, Alondra Montes de Oca, voluntaria de la Cruz Roja Mexicana.
A los pocos minutos de trayecto, la también integrante de un grupo de pentatlón interrumpió las conversaciones de los pasajeros para darles un curso exprés de primeros auxilios.
La primera indicación, no olvidar una frase: “primero estoy yo, segundo yo, tercero yo. Si no me cuido, no puedo ayudar a los demás”, explicó.
Después, habló de qué hacer con cada distinto tipo de hemorragia y qué no hacer si llegan a encontrarse con una fractura.
La mayoría de los jóvenes llegaron a CU en pequeños grupos de tres o cuatro personas. Otros no conocían a nadie.
Todos juntos se convirtieron en la Brigada UNAM Ramón, en honor al conductor del autobús.
No hicieron caso de la propuesta que un entusiasta de lentes y cabello a rape lanzó desde la última hilera de asientos: “¡Mejor Los Ramones, banda!”.

Llamado de auxilio

La llamada de emergencia de San Gregorio Atlapulco causó que, después de haber sido ignorado por autoridades, medios de comunicación y voluntarios, el pueblo sufriera una transformación y albergara a miles de brigadistas.

Las banquetas y muros dañados fueron notorios conforme el autobús se acercó al pueblo, que es conocido entre comunidades vecinas por la generosidad de sus grandes fiestas, y que ahora quedó marcado por la huella del sismo.

Hasta el jueves pasado fueron contabilizados de manera oficial seis decesos y 15 lesionados.

La cúpula de la iglesia y una barda perimetral se derrumbaron.

La tienda Neto, la más grande del lugar, también colapsó.

Cayeron cerca de 50 bardas y unas 150 viviendas tuvieron daños estructurales.

Liz, una vecina de Santa María Nativitas que tiene familiares en el pueblo, se sorprendió al acudir al lugar y no poder encontrar el callejón donde vive una de sus tías.

Al llegar a San Gregorio, los jóvenes de la Brigada UNAM Ramón entregaron los víveres en el centro de acopio y se trasladaron al barrio La Conchita, donde hasta ese día no había llegado ninguna ayuda.

Entre chinampas

La entrada al barrio La Conchita es un angosto puente peatonal.

Las viviendas están intercaladas por chinampas en las que los pobladores siembran lechugas, verdolagas, rábanos y maíz de temporal.

La Brigada UNAM Ramón se unió con sus compañeros que habían arribado minutos antes desde CU en el otro autobús y otros voluntarios externos que acudieron al llamado, como Maximiliano García, comunicólogo de 21 años de edad, quien llegó conduciendo un automóvil con otros cinco amigos a bordo.

–Somos de la zona de Perisur. Nos enteramos por la radio y llegamos –dice el joven mientras recibe en una cadena humana un pedazo de madera de una vivienda recién derruida.

Maximiliano es uno de los mayores del grupo, cuyas edades oscilan entre los 18 y 21 años. Dice que nunca está de más ayudar.

“No puedo estar en mi casa bien, sabiendo que mucha gente está sufriendo. Eso me mueve a hacer algo”.
El voluntario sabe que este episodio es algo extraordinario en su vida y en la sociedad mexicana, que califica como bipolar y extremista.

“Podemos estar todos unidos en momentos como estos o podemos estar separados por distintas razones o tonterías. Quizá deberíamos unirnos siempre, ¿no?”.

A unos metros de Maximiliano, el profesor jubilado Gustavo Alvarado, de 65 años de edad, observa cómo una treintena de desconocidos le ayuda a desarmar la vivienda que construyó con sus propias manos y que el sismo dejó inhabitable.

–¿Dónde quiere que se ponga el cascajo? –le pregunta un estudiante de sicología.
–Ahí atrás. Nomás dejando la vereda libre.

“Lo que es el valor de la juventud, ¿verdad? México es importante… El gobierno no se va a dar abasto con lo que pasó. Aquél promete pero no cumple, además ya se va”, dice el poblador.

