15 noviembre,2022 5:11 am

Los sentidos, antes y después

Abelardo Martín M.

 

En la política como en la vida el papel de los sentidos, su agudeza y atención, son determinantes tanto para quienes ejercen esta actividad, como quienes la siguen o analizan. Se dice que un auténtico animal político es, necesariamente, quien tiene avivados y atentos los sentidos, de la vista, el oído, el tacto, sobre todo el olfato y también el gusto para soportar platillos o situaciones frecuentemente desagradables.

Del presidente Andrés Manuel López Obrador se afirma que es un genuino político, cuyos sentidos, pero sobre todo su experiencia “en tierra”, lo convierten en un personaje por encima de varios de sus predecesores que alcanzaron la presidencia de la república por su trabajo palaciego y administrativo en el gobierno federal.

La marcha que provocó el anuncio de una reforma política, cuya atención más visible se centra en la transformación del Instituto Nacional Electoral, en muchas ciudades del territorio nacional sorprendió a los gobiernos y hasta a sus propios promotores, quienes en el caso de la Ciudad de México prefirieron ocupar el monumento a la Revolución y no el Zócalo ante el temor de que no se llenara el espacio.

El país vive momentos de definición, sin duda alguna, que ocurren en medio de un proceso de transformación que preocupa a quienes perdieron privilegios o prebendas, pero que alienta la esperanza de muchos otros que esperan que los cambios en las políticas públicas abran nuevas oportunidades para la mayoría.

La clase gobernante, no sólo quienes participan en actividades políticas, sino sobre todo quienes ejercen actividades de gobierno, necesitan aguzar sobre todo el sentido del olfato, para percibir la magnitud del descontento, el desacuerdo o la crítica activa, de cara a las elecciones que tendrán lugar en los estados de México y Coahuila, el próximo año, y las que se efectuarán en 2024 por la presidencia de la república, los congresos y un alto número de cargos de elección popular.

La marcha por la defensa del INE puede ser “un antes y un después” de la vida política y social en el país, toda vez que está en juego la restructuración de esa institución a todas luces onerosa y desproporcionada, pero vital en la percepción de confianza y credibilidad en la democracia, por parte de un sector relevante de la sociedad, independientemente de los niveles socioeconómicos personales.

El país está urgido de la depuración de sus instituciones y romper los privilegios y cotos de poder concentrados sólo en los partidos políticos, a través del propio INE, y transitar al reordenamiento que va más allá de los procesos electorales y, en última instancia, en la formación de ciudadanía capaz de ejercer sus derechos y obligaciones a cabalidad.

Las elecciones frecuentemente sorprenden y no obstante mediciones “científicas” o ambiciosas y costosas estrategias de mercadotecnia política sus resultados, con frecuencia, no corresponden a las previsiones o predicciones, lo que pone en riesgo la calidad de las empresas encuestadoras.

Así ocurrió en Estados Unidos, cuando la semana pasada tuvieron lugar los comicios intermedios, con los que se renovará la totalidad de la Cámara de Representantes y una porción del Senado norteamericano.

La expectativa previa era de un deterioro de la imagen del Presidente Joe Biden y de los candidatos del Partido Demócrata, por lo que se advertía del inminente retroceso que los llevaría a perder el control del Senado y a fortalecer la mayoría republicana en la Cámara Baja.

No ocurrió ni lo uno ni lo otro. La llamada “ola roja”, para referirse a la supuesta avalancha de triunfos republicanos no se produjo.

Tampoco están claros los resultados finales a su último detalle, pues el sistema estadunidense de conteo de los votos, tradicionalmente lento, se ha vuelto aún más luego de controles y recursos impuestos en los últimos años, cuando con el ascenso del trumpismo, por primera vez en ese país se introdujo y difundió la sospecha de fraudes y manipulación de los sufragios.

Lo que sí se sabe es que, en el Senado, compuesto de cien escaños, los demócratas han asegurado cincuenta, y una senaduría en Georgia está en disputa cerrada que se definirá en una segunda vuelta a principios de diciembre.

En la Cámara de Representantes, al momento de escribir estas líneas faltan por definir una veintena de curules, pero ahí tampoco hubo “ola roja”, la composición se espera muy equilibrada e incluso la lideresa demócrata Nancy Pelosi habla de una posible victoria de su partido.

Con ello, la figura del expresidente Donald Trump, que esperaba resurgir montado en la mencionada ola, ahora parece bastante disminuida. Y aunque se especula que este martes el magnate anunciará su intención de competir de nuevo por la Presidencia de su nación, lo hará en condiciones mucho menos favorables de las que esperaba en la víspera.

Lo cierto es que, aunque el extremismo no ha desaparecido en el vecino país y estará presente por mucho tiempo, no alcanzó, ni previsiblemente lo hará en el futuro cercano, la fuerza que necesita para hacerse nuevamente del poder. Los ciudadanos han apostado de manera sensata por el equilibrio y la mesura.

Mientras ello ocurre al norte, en México los partidos, las figuras políticas y los ciudadanos de a pie, se preparan para la próxima elección presidencial, que tendrá lugar al mediar 2024.

El momento parece lejano, pero en realidad, luego de que el juego preelectoral se ha adelantado desde la Presidencia misma, todo lo que se hace y se deja de hacer se ubica en el contexto de la sucesión.

En el partido en el poder, las luchas internas ya no sólo no se ocultan, sino que las recriminaciones y ataques aumentan su tono y su fragor. Quien sabe cómo van a llegar a la elección, pero unidos no será.

Mientras tanto, la oposición batalla para encontrarse a sí misma. Aquí el reto para sobrevivir es precisamente llegar aliados, la única manera de constituir una alternativa, pues de otra manera serán barridos por una fuerza que por la mera inercia tiene las mayores probabilidades de refrendar su triunfo.

En ese contexto, lo más llamativo del fin de semana fue la manifestación multitudinaria en defensa del Instituto Nacional Electoral y en rechazo del proyecto de reforma política impulsada por el Presidente de la República, la cual fue replicada en más de treinta ciudades del territorio nacional. En Guerrero, medio millar de ciudadanos marcharon por la Costera de Acapulco hasta la Diana, con este motivo.

La convocatoria fue descalificada reiteradamente desde Palacio Nacional durante la semana previa, pero por lo que se vio se logró el efecto contrario, pues se le otorgó una difusión nacional gratuita que la oposición aprovechó y capitalizó.

En las próximas semanas y meses, las fuerzas políticas deberán dilucidar el futuro y la pertinencia de la reforma política propuesta, y definir si es posible construir acuerdos para un mejor sistema electoral y de representación legislativa, o si simplemente las cosas se quedan como están, con todos los defectos y las virtudes que de pronto un sector de la ciudadanía le ha encontrado al actual sistema.

O sea, los sentidos juegan el papel más relevante para que la estridencia mediática no impida ver, sentir, oler y tocar para, al final, consolidar la democracia y, lo más importante, la gobernabilidad o gobernanza y la justicia social.