19 febrero,2019 5:34 am

Los sobrevivientes de Ayotzinapa (2): Édgar Andrés Vargas

Ruta de Fuga 
Tryno Maldonado
 
Tengo veinticuatro años. Soy de la comunidad de San Francisco del Mar, en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. Soy sobreviviente de los sucesos de Iguala.
Los sucesos siempre te marcan la vida. Uno siempre trata de rescatar lo bueno. Por lo que más estoy agradecido con Dios, es que me haya permitido tener una segunda oportunidad. Desde los sucesos de Iguala, ha habido problemas con mis hermanos, con mis papás, pero creo que eso es parte de la vida. No sé, yo ahorita, después de eso, trato de reconstruir mi vida. Siempre estoy, en la medida de lo que yo puedo, apoyando al movimiento. Son dos contextos diferentes: están los papás que perdieron a sus hijos y luego estoy yo, por ejemplo, que la he pasado en hospitales desde hace cuatro años. O la familia de Aldo Gutiérrez Solano, que sigue en coma. Esa circunstancia limitó mi cercanía con las familias de los desaparecidos, pero ahorita trato de tener una buena relación con ellos.
Cuando entré a la normal yo no tenía conocimiento. Un tío lejano de mi primo había estudiado ahí. Él le recomendó que fuera a la normal. La única escuela que conocíamos era la de Tenería, en el Estado de México. Fuimos a sacar la ficha. Sí, está lejos. Tuvimos que atravesar todo Oaxaca. No conocíamos. Mi mamá fue la que convenció a mi papá de dejarme ir hasta allá.
La semana de prueba fue difícil, la verdad. No quería desertar por una parte de orgullo. Era complicado. Pero ahí empieza a cambiar la mentalidad de una persona. Uno empieza a valorar muchas cosas. Cuando mi mamá me vio volver ya no quería que me regresara a la normal. Estuve nada más dos años. Y unos meses. Había entrado a tercero. Íbamos a tener algunas prácticas. Ya no me acuerdo mucho… Hasta los sucesos de Iguala.
Mi mamá se enferma cada día más. Mi papá también. Yo creo que es parte del suceso. La familia se desintegra cada día más. Por lo que pasó. Desde un principio mis papás se tuvieron que venir (a la Ciudad de México) conmigo para que me atendieran. Pero ahora estoy yo solo con mi hermano.
En la cuestión médica todo empezó en el Hospital General de Iguala. Ahí estuve en terapia intensiva. No sé qué hicieron pero ahí estuve. De ahí me querían trasladar acá, a la capital. Yo le calculo que fueron como 15 días. Decía el médico que no me podían trasladar porque el cerebro estaba muy inflamado. En cuanto llegamos acá me vio el cirujano. Me descubrió la boca. Me dijo cómo iba a ser el proceso. Me iban a sacar un hueso de otra parte para reconstruir ahí, en la cara. Iba a ser tardado, me dijo. Iba a ser muy complicado. Me internaron. En la primera cirugía me sacaron el hueso de la pierna. Del peroné. Después de cada cirugía, dependiendo de cómo fuera el resultado, me decía qué proseguía. Y así, pues.
Con el peroné rehicieron todo esto, y esperaron a que se desinflamara. Después me quitaron una parte de piel del antebrazo y la pusieron acá, en la boca. Después me quitaron este pedacito, le decían “mucosa”, del cachete, como para simular el labio. Y de ahí ya fue lo otro. Intervenciones más pequeñas. Lo de la prótesis. De los dientes. De ahí me pasaron con otro médico. Primero me pusieron unos implantes. Esperaron como casi un año con los implantes para que se adaptaran con el hueso que me habían puesto. Esperaron porque decían que era la primera vez que hacían eso y querían ver si se podía o no. A partir de ahí empezaron a sacar impresiones para las prótesis de los dientes. Me pusieron más fierritos, que no se cómo se llaman. Y al final la prótesis. Fue la parte más relevante médicamente hablando. Casi los cuatro años. Hasta ahorita. Tengo que estar yendo al médico.
Desde el principio pensaba que iba a ser algo rápido. En Iguala la enfermera me decía que iba a quedar bien, que iba a tardar un poquito. Pero ese “va tardar un poquito” yo lo consideraba uno, dos años. Pensaba que en dos años podía entrar a la escuela, a trabajar… Y no. Ha pasado mucho más tiempo. Creo que ya estoy acostumbrado a mi vida.
En un principio me ponía triste. Ya después que me volvieron a poner los dientes tenía más libertad de salir, de comer. Como tenía la sonda en la barriga, igual no podía salir. Duré como tres años con la sonda. No podía comer por la boca. Cuando me pusieron la prótesis tenía temor de volver a la escuela, de que hubiera algún rechazo.
Los militares llegaron esa noche. Nos andaban regañando. Que nosotros teníamos la culpa, que nuestros compañeros se habían muerto por nuestras culpa. En vez de sentir su ayuda, pues no…
Nos fuimos a la clínica que estaba por ahí. Ahí nos escondimos. No nos quisieron atender. Uno siente feo, porque siente que se va a morir. Sentía que se me iba a acabar la sangre y me iba a morir. Le dije a Omar, mi compañero que estaba a mi lado, que le avisara a mis papás. Para hablar con mis compañeros escribía notas en el teléfono. No podía hablar. Le dije que le avisara a mi papá. Le marcó. Me acuerdo de lo que me dijo mi papá. No sé. Me da tristeza. Como nosotros somos cristianos, les alcancé a mandar un mensaje de texto diciéndoles que pidieran a Dios por mí.
En ese momento ya estaba que me quería dormir. Tenía como sueño. De hecho ya no podía escuchar bien. Todo distorsionado. Empecé a ver borroso. Tenía mucho sueño. Un compañero me decía que no me durmiera. Pero tenía mucho sueño, la verdad. Todos tenían miedo. Unos compañeros estaban llorando. No me podía ver cómo había quedado. Me acerqué a una ventana y medio vi un poco. Por ratos me daba frío, por ratos me daba calor. Hacía el esfuerzo de levantar la cara para evitar que cayera la sangre al piso, pero si la levantaba se iba la sangre para dentro y me la tragaba. Quería vivir.
Nos escondimos arriba. Llegaron los militares. Nos hicieron bajar. Les dijeron que teníamos un herido. Pero nos estuvieron regañando, diciéndonos cosas. Les pidieron ayuda. Dijeron que diéramos nuestros nombres reales y nos tomaron fotografías. A mí. Estaba en un sillón, sentado. Un soldado se puso enfrente de mí y me tomó una foto. Nadie hizo nada por atenderme. “Éste otro se va a morir por su culpa”, decían en vez de sentir su ayuda.
No vi de dónde dispararon. Lo primero que hace uno es tirarse. Me quedé ahí, en el suelo. Ya no vi a mis compañeros. Traté de cubrirme y después, salir de donde estaban disparando. Como pude, arrastrándome, me salí. Me arrimé a un autobús de donde habían desaparecido a nuestros compañeros y ahí fue cuando me di cuenta de que me habían disparado. Sentí un zumbido en el oído. Cuando me paro, veo que empieza a caer sangre.
Lo primero que pensé fue en mi mamá. Se va a poner mal. Lo que hice fue caminar. Lo primero que uno piensa es que está soñando. Pero no, no era sueño. Vi a un compañero que estaba levantando la mano. Era uno de los que murieron esa noche.
Hace rato estaba desayunando con mi hermano. Me hizo una pregunta. Una pregunta que muy rara la sentí: “¿Qué tal si un día te despertaras y te dieras cuenta de que toda tu vida hubiera sido un sueño?”.