“Empoderamiento femenino”

En un patio de tierra, afuera de una casa de dos habitaciones cuyas cuarteaduras la dejaron inservible, el matrimonio de Gabina Portillo y René López Robledo esperan a que dos amigos de la Preparatoria 3, ahora alumnos de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, derrumben las agrietadas paredes azules.

Los esposos esperan recargados en una mesa con pertenencias envueltas en nudos de sábanas y dos figuras de San Judas Tadeo de distinto tamaño.

Gabina Portillo habla poco. Cuando comienza a hacerlo la voz se le empieza a quebrar, pero alcanza a decir: “a empezar de nuevo”.

Su esposo, vendedor de tacos de canasta y bolero, hace cuentas y dice que va a ser un poco tardado reponerse.
La familia pernoctó al aire libre después del sismo. No han decidido si se van a vivir temporalmente con una hermana de Gabina. Se alegran un poco cuando cuatro integrantes del comité de la feria llegan hasta su casa y les avisan que los van a apoyar con recursos, “aunque sea poco”, les advierten.

Ayudados con una barreta, los universitarios y un profesor de arquitectura que llegó a la zona por su cuenta derrumban un muro lateral y una trabe, y quitan el techo de láminas de asbesto.

Cuando una columna les complica la labor, piden ayuda a tres universitarias del grupo.

Juntos, tiran desde una cuerda de forma intermitente hasta hacerla caer.

“¡Ahí viene, ahí viene, ahí viene! ¡Una, dos, tres!”, dicen al unísono y la derrumban.

“¡Bien!”, festeja el profesor de arquitectura.

“Empoderamiento femenino”, dice una de las jóvenes sonriendo.

En un predio cercano, alrededor de 10 voluntarios ayudan a limpiar ladrillos de una vivienda ya derrumbada, para que puedan reusarse.

Un desconocido que pasa por el lugar les ofrece un cincel. Y le deja su número telefónico a uno de ellos, Luis Ontiveros, para que acuerden cuándo se lo regresan.

Ontiveros dice, para inyectar confianza, que un día antes otras personas en la colonia Roma también le dejaron herramienta y que se las devolverá después.

El joven tiene 22 años de edad y una abultada barba rojiza.

Comenta que vive en los alrededores de la carretera Picacho Ajusco, cerca de un famoso parque de diversiones. Presume haber ayudado en cinco derrumbes el día anterior y dedicarse a animar fiestas y antros como DJ.
–¿Por qué vale la pena ayudar a gente que no conoces? –se le cuestiona y él se pone un poco serio.
“Porque todos nacimos de una persona. Todos venimos del mismo lugar. Todos somos hermanos. Qué mejor que ayudar a la gente que lo necesita. Qué mejor ayudar para que te puedan ayudar sin esperarlo”.

“Mire cómo ayudan”

La Brigada UNAM Ramón es sólo un grupo en medio de la multitud que acudió al apoyo de San Gregorio desde el 20 de septiembre. A dos cuadras del centro del pueblo, los brigadistas provenientes de buena parte de la capital inundan la calle.
“¡Víveres a la derecha! Salida hacia la izquierda!”, grita un voluntario para tratar de que la circulación peatonal fluya.
Una veintena de jóvenes rodean un monte de cascajo que varias carretillas van alimentando y luego son regresadas vacías entre dos cadenas humanas, una que saca cubetas con cascajo y otra que regresa los recipientes vacíos.
Los ciclistas que llegaron a auxiliar se distinguen por sus cascos.

Mientras los voluntarios laboran, la dueña del predio, Leticia Gómez Castillo, de 47 años, explica que el sismo la sorprendió peinando a su nieta. Cuando su cuarto se derrumbó las dos fueron liberadas por su esposo.

La sorprende que para ayudar a derrumbar su vivienda dañada y sacar el cascajo participaron decenas de extraños.
“A veces nos dicen que apoyemos y no lo hacemos. Y hoy uno queda asombrado del apoyo que viene de tantos lados. Estos jóvenes son desconocidos y mire cómo ayudan”.

Los brigadistas terminan y se retiran con un aplauso.

“¡Fuerza, México”, grita un joven con su pala en la mano derecha y el puño izquierdo en alto.